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Chebo Ballumbrosio: “Soy un músico que representa su tradición: la tradición negra”

Mi opinión

“Juzgar el trabajo de otros es complicado porque es como jugar a ser Dios”, nos dice ‘Chebo’ Ballumbrosio, músico chinchano e hijo del gran Amador Ballumbrosio. En el III Festival Claro (www.claro.com.pe/festivalclaro) deberá actuar como una ‘divinidad’ pues es uno de los jurados.


Los Ballumbrosio somos de Abisinia. Allí, el tercer hijo es el predilecto. Mi padre me puso su nombre porque sabía esto. Yo le decía: ‘No soy Amador, soy Chebo’. Y él insistía: ‘No, eres Amador. Ya te darás cuenta por qué’”. Amador Eusebio Ballumbrosio Guadalupe, ‘Chebo’, nos habla de los vínculos que lo unen con su padre.

¿Y hoy sabe por qué es Amador?
Por varias razones: estoy rodeado de amor, de fe, de niños, de afecto, de abrazos; doy todo sin mirar a quién. Mi madre me dice que de niño necesitaba mucho contacto físico, pero ella me lo negaba porque éramos 16 hermanos y había celos. Siento que, a partir de mi nombre y de mi niñez, existe una palabra dentro de mí: amor.

¿Tenía algo contra su padre?
Yo vivía en la negación: me miraba al espejo y negaba el parecido, la bondad… negaba tantas cosas. Tuvo que morir para extrañarlo y reconocer que me parezco –física y emocionalmente– a él: cuando hablo, cuando estoy en el escenario, cuando hago bromas. Un día me hizo mucho daño extrañarlo, lloré bastante; entonces, me di cuenta de que era mejor verlo a través de mí.

Tiene muchos años en la música…
Vine a Lima a los 15. Miki (González) nos trajo –a mi hermano Filomeno y a mí– en su Escarabajo maravilloso. Alrededor de Miki y de César Calvo estaba la música, esa pasión. Miki quería que estudiásemos en Los Reyes Rojos, un colegio distinto. Nos instalamos en Barranco y empezamos a tocar blues, bossa nova, jazz y canciones tradicionales de El Carmen. Allí nos fuimos perfilando como músicos. Allí se creó la oportunidad para que los Ballumbrosio navegaran por Lima. Pero mi madre prefirió que volviésemos para completar nuestro encuentro fundamental con nuestra tierra.

Están muy ligados con la tierra…
Provenimos de un linaje distinto. Cuando estoy en un escenario, primero me identifico: “Soy ‘Chebo’ Ballumbrosio, un negro chinchano, un campesino, un hijo de Amador Ballumbrosio”. Esta es mi conexión.

¿Por qué se fue a vivir a Pucallpa?
Era joven y estaba harto de la música. Mi casa estaba llena de ruido: iban poetas, hippies, extranjeros… eran varios días de bulla, de juerga. Yo quería ser el intelectual, el filósofo, el pintor –acabo de exponer–, el distinto de la familia. En el pueblo me decían ‘loco’ pues paraba en los basurales buscando libros. La gente botaba sus libros, yo los recogía y me los llevaba a casa. Por eso –y por otras razones– me fui a Pucallpa; hasta que un 25 de diciembre me reencontré con los tambores de El Carmen: escuchaba la quijada, la campana, la voz de mi abuela, muchas cosas que no podía negar más…y regresé.

¿Hay mucha locura en usted?
Mucha, no para medicarme, pero es fuerte y debo llamar a algunos santos africanos para que la controlen (ríe).

¿A dónde lo ha llevado la locura?
A enamorarme, a enamorarme… y a volverme a enamorar.

¿Qué representa Miki para usted?
Es el hermano mayor. Él vino con el pan bajo el brazo, pero se desprendió de todo eso para ingresar a mi familia, para conocer la cultura negra. Se hizo compadre de mis padres, se alojó en mi cuarto, tomó el espacio de los hijos de Amador y se fajó en el campo como nosotros. Fue bondadoso y contribuyó a nuestro desarrollo. Miki me enseñó a respetarme como lo que soy, un músico que representa su tradición: la negra.

Uno, para crecer, a veces necesita faltarle el respeto al hermano mayor…
Nos peleábamos en el escenario, por quién baila mejor, por las chicas más bonitas… Era una pelea musical.

¿Quién ganaba?
Yo. Miki era la estrella; yo, el guapo.

¿Dónde se siente mejor?
Bailando. Cuando mi cuerpo entra en trance y se conecta, me quiero más.

¿Se quiere mucho?
Me estoy aprendiendo a querer…tengo que aprender a quererme…de a pocos (suspira).

Es tutor en Los Reyes Rojos. ¿Cómo es su conexión con los chicos?
Me llevo bien y soy, con ellos, un niño grande. Este es un gran error porque hay que darse cuenta de que uno es un adulto jugando a ser niño. Pero, si uno no juega, los niños se aburren.

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