Debo admitirlo: mantengo una conexión especial con la región San Martín y el trabajo de sus defensores ambientales más notables, que son muchísimos y no han dejado de dar batalla, tercos como son, durante los más de veinticinco años que recorro sus bosques y quebradas repletas de nubes y bellezas incontrastables.
Hago memoria. De la mano, primero, del inolvidable Cacique de Kanchiscucha, Carlos González Henríquez, fundador del turismo en ese oriente del Perú tan próspero y tantas veces olvidado y después en compañía de Walter Silvera, fundador de la revista Viajeros y enamorado de su gente, me he ido introduciendo de a poquitos en sus rincones más hermosos: Ahuashiyacu y Huacamayllo, Chazuta, San Roque de Cumbaza, Cordillera Escalera, Lamas, Cordillera Azul, el Sauce, Lago Lindo, el río Huallaga, Chambira, Juanjuicillo, las comunidades quechualamistas, Solo, Macedo, San Miguel de Mayo, Cacatachi, Cuñumbuque…
Tremenda navegación…
Túpac Amaru, Achinamisa, Ancashyacu de Achinamisa, pongo de Aguirre, Bellavista, Selvandina, Plataforma, El Challual, Las Palmas, muchísimos paisajes más.
Tarapoto fue mi base de operaciones por buen tiempo. De esos primeros escarseos, atesoro amigos inolvidables: César Rengifo y la gente de Cedisa, Rina Rubio, César Reátegui y familia, Yolanda Rojas, el recordado Mario de Col y Antonieta, su esposa. Casualmente fue en esa ciudad, en el célebre local del Stonewasi, donde conocí a una jovencísima Karina Pinasco, de vuelta en la región que la vio nacer y convencida como hasta ahora de la riqueza natural y cultural que estamos en la obligación de conservar. Con ella y con Miguel Tang, otro miliciano de la conservación y después con la infatigable Norith López me aventuré a descubrir el resto del departamento: los ríos Avisado, Tioyacu y Serranoyacu, el fabuloso Alto Mayo y su Bosque de Protección, Moyobamba, el morro de Calzada, la quebrada Misquiyaquillo y sus orquídeas y aves de mil colores, Tingana, Shampuyacu, Aguas Verdes, Rioja, San José de Sisa, Soritor, Jepelacio, Gera…
En fin, cientos de millas recorridas, incontables bosques admirados, valiosos, valiosísimos amigos en el recuerdo y en la continuidad del camino. Maravillosa región. Por eso es que este fin de semana de tantas muertes en la Amazonía que se enfrenta al Covid-19, me llena de esperanza la noticia que acabo de recoger de mi bandeja de correos: en Moyobamba, la perla del Alto Mayo, la ronda campesina del caserío de Juningue acaba de convertir los cerros y miradores de su jurisdicción en una Concesión de Conservación que se suma a la extensa Red de Conservación Voluntaria y Comunal de un departamento que sigue dando pelea a la deforestación y sus pandemias asociadas.
Inspirador, ¿no? Qué esfuerzo tan extraordinario de las personas e instituciones detrás de esta conquista ciudadana, cuánta batalla la de Karina Pinasco y los técnicos de AMPA, Amazónicos por la Amazonía, la ONG que suele ser vilipendiada por los enemigos del desarrollo sostenible en la región: en ellos he pensado toda la mañana, sonriendo al imaginar las risotadas de Olmedo, el hombre de pocas -o muchas- luces de esos malecones moyobambinos que fue inmortalizado en una estatua en el mirador de Tahuishco. El loco del barrio debe estar, calato como siempre, bañándose de alegría al constatar que sus vecinos de acullá dieron en el clavo: la tierra, que es de todos, debe ser cuidada y festejada siempre, cada día, pase lo que pase.
Congratulaciones y agradecimientos, compas del Alto Mayo y la región San Martín, #otromundoesposible, sí. Prometo visitar pronto sus pagos para seguir creciendo…
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