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Jane Goodall: «No voy a dejar que los tipos como Donald Trump y los bolsonaros me golpeen y me hagan callar»

Mi opinión

Desde la finca familiar de Bournemouth, donde soporta el confinamiento al que nos ha obligado el Covid-19, Jane Goodall, la primatóloga y ahora activista de 86 años, no deja de darnos lecciones de perseverancia y amor por la naturaleza y sus hijos más desvalidos y peligrosos, nosotros. La Dra. Goodall no tiene pelos en la lengua y suele llamar a las cosas por su nombre, sin cortapisas: para esta abanderada de la lucha por un mundo mejor la esperanza es el único motor que nos queda para salir airosos de los efectos de las pandemias que hemos contribuido a crear.

Les dejo la entrevista que acaba de publicar el diario El País a propósito de La Gran Esperanza, el documental que acaba de filmar para National Geograophic. Tenemos que cambiar de una vez por todas la forma en la que comemos y la manera cómo tratamos a los animales, advierte, porque la voracidad de nuestra especie en convertir la fauna del planeta que habitamos en comida o en algo que se parezca está precipitando cambios dramáticos en los ecosistemas y la profusión de virus y epidemias letales. Y, claro, estamos también en la obligación de llenarnos de toneladas de esperanza, el último antídoto que nos queda para empezar a sanar lo que hemos destruido con tanto afán e indiferencia.

Escuchar a la doctora Goodall, leerla en este caso, es un privilegio: hacerlo con cuidado y siempre asegura una dosis impresionante de optimismo y confianza en el futuro. Es una maestra, cuánto bien nos hace tenerla a nuestro lado. Sí se puede, #otromundoesposible, escúchenlo bien trumps y boslonaros…


A causa de la crisis sanitaria de la covid-19 Jane Goodall (Londres, 1934) ha vuelto a sus raíces. Normalmente la primatóloga es una activista nómada que viaja 300 días al año para dar conferencias y seguir los proyectos que el Instituto Jane Goodall (IJG) desarrolla en todo el mundo. A sus 86 años se ha visto obligada a parar ese ritmo frenético y ha regresado a Bournemouth, la localidad del sur de Inglaterra a la que su familia se fue a vivir en 1940. «Esta es la casa donde crecí y estamos en ella mi hermana y yo, su hija, su prometido y dos nietos, y a veces también mi hijo. Al principio pensé que este parón no iba a servir para nada. Pero me puse a trabajar y me planteé hacer dos cosas: primero, transmitir mensajes al exterior en cualquier formato, conferencias, Skype, Zoom…. y después tratar de ponerme al día y ordenar 50 años de trabajo, porque siempre venía aquí entre tour y tour, dejaba lo que no necesitaba y me volvía a ir. Es una pesadilla, pero me hace sentir bien tener mi vida algo más organizada, creo que eso me ayudará a trabajar mejor después», explica precisamente a través de Skype, la melena blanca recogida en su característica coleta. Tras ella, una biblioteca con fotos familiares y de animales, dibujos y muchos libros, entre los que se distingue una añosa y manoseada edición de Tarzán de los monos, obra que, enfatiza, decidió su destino.

 
Jane Goodall
Jane Goodall en 1974, con su marido, el fotógrafo Hugo van Lawick, que la grabó para National Geographic. 

 

¿Qué la llevó a interesarse por el mundo animal?
Nací amando a los animales, siempre los observaba. Tuve una madre que me apoyó muchísimo siempre, nunca se enfadaba cuando encontraba lombrices por casa y cosas así. Crecí en un mundo en el que no había televisión, solo había libros, así que leí mucho; me encantaba Doctor Dolittle y cómo él rescataba a los animales del circo y los llevaba de regreso a África. Cuando tenía 10 años descubrí Tarzán de los monos y me enamoré de este poderoso señor de la jungla, me molestó muchísimo que se casara con la Jane equivocada… Entonces soñé que cuando creciera viajaría a África para vivir con los animales salvajes y escribir sobre ellos. Mi madre apoyó ese sueño cuando el resto del mundo se reía de mí, porque no teníamos dinero y nadie estaba haciendo nada parecido. Me aferré a mi sueño y finalmente fui invitada por una amiga de la escuela a Kenia, trabajé como camarera para ahorrar, no había ido a la universidad porque no podía costeármela, y allí oí hablar del doctor Louis Leakey. Él me dio la increíble oportunidad de irme a vivir rodeada no de un animal cualquiera, sino de aquel que más se parecía a nosotros los humanos. Así fue como comenzó todo.

¿Encontró sexismo en la sociedad y en el ámbito científico?
No, porque en primer lugar, nadie más estaba haciendo lo que yo hacía, y segundo, no había ido a la universidad. Louis Leakey prefería a alguien que no hubiera tenido su mente abarrotada con lo que él pensaba que era una forma reduccionista de observar a los animales que prevalecía en aquella época, y él creía que una mujer sería mejor, más paciente, sobre el terreno. Así que ser mujer me benefició mucho. Añadido a todo esto, Tanzania justo estaba empezando a ser independiente, y aún había algo de resentimiento hacia los hombres blancos a causa del colonialismo, pero no hacia Jane, esa chica amable y joven. Todo fue muy fácil para mí, querían ayudarme. Ser mujer fue verdaderamente de ayuda en aquel momento.

¿Y lo ha seguido siendo a lo largo de su carrera?
Cuando al fin fui a estudiar a Cambridge, porque Leakey me animó a tener un título, muchos de los profesores me dijeron que lo había hecho todo mal, pero no creo que se debiera a que era una mujer, sino a que para ellos yo debería haber dado números a los chimpancés y no nombres. Era una científica, no podía hablar de personalidad, mente o emoción, porque eran exclusivos de los humanos. Pero yo ya había aprendido de mis perros de niña que esas ideas estaban equivocadas. Cuando National Geographic envió a Hugo van Lawick a grabar y fotografiar mi trabajo con los chimpancés tuvieron que empezar a pensar de otra forma y admitir que nosotros los humanos no somos los únicos seres con personalidad, cerebro y emociones. Al salir el primer documental en 1963 hubo muchos científicos que dijeron: «¿Por qué tenemos que escuchar a Jane? Solo es una chica, sin una licenciatura, que ha logrado el apoyo de National Geographic porque tiene unas piernas bonitas…». A mí eso me daba igual, solo quería volver a Gombe y aprender más sobre los chimpancés. Echando la vista atrás pienso que tuve suerte de tener unas piernas bonitas; si eso me ayudó, no sé si lo hizo, ¡gracias, piernas!

Jane Goodall
Goodall en su casa de Bournemouth durante el confinamiento. 

¿Cómo fue su transformación de científica a activista?
Hice el doctorado y regresé a Gombe para crear una estación de investigación. Fueron los mejores días de mi vida: pasaba todo el día en la selva dándome cuenta de que todo está interconectado. Pensaba que podía seguir haciendo eso el resto de mi vida, pero en 1986 ayudé a organizar una conferencia en Chicago en la que participaban otros seis científicos de campo que trabajaban en diferentes zonas de África. Por primera vez reunimos nuestras investigaciones, el propósito principal era averiguar cómo el comportamiento de los chimpancés variaba de un lugar a otro y qué permanecía igual. Tuvimos una sesión sobre conservación que fue absolutamente impactante: descendía el número de chimpancés, los bosques estaban desapareciendo… Hubo otra ponencia acerca de las condiciones en algunas situaciones de cautividad: lo peor era ver a los chimpancés, nuestros parientes más cercanos, en laboratorios de investigación médica, donde estaban en jaulas de 1,5 metros. Seres sociales que permanecían solos, entre barrotes de hierro. No pude dormir después de verlo, era horrible. Ahí pasé de científica a activista. Ni siquiera lo pensé, no tuve que tomar una decisión, era algo que tenía que hacer.

¿Qué piensa de los nuevos activistas, como Greta Thunberg y su lucha contra el cambio climático, o el príncipe Harry y su apoyo al IJG?
En 1991 creé un programa para la juventud, llamado Roots & Shoots, Raíces y Brotes en España, que hoy en día está presente en 86 países, en España a través del IJG. Estos jóvenes están pasando a la acción, protestando, algunos se han sumado a las marchas de Greta… Pero sobre todo eligen proyectos como plantar árboles, recoger basura o cultivar comida orgánica, recolectar dinero para ayudar a proteger los bosques… Es la gente joven que veo hoy en día la que me da una mayor esperanza para el futuro, la gente joven que está de verdad ahí fuera, volcando su corazón y su alma en el proyecto al que deciden dedicarse y marcando una gran diferencia en el mundo.

¿Le gustaría involucrar al príncipe Harry o a Greta Thunberg en alguno de sus proyectos?
Cualquiera que quiera apoyarnos es bienvenido. Raíces y Brotes parte de una postura de no confrontación, no señalamos con dedo acusador, contamos historias para llegar al corazón. Porque si una persona joven se aproxima a un ministro y empieza a decirle «Tienes que hacer esto y esto otro», probablemente no le escuche o quizá finja hacerlo pero no actuará. Pero si logramos llegar a sus corazones la gente cambia. Así ganamos en la lucha contra el uso de chimpancés en la investigación médica.

Cree en el poder de la amabilidad.
Sí, la no confrontación es el método. Si quieres que alguien muy importante cambie algo tiene que parecerle que ha sido por elección propia. Resulta más sencillo si lo ven como su idea, en lugar de sentirse intimidados por otra persona.

Jane Goodall
La activista ha pasado el confinamiento en su casa familiar de la costa británica. 

 

¿Qué les dice a los negacionistas del cambio climático? Hoy día muchas personas, incluidos políticos, no se fían de la ciencia.
Eso es estúpido. He viajado por todo el mundo y he visto con mis propios ojos los efectos del cambio climático en distintos lugares. A esos críticos les diría que he visto el hielo derretirse en los polos, cómo aumenta el nivel del mar, a gente que se convierte en refugiada porque su zona ya es demasiado desértica para vivir allí, casas inundadas, huracanes… Los patrones climáticos han cambiado en todo el mundo. Basta con observar lo que ha ocurrido como resultado del confinamiento provocado por el coronavirus: los cielos han vuelto a ser azules, las empresas no han emitido dióxido de carbono… Desafortunadamente, no tengo demasiadas esperanzas en que esto cambie de momento. Pero por otro lado pienso que miles de personas que quizá han respirado aire limpio y visto las estrellas brillar por la noche por primera vez en sus vidas no van a querer regresar a los viejos hábitos contaminantes. Confío en que haya tal aumento de gente crítica en todo el mundo que provoque que las empresas y los gobiernos vean que tienen que cambiar.

Usted ha ligado la covid-19 con la falta de respeto hacia la naturaleza.
Es verdad, estamos deforestando el mundo a gran velocidad y desaparecen áreas donde hay una gran biodiversidad. A medida que destruimos los bosques los animales entran en contacto con especies con las que normalmente no interactuarían en absoluto y algunos virus y bacterias saltan de una a otra. Pasan de una especie donde probablemente han estado cientos de años sin hacer daño a nadie, y al llegar a otro animal aparece una nueva mutación del virus… Normalmente es un animal que ha sido infectado, que se transforma en un reservorio del virus. Y los animales están forzados a vivir más cerca de la gente, porque están perdiendo sus tierras, por lo que esos virus pueden pasar a los humanos. El problema no es solo que no respetemos el medio ambiente, sino que no respetamos a los animales: los cazamos, los matamos, los comemos, traficamos con ellos. Muchos acaban en mercados de animales vivos en Asia, donde estas diferentes especies están juntas en situaciones estresantes y antihigiénicas, porque suelen matarlas en ese mismo sitio, y de esta manera el comprador y el vendedor pueden llegar a ser contaminados por uno de estos virus. Creemos que la covid-19 comenzó en un mercado de Wuham; el SARS apareció en otro de estos mercados de carne en otro lugar de China; la epidemia de VIH-sida surgió en un mercado de carne de animales silvestres en África, donde los chimpancés eran cazados y matados para venderlos como alimento; ahora hay una enfermedad llamada MERS, cuya infección se transmite por el contacto con un dromedario domesticado, y adicionalmente existen varias enfermedades que han pasado a los humanos a través de los animales de nuestras granjas de cría intensiva, que son una verdadera pesadilla.

¿Deberíamos cambiar la forma en que comemos?
Tenemos que cambiar la forma en la que comemos y la forma en la que tratamos a los animales. Es muy importante que nos demos cuenta de que cada animal, tanto los que están en los mercados de carne como los que están en las granjas-factoría, en esas condiciones espantosas, tiene una personalidad. Si los estudias, les das un nombre porque cada uno de ellos es distinto de los demás. Los cerdos son tan inteligentes como los perros, quizá incluso más. Poned en un buscador de Internet Pigcasso, no Picasso el artista, y lo que veréis es increíble. Todos estos animales en estas condiciones horribles tienen sentimientos, pueden sentir miedo, dolor y desesperación. No podemos pensar en ellos como una masa. Hay que pensar en cada uno de ellos.

A raíz de esta crisis del coronavirus, ¿va a cambiar nuestra forma de consumir?
Estoy haciendo todo lo que puedo para concienciar sobre eso. En cada conferencia, y doy varias cada día, hablo sobre el hecho de que nosotros mismos hemos provocado esta pandemia, intento ayudar a la gente a pensar en los animales.

¿Cree que tal vez grandes industrias como la de la moda revisarán la forma en la que producen?
Creo que todas las industrias están empezando a cambiar ya. Desde que comencé, en 1968, ha habido avances en todo el mundo: en muchos lugares de Corea del Sur y de China está prohibido el consumo de carne de perro, en Europa y los Estados Unidos se han empezado a prohibir los criaderos de cachorros donde los animales son retenidos solo para que tengan camada tras camada… Hemos empezado a prohibir algunas cosas que son realmente crueles. Por ejemplo, en España ha habido una gran controversia sobre las corridas de toros. Cada vez la gente está cobrando más y más consciencia y ahora solo necesitamos una masa crítica para lograr el tipo de cambio que necesitamos que se produzca.

Jane Goodall
La doctora, en una imagen de su nuevo documental para National Geographic, ‘La gran esperanza’. 

Acaba de presentar el documental La gran esperanza y prepara El libro de la esperanza, ¿por qué le parece tan importante este concepto?
Porque si no mantienes la esperanza, si sientes que nada de lo que haces va a cambiar las cosas o que nada de lo que otros hacen va a marcar la diferencia, ¿entonces por qué molestarse? Te rindes, no haces nada, solo te queda disfrutar de la vida que tienes el mayor tiempo posible. Eso sería el final del planeta. Te tienes que preocupar de las generaciones futuras, al menos debes intentarlo. Yo no voy a dejar que los tipos como Donald Trump y los bolsonaros me golpeen y me hagan callar. No, me levantaré de nuevo. Moriré luchando, porque es lo único que puedo hacer. E intentar darle esperanza a la gente, porque es el momento de que todos nos unamos e intentemos empezar a curar la herida que nosotros mismos hemos infligido. Como hacemos en nuestro programa Raíces y Brotes en África para mejorar las vidas de las personas que viven en la pobreza, porque si eres realmente pobre talarás el último árbol, pescarás el último pez y dispararás al último chimpancé solo para sobrevivir. Conforme ayudemos a encontrar otras formas de vivir que no sean destrozar el medio ambiente, los bosques que se fueron volverán y habrá más esperanza, muchos animales al borde de la extinción tendrán una nueva oportunidad. Es lo que ha ocurrido con los linces en España, he podido conocer de cerca este exitoso programa de conservación, su cifra ha aumentado considerablemente. Hay cientos de ejemplos como este en todo el mundo.

¿Resulta difícil mantener la esperanza ante noticias como las protestas raciales en Estados Unidos o los problemas migratorios en la Unión Europea?
Es esperanzador ver que hay mucha gente protestando contra el racismo en todo el mundo. Las protestas pacíficas están justificadas y son necesarias. Queda mucho por hacer por la igualdad, la paz y la justicia, y todos debemos involucrarnos.

Jane Goodall
La científica prepara una nueva obra, ‘El libro de la esperanza’.

Durante los meses iniciales de la covid-19 el equipo español del IJG ha estado en Senegal enseñando a la población a luchar contra el virus. ¿La educación es clave?
Absolutamente. La educación y escuchar a la gente, no plantarse allí como un puñado de blancos arrogantes en un pueblo africano pobre para decir lo que hay que hacer, sino ir, como nosotros hicimos hace años, junto a un grupo de lugareños de Tanzania que pueden preguntarles a los vecinos de los pueblos qué se puede hacer para ayudarlos. Así comenzó todo. Y de esta forma pudimos introducir programas de gestión y microcréditos como los impulsados por mi héroe, Muhammad Yunus. Es especialmente importante empoderar a las mujeres, que haya becas para poder mantener a las chicas en las escuelas, y también a los chicos, tanto como podamos. Nuestro programa Raíces y Brotes es maravilloso porque permite que la gente joven, aunque viva en comunidades muy aisladas, pueda unirse a otros grupos en África y en todo el mundo a través de un ordenador. Mi propio nieto está implicado en ayudar a educar sobre temas medioambientales.

Tras este confinamiento y el parón por el coronavirus, ¿seguirá recorriendo el mundo o planea frenar su actividad?
Creo que tendré que esperar a ver qué pasa. Echo de menos reunirme con mis amigos, poder darles un abrazo. He estado intentando crear una Jane virtual para llegar a más gente. Puedo compaginar eso con viajar, si es seguro. Por mi edad avanzada soy población de riesgo y sería estúpido ir a algún sitio, caer enferma y morir. No estoy preparada para morir todavía.

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