Mi opinión
Durante más de dos años, casi tres, fui testigo de excepción de los esfuerzos y la garra de Marcela Olivas, la directora del Museo Nacional Chavín, por hacer del museo que guarda las piezas más notables de la antigua civilización el gabinete de artes y ciencias que los peruanos nos merecemos. Entre los riscos del Huantzán y las terrazas que va formando el río Wacheqsa, apurado en entregar sus aguas sacras al turbulento río Mosna, a unos cuantos metros de la actual ciudad de Chavín, floreció una cultura, para muchos entendidos la primera surgida en el territorio panandino, cuyos hombres y mujeres fueron capaces de dominar la tierra, domeñando también las aguas de los torrentes que bajan de la Cordillera Blanca para crear uno de los paisajes más inauditos y bellos de los Andes del Perú.
Me alegra sobremanera comprobar que el sueño de Marcelita, una de sus muchasquimeras arqueológicas y culturales, se haya cristalizado en el renovado museo que espero muy pronto visitar. Felicitaciones a los artífices de esta osadía, en especial a los amigos de la compañía minera Antamina –Gabriela Antúnez, Milton Alva, Guillermo Rojas y tantos más-, a Peter Fux, del Museo Rietberg de Zürich, a los esposos John y Rosa Rick, a la arqueóloga María Mendoza, a Alejandro Espinoza, a Augusto Bazán, a don Zózimo, a Sonia y a una larga lista de creyentes en la recuperación del legado chavín. En estos días, estoy seguro, sus dioses deben estar de fiesta.
Emulando la compleja red de caminos y túneles que caracterizan el Monumento Arqueológico Chavín de Huántar, ubicado en Áncash, el museo nacional que lleva el mismo nombre ha sido diseñado en forma de laberinto. Aunque fue inaugurado en el 2008, es desde abril último que sus instalaciones presentan una didáctica disposición de sus piezas, incluye los últimos hallazgos y exhibe el restaurado Obelisco Tello, emblemática creación de la cultura Chavín y objeto central del museo.
Financiada por el Ministerio de Cultura y el Fondo General de Contravalor Perú-Japón, la remodelación divide el recinto en 14 salas. “Cuando fue inaugurado se hizo una museografía, rápida y elemental. Continuó así durante casi ocho años mientras se conseguía el financiamiento para una implementación adecuada”, precisa Marcela Olivas, directora del museo. El resultado, tras 19 meses de intenso trabajo, es una exhibición que logra sumergir a los visitantes en los orígenes, desarrollo y ocaso del centro ceremonial.
Entre las más de 300 piezas que forman la colección, destacan 32 cabezas clavas, dos de ellas bautizadas como silbadoras, que es parte de los descubrimientos del Dr. John Rick y su equipo en el 2013. Ambas se exhiben por primera vez al público.
Otras piezas importantes son las cinco cornisas y trece lápidas con iconografías divinas talladas en alto y bajo relieve, una serie de pututos o trompetas sagradas, la reproducción a escala real del Lanzón, esculturas en miniaturas con rostros antropomorfos y zoomorfos, cuentas hechas de huesos de camélidos, fragmentos de ceramios, morteros, entre otros vestigios.
El regreso del Obelisco
La denominada “joya del museo” se ubica en la novena sala. Se trata de una escultura lítica de 2,52 metros labrada en sus cuatro caras. El tallado representa dos seres míticos, dragones o caimanes, con atributos femeninos y masculinos. Cuando fue hallada por Julio C. Tello, en 1919, presentaba una fractura en la parte superior, pero al poco tiempo se logró encontrar el segmento que faltaba.
El obelisco permaneció en Lima durante 90 años, pero tras la construcción del museo en Chavín fue devuelto a su lugar de origen. Allí se descubrió que para su primera restauración se usaron hierro y cemento, materiales inadecuados que ponían en riesgo la preservación de la escultura. La situación obligó al grupo de arqueólogos dirigidos por Luis Guillermo Lumbreras a recurrir a especialistas suizos y al aporte económico de la minera Antamina.
Catalogada como «una operación de riesgo extremo» por Olivas, la intervención se realizó durante el 2014 y el 2015 por el arqueólogo Peter Fux y los conservadores Gregor Frehner y Horacio Fernández, los tres enviados por el Museo Rietberg de Zürich. Ellos desmontaron la pieza y colocaron una barra de acero inoxidable en medio del obelisco para unir los fragmentos separados. También se construyó una base de granito que reemplazó a la de concreto armado. El tratamiento que se le dio a la icónica escultura respetó los códigos internacionales para la recuperación de obras de arte y solo se usaron materiales biodegradables.
«Hicimos lo que nadie se atreve a hacer en el Perú, intervenir piezas originales para recuperarlas y ponerlas en valor”, afirma Olivas mientras revela otro anhelado sueño: restaurar la Estela de Raimondi y traerla de regreso a Chavín de Huántar. Lugar al que pertenece.
MÁS INFORMACIÓN
Lugar: Museo Nacional Chavín de Huántar. Dirección: Av. 17 de Enero, Prolongación Norte, a 1,6 Km del monumento arqueológico. Horario: de martes a domingo, de 9 a.m. a 5 p.m. Tarifas: adultos S/7, estudiantes S/3,50 y niños S/2.
28/5/2017
https://soloparaviajeros.pe/lugares/monumento-nacional-de-chavin-ancash/