Soy un lector desprolijo, desordenadísimo. Sobre mi mesa de noche y en los demás espacios por donde me desplazo en casa -la terraza desde donde miro el mar, la sala, el comedor o la buhardilla que me acoge en las horas de desasosiego- se amontonan los libros tratando de convocar al hastío que, lo confieso, no tiene cuando arribar, felizmente.