Solo Para Viajeros

EL #SOMOSPACÍFICOTROPICAL SIGUE VIVO

Acabo de volver del maravilloso norte peruano, el de Piura, con muchas ideas y algunas constataciones. La primera: la belleza de esta extraordinaria porción nuestra no tiene parangón, es verdaderamente única. Desde mi privilegiado atalaya en una esquinita de Los Órganos no dejé de admirar el fabuloso espectáculo del encuentro de tres ecosistemas que, lamentablemenete, estamos destruyendo a paso firme: el bosque seco ecuatorial, las dunas costeras y la orilla marina regada por las aguas del océano tropical que calienta el mar de todos.

Lo menciono así de largo porque la utilización bestia de los espacios comunes por quienes capitanean desde hace años el boom constructivo y la voracidad con que tirios y troyanos están/estamos consumiendo los recursos naturales de la región constituye un combo letal, mortífero, ajeno a los conceptos de sostenibilidad y desarrollo responsable que a estas alturas del partido resulta imprescindible incluir en la agenda del país que queremos.

Impresionante, el crecimiento poblacional, y económico debo decirlo, se ha convertido, en la mayoría de lugares que visito, en una pandemia.

Para muestra este botón: la pesca de arrastre frente a las orillas de las playas de Talara que generosamente se han entregado al turismo. De vuelta del paseo que hice con la empresa Pacífico Adventures para ver las últimas ballenas de la temporada anual -¡qué experiencia tan saludable y sublime!- nos topamos con siete u ocho boliches pescando sin control dentro de la zona de exclusión pesquera para embarcaciones de ese calado.  Pese al optimismo desmesurado del ministro de la Producción Bruno Giuffra, la pesca furtiva a vista y paciencia de todo el mundo sigue siendo pan de cada día en el litoral nuestro, denuncias de todo tipo incluidas.

UNOPesca pirata, depredadora, injusta. Foto Aldo Durand frenre al Biosfera Hostel & Field Station

Como me lo comentó don Segundo Pizarro, capitán de la nave que nos condujo tras el rumbo de las dos ballenas jorobadas, madre y cría, que tuve la suerte de observar frente a las costas de Vichayito, “se trata de embarcaciones que vienen del sur, no son de aquí; como allá los pescadores le han sacado la mugre a su mar, ahora vienen a hacer lo mismo en el nuestro”. Y en complicidad con la falta de ñeque, por decirlo de aluna manera, de las autoridades competentes.

Más de lo mismo

Lo que el veterano hombre de mar me relató mientras desembarcábamos en el muelle de Los Órganos, donde operadores turísticos reciben a cientos de visitantes para interactuar con las tortugas marinas que se reproducen en este océano tan distinto al nuestro, es un hecho común, una postal repetida  en otras zonas del inmenso litoral peruano. Con un equipo de la revista Viajeros denunciamos una situación parecida, hace más de diez años, frente a las playas de Arequipa, entre caleta San José y Honoratos. Aquella vez tomamos registro de las matrículas de los infractores  -todavía guardo el nombre de las naves piratas: Javier 3, de Huacho y Punta Sal, de Pisco-, publicamos las fotos que delataban su flagrancia, hicimos bulla, lo comentamos en redes … y nada. No pasó absolutamente nada. Para nuestra sorpresa los patrones de barco inmersos en la denuncia actuaron con la misma alevosía y desfachatez con la que actúan los choferes de las combis de Orión o El Chosicano cuando reciben las papeletas de manos de la autoridad competente. Para ellos, la ley viene envuelta en  un papel para tirar al tacho.

#SomosPacíficoTropical, esa es la consigna

Hay que volver a insistir con la creación de la Zona Reservada del Mar Pacífico Tropical y aquí me tomo la libertad de citar a Pedro Solano, director de la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental, institución que está semana festeja su treinta aniversario: “La propuesta de Zona Reservada Mar Pacífico Tropical, ubicada en el mar de Piura y Tumbes, ha tenido un largo debate: a nivel técnico, social, legal y por supuesto político. Luego de más de dos años desde que se conoció públicamente la propuesta, se han escuchado las voces de todos: pescadores y científicos, artistas, empresarios, chefs, autoridades nacionales y regionales, políticos y personalidades nacionales e internacionales. Varias cosas han quedado en claro: este es un lugar único para el Perú y el mundo que garantiza dos de cada tres pescados del mar que se sirven en las mesas de nuestro país; es un lugar que da trabajo a miles de pescadores artesanales en nuestras costas; un lugar clave para el desarrollo del turismo en Perú; un lugar que urge mantener saludable para generar resiliencia frente al fenómeno de El Niño y el cambio climático”.

Clarísimo. Si no somos capaces de parar el desmadre que producen las decenas de bolichitos o cerqueros, embarcaciones semi-industriales cuya capacidad de bodega (CDB) excede los límites permitidos por la ley para faenar dentro de las cinco millas próximas a la costa -zona por cierto de uso exclusivo para la pesquería artesanal- la riqueza que todavía queda en este mar tropical y extraordinario se perderá para siempre. Si no podemos con ellos, qué decir de la lucha que queda por delante con las grandes embarcaciones que actúan a sus anchas en mares más alejados de la costa. Por eso mi insistencia en reactivar la iniciativa que estuvo a punto de materializarse en julio pasado. En ella se trataba de proteger, de cuidar para siempre, cuatro espacios marinos cruciales para la pervivencia del ecosistema del mar tropical peruano: la isla Foca, el Ñuro, los arrecifes de Punta Sal y el banco de Máncora.

Como dice Solano y me consta, todos los actores inmersos en la problemática, en especial los pescadores artesanales, estuvieron de acuerdo en dar el paso que faltaba. Todos menos los posesionarios de lotes de hidrocarburos cuyo temor por prohibiciones que la creación de la Zona Reservada acarrearía sobre sus operaciones resultaba –y resulta- exagerado a la luz de los ejemplos que tenemos para mostrar del buen relacionamiento que existe en otros lugares del país entre empresa privada responsable y conservación.

Hay que sumarnos de nuevo a la causa del mar tropical. Me alegra sobremanera constatar  la actitud vigilante de los amigos de Lobitos, Cabo Blanco, El Alto, El Ñuro, Punta Veleros, Los Órganos, Vichayito y Máncora con los que tuve la suerte de conversar. Allí la gente, toda la gente, harta de postergaciones y abusos, se está reuniendo para discutir el tipo de futuro que quieren. Y para todos la necesidad de proteger sus playas y mares del sálvense-quien-pueda resulta fundamental, casi un asunto de vida o muerte (como comunidades saludables). Tuve la suerte de escuchar el alegato de algunos de sus líderes, pescadores y vecinos, por un ecosistema marino-costero que les sirva, racionalmente, a todos, bien cuidado, potente, durante  la simpática reunión que convocó la Asociación Biósfera del NorOeste, una aguerrida organización local, el lunes de la semana pasada.  Desde ese día miro con optimismo el extremo norte  este país gigantesco y por construir. Que no nos agote el desánimo, hay mucho por hacer.

El futuro es verde, sí, pero también extraordinariamente azul.

DOS