Vigilantes comunales de la Reserva Comunal Amarakaeri se acreditan como operadores de drones
En diciembre del 2019 recorrí con un grupo de vigilantes comunales de la Reserva Comunal Amarakaeri (RCA) un sector de los bosques que se alzan alrededor del río Nusinascato, en el distrito cusqueño de Quincemil, un territorio donde nacen las aguas que abastecen de vida las selvas de Madre de Dios y el oriente boliviano. El objetivo de la avanzada que me acogió como testarudo caminante en esa selva inhóspita y difícil era uno solo: linderar una zona de la reserva natural de más de 400 mil hectáreas que el Estado entregó en el año 2002 a las comunidades harakbuts asentadas desde el inicio de los tiempos en tan singular territorio asediadas en ese momento por el avance incontenible de la minería ilegal.
A fines del año previo a la pandemia que sufrimos, 2019, las huestes mineras, expulsadas de La Pampa, en la zona de amortiguamiento de la Reserva Nacional Tambopata, se estaban reagrupando para extender sus tentáculos al interior de la RCA, un área natural protegida cogestionada entre el SERNANP y diez comunidades indígenas pertenecientes a los pueblos harakbut, yine y matsiguenka. Había que actuar rápido y colocar letreros delimitando los espacios en riesgo podías ser un primer paso, me comentaron los técnicos del organismo estatal y los entusiastas directivos del Ejecutor del Contrato de Administración de la Reserva Comunal Amarakaeri (ECA-RCA). Eso fue lo que hicimos.
Sobre el modelo de gestión en las reservas comunales he escrito bastante en los últimos años. El modelo, redundo, me parece genial, se trata de un colosal experimento de gobernanza ambiental y social que hay que seguir impulsando. De manera que la noticia que comparto con Uds. me entusiasma. Desde el 2013, apunté en un reportaje publicado en la revista Caretas sobre ese ingreso a la RCA, el pueblo harakbut ha venido recuperando su territorio y pretenden, sus hijos más tercos, ir por más: por lo pronto, se han propuesto detener, con la ley y mucha tecnología en las manos, el avance de las hordas mineras que siguen codiciando el territorio que heredaron de sus ancestros. Que sigan batallando en la misma tarea, un año después del inicio de la peste, es esperanzador. Desde aquí los aplaudo de pie y saludo el esfuerzo que están haciendo por sanar la tierra de todos.