Juana Payaba Cachique, la expresidenta de la Comunidad Nativa Tres Islas, en Madre de Dios, ha vuelto a sonreír. Su rostro por lo general adusto, severo, recio, es otro. Una larga sonrisa recorre ahora su faz de rasgos amazónicos. Atrás han quedado las preocupaciones y molestias propias de lo que debió ser, sin duda, su batalla más enconada. Juana, la dirigente de la única comunidad nativa de las proximidades de la carretera Interoceánica que ha podido derrotar, al menos en los fueros del Tribunal Constitucional peruano, a los mineros que amenazan con engullirse para siempre el bosque maderditano acaba de dejar a un lado las sesiones de quimioterapia que los médicos del Hospital de Enfermedades Neoplásicas de Lima tuvieron que aplicarle para vencer al cáncer que la estaba matando.
Juana ha vuelto. La visité hace unas semanas en su casa de siempre, en Tres Islas, a cuarenta minutos de la populosa ciudad de Puerto Maldonado; hablamos largo, distendidamente, de todo. De los éxitos, de los sinsabores, de las amenazas que penden sobre su vida: «En diciembre vinieron a matarme, me imagino, eso querían, felizmente yo no estaba, había viajado a Lima para mis chequeos», me lo comentó sin tantos aspavientos.
Las batallas de Juana no han concluido todavía; sin embargo, su ejemplo –el ejemplo de los comuneros ese ejas y shipibos de Tres Islas- es una inspiración para otros pueblos que vienen sufriendo las mismas postergaciones y atropellos. Juana es Bertha Cáceres, es Máxima Chaupe, es Ema Tapullima, es de la misma estirpe de esas mujeres coraje que existen a montones en nuestro país, enfrentadas todas a la sinrazón de la ocupación bestia de sus territorios. El texto que les presento es la versión completa del reportaje que acaba de publicar Mongabay Latam.