Concuerdo con Julieta Quirós, la investigadora del Instituto de Antropología de Córdoba que acaba de cerrar una magnífica exposición sobre la vida rural en Traslasierra, valle de San Javier, provincia de Córdoba, cuando afirma que “la agricultura campesina, diversificada, libre de veneno y productora de territorios sin venenos, es la agricultura del futuro”.
Cuánta verdad tiene su aseveración.
Como lo he comentado en otros posts, vengo recorriendo los campos de las comunidades campesinas de Huancco Pillpinto y Huayllafara, en el pródigo valle de Lamay, en el Cusco, dos territorios asolados por las mismas penurias: el éxodo poblacional y la crisis de la agricultura tradicional.
Lo paradójico es que en ambas comunidades los campos de cultivo siguen produciendo de todo, maravillosamente; han sabido mantenerse así durante centurias. Mágico: en Huayllafara, el día de ayer, los topos de quinua amarilla copaban las quebradas con su belleza inaudita.
Sin embargo, pese a tanta riqueza y patrimonio cultural, sus pobladores viven en la pobreza y sus productos no valen nada en los mercados que tienen a la mano.
Claro, un observador despistado podría afirmar que lo que deberían hacer es salir a buscar mercados alternativos a los que frecuentan. O simplemente sembrar productos con mayor demanda, que los hay y a pastos: de pronto alcachofas, paltas, espárragos, soya, cítricos…
No lo hacen, permanecen tercos en sus costumbres y apegados a su calendario agrícola. El tránsito de los cultivos tradicionales, incorporados al ADN comunitario, que por cierto algunos programas de desarrollo están favoreciendo, a los commodities de moda en el agro de la región no lo están dando.
Qué bueno que así sea. Como dice la antropóloga argentina los cultivos campesinos constituyen un mercado que se expande geométricamente y están a punto de convertirse en la vedete de la alimentación citadina -y también rural- en el planeta entero.
Dice más la entrevistada: “La producción campesina o agroecológica necesita de una política de Estado de apoyo, acompañamiento y fomento. Para que estos y otros alimentos sanos, producidos por las manos de miles de familias cordobesas –el valle de San Javier se ubica en esa provincia- puedan traspasar las fronteras de los pueblos del interior y llegar al consumidor de la ciudad, el Estado debe implementar acciones concretas. El productor familiar precisa dos tipos de acciones, que deben ir juntas por una relación sinérgica: por un lado, una política clara y sostenida en apoyo a la capitalización en infraestructura. Y por otro, un acompañamiento territorial y técnico en la cadena de producción y comercialización”.
Si el Estado hubiera procedido así en Chinchero no estaríamos en este momento enfrentados con los que defienden la mega obra aeroportuaria. Por el contrario, los infinitos tonos de verde que revientan en la meseta en tiempos de cosecha serían la confirmación de un agro saludable con familias de productores agrarios ganando lo que deberían ganar.
Eso no sucedió, lamentablemente; tanto es así que el propietario campesino, cansado de arrastrar miserias y fracasos agrícolas, terminó siendo el mejor aliado de los proyectos modernizantes que algunos miden en bolsas de cemento y corruptelas al por mayor.
Hay que insistir, lo vengo diciendo en todos los tonos, en el replanteamiento de las actividades económicas del territorio rural de nuestro país, ese espacio tan vital del Perú que se ha convertido en un acelerado productor de migrantes. Y de pobres.
Termino citando este párrafo de la muy ilustrativa entrevista a Julieta Quirós: “El Movimiento Campesino de Córdoba viene trabajando local y territorialmente en todas estas cuestiones. Es un trabajo hormiga que se hace en y desde cada territorio, y que depende de generar y fortalecer lazos cotidianos entre las familias y productores, redes de producción y comercialización justa, conciencia y defensa del derecho al arraigo de la gente de campo en el lugar de pertenencia. El Estado debe trabajar a la par de organizaciones como ésta, cuya función social en la práctica va mucho más allá de la «cuestión campesina»: se trata de iniciativas que generan desarrollo local y regional en el interior de la provincia, fortalecen modos de producción agraria ecológicamente sustentables, promueven derechos efectivos de ciudadanía (acceso a salud, educación, trabajo) y tejen redes de abastecimiento de alimentos sanos entre el campo y la ciudad”.
Asumo como mío ese ideario. Estoy trabajando en eso con los promotores de La Base Lamay. Les cuento más dentro de unos días.
Buen fin de semana para todos.
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