Puerto de Santa Rosa, Loreto. Tres de la mañana en Tabatinga, Brasil. Una brisa fría y penetrante ha cubierto la madrugada con un manto de oscuridad mayor a la de cualquier noche. En este trópico del fin del mundo cualquier cosa puede suceder. El chofer que nos ha recogido en Leticia, Colombia, mira repetidas veces por el espejo retrovisor de su mototaxi tratando de encontrar alguna señal que nos termine de decir que esto se acabó, que el viaje acaba de llegar a su punto final. No hay vuelta hacia atrás, estamos en un territorio apache a merced de ladrones, sicarios, traficantes de droga, policías corruptos, todas las plagas del apocalipsis.
“Aquí me asaltaron y casi me matan …esta calle es un callejón peligroso…cruzar los dedos”, susurra.
Nos deja a toda prisa en el puerto, abandonamos con pavor el vehículo que fue por unos minutos nuestro seguro refugio. Un hombre se acerca para cargar nuestras pertenencias o a quitárnosla para siempre. Cojo de prisa mi mochila y empiezo a caminar en dirección de la luz tenue que espero sea de la embarcación que habrá de llevarnos a la otra orilla del Amazonas.
Nos separan de ese nuevo refugio cincuenta pasos que son los que hay que dar para atravesar la sucesión de tablones que alguien puso para llegar a nuestro lugar de embarque. Los doy con resolución y mucho miedo. En este tramo de nuestro recorrido somos las pobres criaturas que se alejaron de la manada para ingresar, torpes y abatidas, al territorio de su depredador.
El mundo entero se ha paralizado. La noche asusta, desprotege, hace más lenta la agonía. Solo queda avanzar.
Como sea llegamos a la lancha, no nos ha pasado nada. Decenas de ojos nos miran con simpatía, solidarios con nuestra marcha, la manada nos recibe cariñosa. Iniciamos todos juntos el cruce del gran río, el piloto masculla algunas frases en portuñol mientras alumbra con su linterna el infinito. Nuevos peligros nos asechan, una palizada, un remolino, lo que sea que se interponga entre la nave y lo que los dioses dispusieron.
Llegamos por fin a Santa Rosa. Hemos cruzado el Amazonas que en esta triple frontera es el río Mecong o el Congo.
A las tres de la mañana en este punto del planeta tu vida vale tanto como tu suerte.