Confieso que me había olvidado de la discusión casi epistemológica entre quienes se afanan en diferenciar la praxis del viajero con la actitud más pedestre del turista. Larga polémica que empezó a incubarse a poco de la masificación del viaje como oportunidad de disfrute de las clases media y la conversión en ícono de la cultura viajeril de Paul Bowles, el escritor neoyorquino afincado en Tánger que se encargó de marcar distancias entre unos y otros, sin querer queriéndolo.
“Mientras que el turista se apresura a volver, el viajero se desplaza durante años de un punto a otro de la tierra; el primero acepta su cultura sin cuestionarla, mientras el otro la compara, asimila o rechaza”, afirma en El cielo protector, la novela que escribió en 1949 y que fuera llevada al cine en 1991 por Bernardo Bertolucci.
Sobre el particular había optado por hacerle caso a Paco Nadal: para el viajero español la discusión en estos tiempos de viajes al peso resulta ociosa pues todos nos hemos convertido de alguna manera en turistas; ergo, el viajero que inmortalizará la literatura de viajes no existe, fue devorado por las fauces del consumismo y la cultura Lonely Planet.
En eso andaba, confieso, me había acomodado al rollo de Paco Nadal, a quien sigo desde hace mucho y también al del ultra promocionado Alan Estrada, más conocido como Alan x el Mundo, el youtuber viajero más famoso de habla hispana. Para el mejicano la dicotomía viajero-turista no existe. Es una mera discusión elitista. Una pérdida de tiempo.
Pamplinas, renuncio públicamente a esta -felizmente corta- abdicación principista. ¿Cómo que no existe el viajero químicamente puro?, ¿cómo que ser viajero es casi lo mismo que ser turista? A las pruebas y las reflexiones me remito, que lo diga mejor que yo Michel Onfray, capo de capos: “El turista compara, el viajero separa. El primero se queda en las puertas de una civilización, roza una cultura y se contenta con percibir su espuma, con captar sus epifenómenos, de lejos, como espectador comprometido, militante de su propio arraigo; el segundo intenta entrar en un mundo desconocido, sin prevenciones, como espectador libre de compromisos, con cuidado de no reír ni llorar, de no juzgar ni condenar, de no absolver ni lanzar anatemas, sino deseoso de captar su interior, de comprender en el sentido etimológico. El comparatista designa siempre al turista, el anatomista señala al viajero”.
Potente, ¿no? Les dejo este largo pero muy entretenido texto de la periodista y experta en literatura de viajes Juliana González-River, colombiana, publicado en Altaïr. Léanlo para que se solacen con las diferencias entre unos y otros. Agua y aceite, como dirían en mis pagos.
Saludos desde Santa Cruz de la Sierra, Bolivia.
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