Cintia Tellaeche, bióloga de la Universidad Nacional del Sur de Bahía Blanca, Argentina, se ha pasado la vida estudiando un felino sudamericano que nunca ha visto en estado silvestre y que tal vez no vea jamás en su hábitat.
El gato andino, Leopardus jacobita, un elusivo habitante de las altas cumbres de Argentina y también del Perú es, sin duda, el felino más amenazado de nuestro continente. La joven investigadora argentina lo sabe y por ello no ha escatimado esfuerzos en seguir sus huellas para conocer más detalles de su ecología y singular adaptación a un medio hostil y lleno de peligros.
Desde hace unas semanas le vengo siguiendo los pasos, periodísticamente hablando, al gato de esta historia. Como lo he comentado en mi cuenta de Instagram, un despistado turista que visitaba las montañas cercanas al macizo Ausangate, en el Cusco, se topó hace unos días con un gatito de talla poco común y andar huidizo, le tomó una foto, la circuló en sus redes y, bingo, sin querer queriendo dio en el clavo.
El Leopardus jacobita, el osqollo de los andes del sur del Perú, el felino que la bióloga Tellaeche, en Argentina y su colega Dina Farfán, en Perú, vienen siguiendo con obstinación y admirable amor por la ciencia, había sido atrapado por el flash de un ciudadano de a pie.
Fantástico. Me he reunido con Dina en la ciudad del Cusco para que me cuente más detalles sobre esta bella criatura que se mueve con sigilo entre las masas de turistas que buscan afanosamente llegar a Vinicunca por el selfie salvador y sus demás depredadores. La historia del osqollo es fascinante, salvarlo de la extinción en las montañas del Cusco sería un acicate para los que seguimos creyendo en el futuro.
Y para los que no necesitamos ver un animal silvestre para solazarnos con su presencia. Hace unos días, mientras mis amigos buscaban afanosamente en el dosel del bosque de la Estación Científica Cocha Cashu, en el Manu, la silueta de un mono aullador o de un maquisapa, el mono araña de las historias amazónicas, yo suspiraba de emoción sabiendo que los susodichos estaban cerca. Como se los dije sin presunciones exageradas, sentirlos tan próximos, allí nomás, me satisface tanto, o más, que tratar de verlos interrumpiendo, quien sabe, sus arrebatos con el propósito del consabido check.
Por eso comprendo a la bióloga Tellaeche. Y a Dina.
Les dejo la entrevista que Mongabay Latam, la aguerrida agencia ambiental en la que colaboro desde hace algunos años, le acaba de realizar a la investigadora bahiense.
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