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Corumbá, capital Art Nouveau del Pantanal

Mi opinión

Inicio con este texto sobre la ciudad de Corumbá, en un borde del Pantanal brasileño, una serie de diez relatos de viajes por Sudamérica (y Europa) que he realizado últimamente. Espero que les guste.

Y dice así: “El malecón, cinco de la tarde, es una fiesta. Sus árboles de gran tamaño y buena pinta confirman que estamos en la selva, en el mato o bosque brasileño. Las familias y los amigos han sacado sus sillas y sus parrillas para tomar cervezas en cantidades, comer como dios manda y holgazanear de cara al sol. Bebo una cerveza para no desentonar mientras observo a los niños, decenas, de todas las edades, jugar de lo lindo en unos chorros de agua, como en el Parque de las Aguas de Lima, que el municipio local ha instalado para perennizar el jolgorio ciudadano”.


La muchacha no debía tener más de veinticinco años y esperaba como yo que la fila avanzara para llegar al puesto de control migratorio que nos permitiera ingresar a Brasil. La mañana había empezado muy temprano para ambos: para mí, en Puerto Quijarro, una localidad boliviana sobre el río Paraguay de muchos comercios y dependencias públicas, todas con letreros o pintas alusivas a las obras de Evo Morales, el candidato-presidente que intenta prolongar su mandato por cuatro años más.

Conversamos un poco, primero de las demoras migratorias en el lado boliviano y luego del innecesario maltrato que veníamos sufriendo en el retén brasileño.

Tremendo: la temperatura rozaba los cuarenta grados y la poca sombra que recogíamos de un alero apenas podía cubrir los requerimientos de algunos de los más de doscientos viajeros que rumiábamos nuestra cólera.

La muchacha era de Lucerna, Suiza y ya iba por su quinto mes por Sudamérica llevando consigo una mochila más grande que la mía y un bidón de agua de mesa. Me contó que había estado en Lima alojada en un hotel discreto en las proximidades del Aeropuerto Jorge Chávez. Cuando le hablé de las comodidades y brillos de Barranco y Miraflores, obvió mi perorata como quien quiere decirle al impertinente: “no me interesan los barrios pijos, lo mío es lo popular, no los barrios llenos de luces”.

Como a mí, digamos, que acababa de negarme a ir al Barrio Sur de La Paz, el suburbio paceño de los malls, las chicas guapas y el sabor a Miami para pasar todos mis días en la capital de Bolivia entre El Alto y mi hotel de mochileros en las cercanías de la plaza San Francisco.

Como turista, rebelde, me dije, contestatario y populachero; como anfitrión, una desgracia: me encanta que los que visitan mi ciudad recorran su zona cool, más confortable.

Modernidad y tradición en el humedal más grande del planeta. Corumbá, Mato Grosso do Sul.

Río Paraguay

Cerca a la una de la tarde logré pasar el puesto migratorio y en un taxi por cinco reales (casi cinco soles) llegué al centro de Corumbá, la tercera ciudad más importante del estado de Mato Grosso do Sul, una localidad enclavada en las proximidades de una triple frontera, la que forman Brasil, Bolivia y Paraguay.

En menos de diez minutos me encontraba en el centro de una urbe a primera vista grandota y funcional. Con autobuses conectando todas sus partes y avenidas anchas, transitadas a esa hora por autos modernos y una que otra motocicleta.

La capital del Pantanal, así la conocen en Brasil, es una ciudad de más de cien mil habitantes que se recuesta sobre el río Paraguay, un gigante dormido que permite la insurgencia del humedal de 150 mil kilómetros cuadrados, el más grande del planeta, que alberga en su interior la fauna silvestre más fantástica que cualquiera pudiera imaginarse…

El Pantanal, años de años esperando el momento de cruzarlo, de asir de cualquier manera sus postales más conocidas.

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A tres cuadras de la plaza principal, la famosa Plaza de la Independencia, se encuentra el malecón de Corumbá, una marina, patio de juegos, corazón de la ciudad y embarcadero turístico al mismo tiempo.  

Segunda cachetada de la realidad (sigo en modo encontronazo con una viajera suiza): Corumbá no es Aguas Verdes o Huaquillas, menos Desaguadero, tampoco Iquitos y su desorden estruendoso o Puerto Maldonado, la bullente capital política y comercial del suroriente peruano.  No, Corumba es una ciudad enganchada al Brasil más moderno a pesar de que sus barrios tradicionales, que ocupan la ribera del río Paraguay y las cercanías de su centro histórico, mantengan en pie sus viejas casonas republicanas y evidentes trazos Art Nouveau.

Como La Punta, en el Callao, pensé, pero en versión Brasil, ese coloso que se yergue al lado de la selva nuestra. Corumbá, puente de por medio con respecto a Puerto Quijarro y el departamento de Santa Cruz que acabo de dejar atrás, tiene un ritmo distinto al que vibra en Bolivia, un país como el nuestro, andino por decirlo de alguna manera y cariacontecido. Los corumbaenses, en cambio, son bullangueros y alegres en extremo, explosivos, hiperactivos, callejeros por definición.

El malecón, cinco de la tarde, es una fiesta. Sus árboles de gran tamaño y buena pinta confirman que estamos en la selva, en el mato o bosque brasileño. Las familias y los amigos han sacado sus sillas y sus parrillas para tomar cervezas en cantidades, comer como dios manda y holgazanear de cara al sol. Bebo una cerveza para no desentonar mientras observo a los niños, decenas, de todas las edades, jugar de lo lindo en unos chorros de agua, como en el Parque de las Aguas de Lima, que el municipio local ha instalado para perennizar el jolgorio ciudadano.

El malecón de Corumbá, diversión y vida social en el corazón de la ciudad al borde del río Paraguay.

El espacio social que crea el río Paraguay al pasar por la ciudad es sensacional: el cauce fluvial, el pantano, se convierte en una piscina natural donde es posible hacer de todo, pescar, kayakear, nadar, caminar sobre sus aguas haciendo Stand Up Paddle, pasear en los botecitos que aguardan a los turistas. O espectar desde el malecón la vegetación que cubre el firmamento y simplemente soñar…

Corumbá a pesar del regocijo y la contagiante saudade de sus habitantes, es uno de los puertos fluviales más importantes del Brasil y del mundo. El río Paraguay, que nace en el corazón del Mato Grosso y vierte sus aguas en el Paraná, la cuenca hidrográfica a la que pertenece, es uno de los ríos más grandes de Sudamérica; sus más de dos mil kilómetros de recorrido lo sitúa, además, como uno de los 20 más largos del planeta.

Y uno de los de más lento andar, concluyo mientras dormita bajo mis pies. El desnivel del territorio por donde se mueve es tan significante (de 5 a 6 cm/km) que las aguas que veo mientras recorro sus veredas de su regio malecón tardarán de llegar al río de la Plata unos seis meses.

La ciudad histórica

Corumbá fue fundada en 1778 y hasta fines del siglo XIX fue una ciudad boliviana aunque su historia haya estado vinculada desde antaño a la colonización del Paraguay.

Dicen que el primero de los europeos en llegar a estos trópicos fue el muy audaz Alejo García, español –o portugués según algunos- que en 1524, descendiendo por los ríos Miranda y Paraguay, se topó con estar tierras donde las piedras y metales preciosos eran usados por los indígenas como llamativos adornos.

Este Alejo García, les cuento, es el mismo caballero que un año después de su arribo a Corumbá, intentó tomar por asalto, al mando de dos mil guaraníes, las fronteras más orientales del imperio de los Incas. Las crónicas comentan que García, AG, invadió la región de Charcas en 1525, varios años antes de la llegada de Pizarro al Perú, masacró a las poblaciones que le salieron al frente en la Chiquitanía para ser derrotado por las tropas imperiales y tener que volver, apurado, sobre sus pasos.

La Casa Vasques & Filhos fue construida en 1909 por el arquitecto italiano Martino Santa Lucci, ha sido recuperada y forma parte del patrimonio histórico de la ciudad.

La  Corumbá actual es una ciudad que respira multiculturalidad por todos sus poros. Eso se refleja en el gusto de muchos de sus habitantes por el tango, la arquitectura Art Nouveau y también en la belleza y color de la raza que ha nacido producto de tantos mestizajes. 

En la noche, luego de dejar por un momento mi habitación en el cómodo hostel de la avenida 13 de julio donde me alojé –el hotel de Indi y Jessica, una muy simpática pareja brasileña-boliviana- volví al malecón para conocer la vida nocturna de la ciudad. Allí me encontré con mi amiga de Lucerna que aprobó con un movimiento de hombros mi presencia en la fiesta popular que animaba un conocido rockero local.

Me quise acercar para decirle que a mi también me gustaban los suburbios donde late la vida de las ciudades que amo, que no soy un viajero snob, pero fue demasiado tarde: mi rubicunda amiga bailaba desaforada al lado de un grupo de chicos que no dejaban de saltar y darle vivas al momento.

Decidí entonces ir por el sánguche que una dama inmensa, gordísima, preparaba en una carretilla al paso. La felicidad tiene el nombre de un pan con carne no tan pulcramente preparado por una tía Veneno local, pensé al diablo las calificaciones apuradas de una viajera suiza.

Malecón, puerto y marina al mismo tiempo…

Data Viajera

La conexión carretera Santa Cruz-Puerto Quijarro-Corumbá es buenísima. En todo momento se recorre una autopista en buen estado que cruza la Chiquitanía, primero y el Pantanal boliviano, después.

Existe una vía férrea que conecta Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia, con Corumbá y Campo Grande, la capital del estado de Mato Grosso do Sul.

Patrimonios históricos de la vieja ciudad: Casa Vasques & Filhos: construida en 1909 por el arquitecto italiano Martino Santa Lucci; Comercial Wanderley, Baís & Cia, construida en 1876; Fuerte Coimbra:  construido en 1775 para contener invasiones extranjeras; Fuerte Junqueira, construido en 1871, después de la guerra de Paraguay. Su nombre es un homenaje al ministro de Guerra de aquel entonces, José Oliveira Junqueira; Mirador São Felipe y Cristo Rey del Pantanal, desde donde puede verse toda la ciudad.

 Todo lo demás se encuentra en el Pantanal.

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