Solo Para Viajeros

DESTRUCCIÓN EN EL CANDELABRO, PARACAS

Ayer el Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (SERNANP) hizo pública la denuncia efectuada por los responsables de la Reserva Nacional de Paracas contra cuatro ciudadanos peruanos que ingresaron al timón de “dos camionetas, un auto y una cuatrimoto” a una zona próxima al célebre Candelabro, uno de los íconos turísticos más renombrados de la reserva marino-costera que el año pasado cumplió cuarenta años, dejando grabadas las huellas de sus neumáticos en un área de casi 50 mil metros cuadrados. Siete veces la cancha del estadio Nacional de Lima al decir de Pedro Gamboa, jefe del SERNANP, la institución encargada de proteger el 17.25 % del territorio nacional bajo estricto estado de conservación.

Hoy casi todos los medios reproducen la nota emitida por la oficina de prensa de la oficina estatal y los Yihadistas John de la conservación patrimonial y la moral empezaron el sainete de siempre (“antipatriotas”, “desalmados”, “bestias”, “fusílenlos”) y la decapitación pública de los implicados, cuatro “turistas” de 31, 21, 19 y 18 años. A grandes problemas nacionales, soluciones rápidas, radicales, henchidas de patriotismo… como las que se tomaron hace ocho meses a propósito de la agresión de la señora Buscaglia al policía Quispe en el aeropuerto Jorge Chávez.

(O como las que se quisieron tomar en diciembre del 2012 cuando doce activistas de Greenpeace colocaron un enorme cartel en las proximidades del colibrí grabado sobre el manto natural de Nasca. Lo recuerdan: “Time for Change! The future is renewable”. O en abril pasado cuando un joven de nacionalidad brasileña y bárbaras costumbres pintarrajeó una serie de muros incas en el mismísimo Centro Histórico del Cusco.)

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En todos los casos el coro repitió la consigna: “acabemos con los enemigos de lo nuestro”. Algo así como matemos al perro para acabar con la rabia. O cortémosle la cabeza al mensajero.

Aclaro, no estoy tratando de decir que no se sancione a los responsables, que para eso existe el código penal y el sentido de la justicia. No. Solo trato de ir más allá de lo evidente.

Paracas 2016

Sucede que he recorrido la Reserva Nacional de Paracas estos dos últimos fines de semana. Tuve la suerte de acampar con Lucho Vereau, Pepe Colareta y otros amigos a pocos kilómetros del Candelabro y en ambas ocasiones la sensación que me quedó fue la de que cualquiera de los que la visitamos -queriéndolo o no- podríamos convertirnos en eventuales infractores. No estoy de acuerdo entonces con el complaciente comentario de los funcionarios del SERNANP cuando afirman que la Reserva Nacional «está debidamente señalizada, no solo para el ordenamiento turístico, sino para determinar los puntos de acceso limitado a los visitantes».

Y no lo está por falta de cárteles o los suficientes poyos de delimitación. No. Lo que sucede simplemente es que el área de la Reserva creada en 1975 durante el gobierno militar supera con creces las trescientas mil hectáreas de extensión: 335 mil para ser precisos. 217,594 de las cuales se encuentran en el mar. Paracas es una reserva marina cercada por un territorio inmenso, sobrenatural, cuidado, así lo consigna El Comercio, por 18 esforzados guardaparques. ¿Cuántos letreros y avisos flotantes habría que colocar para ser certeros en la delimitación de los espacios en uso?, ¿cuántos trabajadores se necesitan para ejercer el debido control sobre los miles de visitantes que llegan en temporadas altas para gozar de sus bellezas?, ¿cuántas lanchas, cuántos vehículos todo terreno, cuánto presupuesto?

Es evidente que la existencia de carteles de señalización en puntos clave y la presencia visible de personal en la garita de control no garantizan la adecuada protección de tan singular ecosistema en épocas como ésta de inusitado crecimiento turístico, una actividad económica bendecida por todos los candidatos a la presidencia del Perú, hay que decirlo también, que oferta servicios de divertimento de todo tipo, que en el caso de Paracas incluye cuatrimotos y jet skys en medio de la total ausencia de reglamentaciones.

Este fin de semana Paracas -el balneario, el puerto y el muelle turístico de El Chaco incluidos- colapsó. La algazara turística produjo, entre otras perlas, la desbandada de flamencos del sector del Sequión, la precipitada fuga de piqueros y rayadores de la bahía y un tráfico de lanchas con destino a Ballestas similar al que se advierte en Lima en hora punta. Exagero seguramente, pero el crecimiento de la actividad turística en la zona -que no dejamos de saludar- imposibilita el adecuado control por parte del personal a cargo del ANP que sigue gastando energías en cobrar el boleto de ingreso a la Reserva Nacional.

En la playa Atenas y en la zona marítima cercana al Sequión, el cuidado de sus recursos de flora y fauna estuvo a cargo del sentido común de los que la recorrimos. Igual en El Candelabro. En tiempos de la sociedad del espectáculo –todos queremos ser Marc Coma a bordo de un bólido o Mario Hart, si se me permite el atrevimiento- se hace urgente establecer nuevos protocolos de seguridad y estar mosca, atrevidamente mosca, para evitar las arremetidas de lo que alguna vez llamé el “desborde popular del turismo” que ha precedido al tremendo marketeo que hemos hecho de nuestras joyas naturales y culturales.

De allí mi oposición a la penalización como única solución de los dislates propios de una estructura macro que debemos modificar. Creer que la culpa de los males nacionales se solucionan aplicando solamente  medidas punitivas o sometiendo al escarnio público a los infractores resulta un sinsentido. En este tema la razón  la tiene Fernando Cillóniz, el gobernador regional de Ica, cuando dice que “los espacios como Nasca o Paracas no se pueden proteger con muros, sino con responsabilidad”. Razón tiene Pedro Solano, el director de la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental, cuando afirma que el tema no se soluciona con más vigilancia sino con más educación.

Mirando el futuro

El problema es transectorial, profundo, como tantos otros que debemos afrontar. Acostumbrados como estábamos a reclamar crecimiento económico antes que todo, dejamos de tomar en cuenta una verdad de Perogrullo: para crecer como país, teníamos que crecer como ciudadanos. No es tarde para ello, la tarea exige prudencia, consensos, conocimiento, audacia, liderazgo. Mientras se terminen de agrupar los astros hay que tratar de huir de los lugares comunes que solo sirven para confundirnos más, para creer que las cosas se solucionan al ritmo de nuestras emociones. Cuidar lo que es de todos, y la Reserva Nacional de Paracas lo es, exige reflexión a forro y entendimiento. No bravatas y soluciones en 140 caracteres.