Solo Para Viajeros

EN DEFENSA DE MAURICIO FIOL

Voy a empezar diciendo una verdad que pocos conocen: Mauricio Fiol fue mi alumno en el colegio Los Reyes Rojos. Su paso por la escuela barranquina fue tan fugaz como el triunfo que le deparó al país en Toronto en los 200 metros mariposa.

Y no hago la precisión con el objetivo de marcar distancias con el muchacho víctima de la condena generalizada; todo lo contrario, menciono el hecho para insistir en las similitudes que su caso tiene con el de cientos de chicos peruanos que encuentran en la escuela –vaya paradoja- un obstáculo insuperable para el cumplimiento de sus objetivos.

Me explico. Mauricio Fiol a los trece años ya tenía claro que iba a ser medallista olímpico. Lo evidenciaban sus innatas condiciones físicas y la presencia de un staff permanente de adultos a su lado ordenando sus afanes deportivos y su agenda de competencias.

Las tareas escolares, el quehacer colegial -el uniforme, los horarios, la fila, los exámenes- lo ponían nervioso, las entendía como innecesarias trabas para el cumplimiento de las performances que debía superar como atleta, iban en sentido contrario de las exigencias y rutinas impuestas por sus entrenadores y dirigentes.

Las matemáticas y todos los demás cursos le sabían a  chino, metafísica pura para el muchachito que a los tres años aprendió a nadar y que cuando lo conocí manifestaba a todas luces los síntomas de una hiperactividad subida de tono. Eso que los sicopedagogos llaman Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH) y que algunos sicólogos intentan remediar a punta de Ritalín,

Lo que muchísimas mamás sabias de todo el mundo tratan de combatir matriculando a sus hijos en clases de natación.

(Eso fue precisamente lo que hizo la profesora Deborah Davisson, en el norte de Baltimore, Estados Unidos, con su pequeño Mike, hiperactivo, disperso y malcriado como pocos niños de su barrio. Mike, Michael Phelps, veintidós veces medallista olímpico por su país, cinco millones de dólares de ganancias anuales en contratos con auspiciadores de las marcas más poderosas del planeta. Héroe vivo del olimpismo mundial. Sancionado a los 19 años por conducir su vehículo bajo los efectos del alcohol).

Dejé de ver a Mauricio hace muchísimo tiempo, como les dije su paso por Los Reyes Rojos fue efímero. No pudimos controlar su nerviosismo, su exagerada motivación por los entrenamientos y las competencias. Fallamos. No lo contuvimos, no tuvimos la suficiente audacia para sosegar sus apetencias, calmar el fuego interior que amenazaba con abrazarlo. Sentadito en su carpeta de estudios el plusmarquista peruano (hoy en el paredón) parecía un delfín abandonado a su suerte. Lejos de sus elementos

Así lo he vuelto a ver en la conferencia de prensa que tuvo que dar para explicar su falta y pedir perdón. Mirada extraviada, llanto contenido, apenas veintiún años de edad: “No entiendo que es lo que pasó…hoy es un día muy difícil para mí, he buscado mis metas con mucho esfuerzo Y sacrificio. Pido disculpas a todo mi país, a mi familia, a mis amigos, pido y agradezco su comprensión”.

Fin de la toma, periodistas y opinólogos a sacarle la piel.

No voy a explayarme en florituras morales ni en rollos de cualquier índole. Mauricio Fiol es hijo, como el futbolista Zambrano y tantos otros “delincuentes” mediáticos, de esta mala madre patria que zarandea a sus muchachos y que cuando fallan no les tiene un ápice de conmiseración. Los compara, los pone en el mismo saco en el que subsisten esos otros peruanos que hace tiempo deberían haber ingresado a Piedras Gordas o a Castro Castro.

Los que nunca habían escuchado el nombre de Mauricio Fiol ni apoyado su intento por llenarnos de oro olímpico (o el que sea) han salido de sus madrigueras para desguazarlo. Hasta el propio presidente de la República ha dicho en cadena nacional que la conducta del muchacho lo avergüenza. Como si la suya, la de haber engañado a millones de sus electores con planes de gobierno que nunca ejecutó, no fuera precisamente eso, una vergüenza. Una colosal y trepidante vergüenza.

Fiol debe ser sancionado, me queda claro. Y si algo hay que hacer por él y por nosotros mismos es sacarlo a como dé lugar del paredón de fusilamiento. Debemos tomar en cuenta que estamos hablando de un muchacho de veintiún años que sigue siendo una promesa del deporte nacional. De un hijo, lo dije líneas arriba de otra manera, de una sociedad que ha aceptado como cosa común el falso apotegma: el fin justifica los medios. El todos los caminos conducen a Roma. El roba pero hace obras. Y con la mayor frescura del mundo se rasga las vestiduras.