“El 99 por ciento de las semillas que nacen cerca del árbol semillero no sobreviven”, comenta Kurt Holle en un ilustrativo artículo sobre la biodiversidad de la Reserva Nacional Tambopata publicado en la revista Viajeros hace algunos años. “Los árboles necesitan de los guacamayos, monos y sajinos para que lleven las semillitas lejos de mamá, así de sencillo. Estos “transportadores” comen la fruta y defecan, semilla incluida, unas horas después, lejos, muy lejos del árbol semillero”.
Esa verdad tan elemental pareciera no estar al alcance de la mente y el proceder de una sociedad –sí, la nuestra- que pareciera a acabar con todos los bosques del planeta.
Hace días que vengo reflexionando con ustedes sobre este problema, sobre esta desgracia. En este portal y también en nuestras redes sociales hemos subido fotos y testimonios sobre las amenazas que se ciernen sobre los árboles de gran talla, gigantes, que habitan los bosques que nos quedan. Nos hemos referido a los baobabs africanos, a las secuoyas de Norteamérica, a los shihuahuacos de nuestra Amazonía, colosos sacrificados en aras de un ideal de progreso que se impone por todas partes.
Los árboles gigantes, grandazos, me lo refirió hace mucho José Álvarez, biólogo amazónico, dependen de los animales de gran tamaño y movilidad que habitan los bosques y los ríos, como los ronsocos, los maquisapas, los tapires o los delfines de río, para el transporte de sus semillas. Como dice Holle, “la voracidad de las criaturas del bosque que se alimentan de ellas y los hongos que las afectan severamente” es tan tremenda que es imposible que la propagación de las especies arbóreas se perennice al lado de los árboles que la generan.
Necesitan de un “transportista” que haga bien la parte que le toca en el negocio de los bosques amazónicos. Si ellos, los bosques son incapaces de renovarse.
Por Kurt me enteré del trabajo de Varum Swamy, por entonces un estudiante de Phd del Centro de Estudios Ambientales de la Universidad de Duke que ya ostentaba el apropiado apelativo de “cazador de semillas”. Swamy, quien llegó al Perú por primera vez en el 2003 según cuenta la nota aparecida en El Comercio que les estoy dejando, ha seguido vinculado a la Reserva Nacional Tambopata y ahondando en sus pesquisas científicas. Qué bueno, los bosques “defaunados” no sirven, son muertos vivientes, espectros de lo que alguna vez fue un ecosistema vivo, capaz de sostener grandes poblaciones de seres vivos.
Entender sus dinámicas y los ciclos reproductivos de sus árboles más notables nos permite elaborar planes de contingencia y las adecuadas políticas de conservación que se necesitan para prever un mejor futuro para todos.
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