Solo Para Viajeros

Praga, una ciudad e infinitas historias

Mi opinión

Seductora, la ciudad de cuentos de hadas donde los alquimistas buscaban transformar el hierro en oro, donde cruzar un puente es volver a sentirse vivo, donde un mágico reloj congela el tiempo y donde la mejor cerveza del mundo cuesta menos que un vaso con agua, así se impone Praga, la capital de Republica Checa, al viajero. No importa en qué temporada —ni cuentas veces— la visite, su magia y encanto siempre lo dejará atónito. Normand García, del equipo de Viajeros por el mundo, la recorrió de palmo a palmo. Esta es su historia.


He llorado más de una vez en Praga reconociendo errores que me costaron el adiós a esa chica polaca. En diversas ocasiones he tratado de voltear la página de este absurdo capítulo, pero no he podido. Mis lágrimas han caído en primavera y en verano desde el enigmático Puente de Carlos hasta mezclarse con las pacíficas aguas del rio Moldava. A pesar del dolor que causa el recuerdo —y el olvido— de aquella fascinante historia, que no pienso detallar en estas líneas, decido tercamente volver a esta bohemia ciudad de torres y castillos medievales, esta vez, para aceptar la derrota y perderme en sus alborotadas calles. Y, ¿por qué no?, darle vuelta a la tortilla.

Praga, “la ciudad dorada de las cien torres”, como se le conoce, es uno de los destinos mejor preservados en Europa. El siglo pasado, sobrevivió a las atrocidades del nazismo que dejó huellas imborrables para luego caer por cuatro décadas en las garras del comunismo. Ahora, con poco más de 20 años de libertad y democracia, se ha convertido en la nueva dama seductora de la Unión Europea, una con mucho que ofrecer y deleitar al trotamundos.

Empiezo el recorrido en el corazón del casco histórico, en la Plaza de la Ciudad Vieja (Staré Mesto), donde siglos antes se encontraba el mercado de agricultores. Ahora, este emblemático lugar es el punto de encuentro de millones de turistas que llegan cada vez en mayor número. El año pasado, a Chequia llegaron más de 8.1 millones de extranjeros, según la agencia Europa Press.

Una de las primeras cosas que siempre me deja pasmado es la majestuosa Iglesia de Nuestra Señora del Týn, una obra maestra de la expresión gótica, construida en 1256, y que nos recuerda el fervor religioso que tuvieron los checos, aunque eso fuera en otros tiempos. Republica Checa es el cuarto país en el mundo con mayor número de ateos, después de China, Hong Kong y Japón.

Un reloj que congela el tiempo

Enclavada en la torre del edificio municipal, a unos pasos de la plaza, se encuentra el Reloj Astronómico de Praga, símbolo de orgullo de los checos desde hace más de 600 años. Su mecanismo, creado por el prodigioso relojero Nicolás de Kadán, puede mostrar la fase lunar, la puesta del sol, la posición zodiacal, el santo de cada día, y por supuesto, el cambio de hora. Un espectáculo digno de observar.

Desde una esquina del reloj —por cierto, una de las maravillas tecnológicas del medioevo— la muerte, representada por una calavera, empieza a dar campanadas mientras siluetas de los doce apóstoles desfilan por unas pequeñas ventanas; poco más arriba, un gallo lanza su canto, y desde lo alto de la torre, un soldado de la guardia real lanza trompetazos anunciando el final del cambio de hora. Se trata de un espectáculo que congela el tiempo y convoca la mirada de cientos de curiosos.

Se puede subir al fortín y observar el funcionamiento del reloj por dentro. En lo alto gozará de una vista espectacular, es un buen lugar para tomarse un selfie desde los cuatro puntos cardinales. La postal más codiciada, por supuesto, es la que tiene como fondo la Iglesia de Nuestra Señora del Týn.

Exhibición urbana, viaje al pasado

En Praga se respira arte e historia en cada esquina y perderse por las calles de la vieja ciudad de techos rojizos es un deleite. Los danzantes, estatuas vivientes, músicos, saltimbanquis, y todo tipo de artistas de la calle regalan sonrisas al foráneo a cambio de monedas.

Cada paso por las callecitas de esta ciudad bohemia es adentrarse en una exhibición urbana donde resaltan los más distinguidos estilos arquitecticos que van desde el románico, gótico, barroco, renacentista hasta el rococó. El ojo curioso puede descubrir otros detalles decorativos como los expuestos por el hijo predilecto de Praga, el artista Alfons Mucha, quien con su Art Nouveau impuso en paredes y ventanas.

Mientras camino perdido, observo cuidadosamente las añejas puertas y ventanas, todas decoradas con coloridas flores y marionetas que cuelgan resistiéndose al paso del tiempo y que hacen recordar la inocente forma como se divertían nuestros abuelos antes de la llegada del iPhone.

El encuentro entre el pasado y el futuro se puede apreciar en la plaza de Wenceslao, la plaza donde se han marcado hechos históricos como la marcha de los nazis en 1939 o la revolución de 1989, cuando estudiantes tomaron la plaza por 40 días en busca del fin del comunismo, algo similar a lo que sucedió hace un año en Kiev, Ucrania, cuando estudiantes protestaban a favor del ingreso de la Unión Europea, algo que desencadenó la anexión de Crimea a Rusia, pero eso es parte otra historia.

Por el camino de los reyes

Hay un lugar donde observar las olas del Moldava me hace sentir vivo y moribundo a la vez. Donde puedo renacer de mis cenizas como el ave fénix. Donde puedo entregarme al crepúsculo entre lágrimas o al amanecer saboreando la sal de otros labios. Donde caminar de la mano no tiene precio. Se trata del Puente de Carlos (Karlúv Most), la clásica ruta por donde los reyes solían transitar pocos después de su coronación.

Este puente que se prolonga por más de 500 metros fue construido en el siglo XIV por encargo del emperador Carlos IV. Está resguardada por dos torres góticas a cada extremo y decorada con 30 esculturas ligadas al cristianismo, cada una con una fábula espectacular, la más popular —y tocada— es la de San Juan Nepomuceno.

Cuenta la historia que este legendario personaje era el confesor de la reina Sofía de Baviera, esposa del Rey Venceslao IV, quien tenía una fama de celoso. Un día, el rey le preguntó al santo que le detallara los secretos más íntimos de la reina, pero este se negó a romper la orden sacramental, así que molesto el rey mando a ejecutarlo arrojándolo desde el puente, pero al caer su cuerpo se convirtió en cinco esferas de luz que subieron al cielo.

Según la leyenda, se dice que a quien toque la estatua del santo con los cinco dedos, éste le concederá un deseo.

El puente también está lleno de músicos, artistas, pintores y mercaderes, desde allí se pueden ver las embarcaciones que surcan sus aguas o a parejas en pequeños botes a pedal. Dicen que travesar el puente es una de las caminatas más seductoras y románticas de Europa, ¡Por Dios que puedo aseverarlo! La hora más recomendable para recorrerlo es poco después del amanecer, cuando muchos novios llegan para retratarse sin la incómoda presencia de turistas que en pocas horas lo inundarán.

Camino arriba, Castillo de Praga

Una vez cruzado el puente, se ingresa a la Ciudad Pequeña (Malá Strana), cuya ruta en ascenso lleva al mayor tesoro y guardián del país, el Castillo de Praga. Antes de seguir cuesta arriba, vale la pena hacer un desvío temporal en el Muro de John Lennon, una pared cubierta con grafitis donde se expresan letras de las canciones de los Beatles. El muro fue hecho por jóvenes checos —aquellos con espíritu rebelde de la generación ochentera— en protesta contra el régimen comunista.

En la cima de la colina se perfila majestuoso el Castillo de Praga, desde donde mira imponente a toda la ciudad. En realidad, el castillo es toda una mini ciudad medieval que incluye un complejo de iglesias, calles y palacios. También se encuentra la oficina presidencial y la catedral de San Vito, un monumento gótico resguardado por gárgolas donde al ingresar se pueden apreciar los vitrales de Alfons Mucha y hasta la cripta de San Juan Nepomuceno.

En esta tercera visita, Praga no deja de sorprenderme, cada rincón esconde innumerables secretos esperando ser descubiertos. Praga ha sido como mi propia metamorfosis (Franz Kafka, Praga, 1883–1924), la primera vez llegué como en luna de miel, la segunda me fui con el corazón destrozado, y esta última, convencido de que ese no fue el final sino el comienzo del final. Pero, esta vez y por si acaso, le pedí al santo del puente que me conceda ese deseo.

He llorado más de una vez en Praga reconociendo errores que me costaron el adiós a esa chica polaca. En diversas ocasiones he tratado de voltear la página de este absurdo capítulo, pero no he podido. Mis lágrimas han caído en primavera y en verano desde el enigmático Puente de Carlos hasta mezclarse con las pacíficas aguas del rio Moldava. A pesar del dolor que causa el recuerdo —y el olvido— de aquella fascinante historia, que no pienso detallar en estas líneas, decido tercamente volver a esta bohemia ciudad de torres y castillos medievales, esta vez, para aceptar la derrota y perderme en sus alborotadas calles. Y, ¿por qué no?, darle vuelta a la tortilla.

Praga, “la ciudad dorada de las cien torres”, como se le conoce, es uno de los destinos mejor preservados en Europa. El siglo pasado, sobrevivió a las atrocidades del nazismo que dejó huellas imborrables para luego caer por cuatro décadas en las garras del comunismo. Ahora, con poco más de 20 años de libertad y democracia, se ha convertido en la nueva dama seductora de la Unión Europea, una con mucho que ofrecer y deleitar al trotamundos.

Empiezo el recorrido en el corazón del casco histórico, en la Plaza de la Ciudad Vieja (Staré Mesto), donde siglos antes se encontraba el mercado de agricultores. Ahora, este emblemático lugar es el punto de encuentro de millones de turistas que llegan cada vez en mayor número. El año pasado, a Chequia llegaron más de 8.1 millones de extranjeros, según la agencia Europa Press.

Una de las primeras cosas que siempre me deja pasmado es la majestuosa Iglesia de Nuestra Señora del Týn, una obra maestra de la expresión gótica, construida en 1256, y que nos recuerda el fervor religioso que tuvieron los checos, aunque eso fuera en otros tiempos. Republica Checa es el cuarto país en el mundo con mayor número de ateos, después de China, Hong Kong y Japón.

Un reloj que congela el tiempo

Enclavada en la torre del edificio municipal, a unos pasos de la plaza, se encuentra el Reloj Astronómico de Praga, símbolo de orgullo de los checos desde hace más de 600 años. Su mecanismo, creado por el prodigioso relojero Nicolás de Kadán, puede mostrar la fase lunar, la puesta del sol, la posición zodiacal, el santo de cada día, y por supuesto, el cambio de hora. Un espectáculo digno de observar.

Desde una esquina del reloj —por cierto, una de las maravillas tecnológicas del medioevo— la muerte, representada por una calavera, empieza a dar campanadas mientras siluetas de los doce apóstoles desfilan por unas pequeñas ventanas; poco más arriba, un gallo lanza su canto, y desde lo alto de la torre, un soldado de la guardia real lanza trompetazos anunciando el final del cambio de hora. Se trata de un espectáculo que congela el tiempo y convoca la mirada de cientos de curiosos.

Se puede subir al fortín y observar el funcionamiento del reloj por dentro. En lo alto gozará de una vista espectacular, es un buen lugar para tomarse un selfie desde los cuatro puntos cardinales. La postal más codiciada, por supuesto, es la que tiene como fondo la Iglesia de Nuestra Señora del Týn.

Exhibición urbana, viaje al pasado

En Praga se respira arte e historia en cada esquina y perderse por las calles de la vieja ciudad de techos rojizos es un deleite. Los danzantes, estatuas vivientes, músicos, saltimbanquis, y todo tipo de artistas de la calle regalan sonrisas al foráneo a cambio de monedas.

Cada paso por las callecitas de esta ciudad bohemia es adentrarse en una exhibición urbana donde resaltan los más distinguidos estilos arquitecticos que van desde el románico, gótico, barroco, renacentista hasta el rococó. El ojo curioso puede descubrir otros detalles decorativos como los expuestos por el hijo predilecto de Praga, el artista Alfons Mucha, quien con su Art Nouveau impuso en paredes y ventanas.

Mientras camino perdido, observo cuidadosamente las añejas puertas y ventanas, todas decoradas con coloridas flores y marionetas que cuelgan resistiéndose al paso del tiempo y que hacen recordar la inocente forma como se divertían nuestros abuelos antes de la llegada del iPhone.

El encuentro entre el pasado y el futuro se puede apreciar en la plaza de Wenceslao, la plaza donde se han marcado hechos históricos como la marcha de los nazis en 1939 o la revolución de 1989, cuando estudiantes tomaron la plaza por 40 días en busca del fin del comunismo, algo similar a lo que sucedió hace un año en Kiev, Ucrania, cuando estudiantes protestaban a favor del ingreso de la Unión Europea, algo que desencadenó la anexión de Crimea a Rusia, pero eso es parte otra historia.

Por el camino de los reyes

Hay un lugar donde observar las olas del Moldava me hace sentir vivo y moribundo a la vez. Donde puedo renacer de mis cenizas como el ave fénix. Donde puedo entregarme al crepúsculo entre lágrimas o al amanecer saboreando la sal de otros labios. Donde caminar de la mano no tiene precio. Se trata del Puente de Carlos (Karlúv Most), la clásica ruta por donde los reyes solían transitar pocos después de su coronación.

Este puente que se prolonga por más de 500 metros fue construido en el siglo XIV por encargo del emperador Carlos IV. Está resguardada por dos torres góticas a cada extremo y decorada con 30 esculturas ligadas al cristianismo, cada una con una fábula espectacular, la más popular —y tocada— es la de San Juan Nepomuceno.

Cuenta la historia que este legendario personaje era el confesor de la reina Sofía de Baviera, esposa del Rey Venceslao IV, quien tenía una fama de celoso. Un día, el rey le preguntó al santo que le detallara los secretos más íntimos de la reina, pero este se negó a romper la orden sacramental, así que molesto el rey mando a ejecutarlo arrojándolo desde el puente, pero al caer su cuerpo se convirtió en cinco esferas de luz que subieron al cielo.

Según la leyenda, se dice que a quien toque la estatua del santo con los cinco dedos, éste le concederá un deseo.

El puente también está lleno de músicos, artistas, pintores y mercaderes, desde allí se pueden ver las embarcaciones que surcan sus aguas o a parejas en pequeños botes a pedal. Dicen que travesar el puente es una de las caminatas más seductoras y románticas de Europa, ¡Por Dios que puedo aseverarlo! La hora más recomendable para recorrerlo es poco después del amanecer, cuando muchos novios llegan para retratarse sin la incómoda presencia de turistas que en pocas horas lo inundarán.

Camino arriba, Castillo de Praga

Una vez cruzado el puente, se ingresa a la Ciudad Pequeña (Malá Strana), cuya ruta en ascenso lleva al mayor tesoro y guardián del país, el Castillo de Praga. Antes de seguir cuesta arriba, vale la pena hacer un desvío temporal en el Muro de John Lennon, una pared cubierta con grafitis donde se expresan letras de las canciones de los Beatles. El muro fue hecho por jóvenes checos —aquellos con espíritu rebelde de la generación ochentera— en protesta contra el régimen comunista.

En la cima de la colina se perfila majestuoso el Castillo de Praga, desde donde mira imponente a toda la ciudad. En realidad, el castillo es toda una mini ciudad medieval que incluye un complejo de iglesias, calles y palacios. También se encuentra la oficina presidencial y la catedral de San Vito, un monumento gótico resguardado por gárgolas donde al ingresar se pueden apreciar los vitrales de Alfons Mucha y hasta la cripta de San Juan Nepomuceno.

En esta tercera visita, Praga no deja de sorprenderme, cada rincón esconde innumerables secretos esperando ser descubiertos. Praga ha sido como mi propia metamorfosis (Franz Kafka, Praga, 1883–1924), la primera vez llegué como en luna de miel, la segunda me fui con el corazón destrozado, y esta última, convencido de que ese no fue el final sino el comienzo del final. Pero, esta vez y por si acaso, le pedí al santo del puente que me conceda ese deseo.

Normand García, periodista peruano radicado en Estados Unidos –y vinculado a Viajeros desde su creación- vuelve a Praga, la capital checa, para encontrarse a sí mismo y sellar de esa manera la herida de un amor del pasado. En esta mística ciudad del Viejo Mundo nace la pasión en cada esquina y se mezcla el pasado con el futuro. 

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