Mi opinión
¿Saben una cosa? Fui amigo de Maritza Garrido Lecca, la mujer que volverá a las calles de esta ciudad llena de temor después de cumplir la condena de 25 años de prisión que le impuso el poder judicial de nuestro país. Terminan para ella cinco lustros de reclusión, de encierro, por haberse adherido al movimiento criminal más sangriento que hemos conocido. Su historia, que acaba de contar nuevamente la revista Somos, con foto de carátula y gran despliegue de opiniones, es archiconocida. La bella bailarina de Miraflores se convirtió de la noche a la mañana, en avezada guardián del feroz Abimael Guzmán.
Qué miedo…
A mi, francamente, veinticinco años después de producidos esos hechos, su relato personal si algo me produce es pena. Pobre generación la suya, pobre país el nuestro. Los que debieron ser temporales arrebatos de juventud –la adhesión a cualquiera de los tantos violentismos en boga- se convirtieron para ella en los barrotes que cercaron para siempre su libertad. Lo digo burguesamente hablando, la de Maritza Garrido Lecca ha sido una vida tirada a los rieles del tren de la historia. Y punto.
No milito, entonces, en la causa de los que piden su encierro indefinido y claman por no sé qué tipo de arrepentimiento suyo. He leído los tuits de la bloguera Carla García acusándola más o menos de ser la versión peruana de Charles Manson; también los comentarios insuflados de fervor patriótico del congresista Tubino, quien fiel a su estilo bélico considera que su liberación pone en riesgo la seguridad del Estado.
Hay que calmarnos, la susodicha, como Polay, cumplió su condena y calabaza, calabaza. Que los servicios, ahora sí, de seguridad del estado que ella recusa y seguramente quisiera destruir, le pongan el ojo encima y la devuelvan a la chirona si es que vuelve a las andanzas.
Yo solo aspiro, lo dije hace un par de años cuando se tocó el tema de su excarcelación por primera vez, que encuentre la calma que va a necesitar para reintegrarse con buen pie a la vida civil y desde allí poder desfacer sus entuertos personales.
Ese es mi más vehemente deseo. Como lo acabo de mencionar, fue mi amiga, la recuerdo con cariño, era una chica talentosa, bastante tozuda para mi gusto pero llena de bríos. Hace varios años nos tropezamos en uno de los patios del penal de Santa Mónica, en Chorrillos y entre nosotros solo hubo tiempo para los afectos.
La he perdonado, comprendo, me atrevo a decirlo, su infierno personal.
No aspiro a que le levanten estatuas de fieltro ni mucho menos que la conviertan en la invitada de lujo de los pasquines televisivos que dirigen los Beto Ortiz y Nicolás Lúcar. Tampoco que la destripen los defensores de la democracia y los derechos humanos que ahora se llaman Philip Butters, Mónica Delta y Milagros Leiva. A ellos no les interesa la reconciliación nacional, a esas personitas solo les interesa capturar audiencias. Qué importa si para ello se deba apelar al inconsciente antichileno, racista, homofóbico que nos habita. O al miedo.
Miremos al costado, sugiero. En Colombia, pese a los cantos de sirena de un trasnochado militarismo, ha vencido la cordura, la reconciliación, el perdón. Lean sino lo que acaba de decir el papa Francisco en Villavicencio, una localidad cargada de violencia que visité con Gonzalo Lugon hace un par de años: “Cuando las víctimas vencen la comprensible tentación de la venganza, se convierten en los protagonistas más creíbles de los procesos de construcción de la paz”.
Esa es la ruta, queridos, tenemos que vencer la humana tentación de la venganza. Tenemos que militar en la causa del perdón. Tenemos que enfrentarnos a los odiadores – esos que quieren seguir medrando con el dolor de las víctimas- y con las armas de la civilización, no las suyas que son las del odio.
A todos nos tocó ser víctimas en esa época dramática, de tanto dolor, de tanta esquizofrenia. Ahora solo nos toca sanar, nuestro cuerpo no aguanta más dolor. Dejemos atrás el tiempo del odio y las fricciones por cualquier cosa. Bajemos las armas,
Bueno, ya dije lo que tenía que decir. A otra cosa, mariposa.
Les dejo el testimonio de Daina D’Achille, la hija de la recordada Bárbara D’Achille, la valiente periodista asesinada a pedradas, lapidada como se dice, por la horda senderista. La entrevista que ha publicado Somos me ha llenado de ilusión. Qué valentía la suya.
¿Qué pasó después de ese día?
Busqué a José Carlos hasta que finalmente logré hablar con él y ha sido muy bueno. Somos un grupo de personas que estamos ahí, todas como yo, normales, comunes y corrientes, que necesitamos un espacio para conversar; sean de donde sean y hayan hecho lo que hayan hecho o recibido, tenemos que perdonar y seguir adelante pero para algo mejor. Toda la violencia que se vive ahora viene de algún lado. Entonces, así como yo me tengo que curar, a nivel de sociedad también tenemos que hacerlo, y ¿cómo lo vamos a hacer? Conversando, conversando y conversando. Estoy leyendo un libro de Carlos Iván Degregori y ahí está todo lo que yo no puedo decir con palabras.
Hay un fuerte sector de la población que piensa que terrorista muere terrorista, y que con ellos no puede haber olvido ni perdón.
Mira… la justicia ha hecho lo suyo, han cumplido ante la ley. ¿Cómo nos regimos como sociedad? Bajo las reglas de la ley. En todo caso, si vamos a estar así tendríamos que ir contra la ley. ¿Qué voy a hacer yo? ¿Me van a devolver a mi madre viva? Si incito a la violencia, ¿mi mamá va a revivir? Entonces, hasta por respeto, todas las personas que hemos perdido a alguien tenemos que hacer una sociedad mejor.
La existencia del Movadef y atentados como el del miércoles (donde murieron tres policías en Huancavelica) generan mucho temor en la gente.
El peligro está en crear zozobra, en no tener estrategias posconflicto por parte de todos, el gobierno, los partidos políticos y los los medios de comunicación. La violencia que hemos vivido y sus efectos, que vemos ahora, no desaparecieron solos. Yo trato de tomar todo lo que veo y escucho en las noticias con mucha cautela. Cuando pasó lo de mi mamá, hubo varias versiones por un tiempo. En realidad, todas las personas pueden causar daño, no solo las que salen de prisión. Necesitamos esforzarnos todos por generar menos desconfianza y tener más respeto, entre otras cosas, desde todas las esferas, y llevar a cabo el proceso de reconciliación, que es un camino largo que hay que empezar cuanto antes. Es mi simple opinión.
9/11/2017
Más info sobre Bárbara D’Achille en: