Mi opinión
Me cae bien Jean Beausejour, el futbolista chileno que en estos momentos disputa la Copa América Centenario en Estados Unidos por su selección y conocido activista mapuche. La entrevista que les propongo se la acaba de hacer el periodista Pato Fernández, de The Clinic, otro referente, y me gusta por la claridad con que el deportista repasa su vida en el apartheid social donde creció, sus pasos por Europa y sus expectativas como ciudadano frente al futuro de su país.
He tenido la oportunidad de ver crecer a un grupo grande de pequeños futbolistas del club Alianza Lima durante los años que trabajé en el colegio Los Reyes Rojos, así que puedo afirmar que soy testigo de excepción del maltrato que la sociedad suele dar a estos muchachos de poco más de veinte años, pobres en su mayoría, que de pronto se llenan de plata y caen en las tentaciones de la carne y los demás excesos. De eso y de más cosas habla el bueno de Jean Beausejour, uno de los quince miembros del Consejo Ciudadano de Observadores del Proceso Constituyente de Chile, una instancia del más alto nivel creada por la presidenta Michelle Bachelet con el objeto de contribuir al desarrollo transparente del proceso constituyente que se llevará a cabo durante este año en el hermano país del sur.
Beausejour y Patricio Fernández componen este cuerpo de observación. Y ambos están muy comprometidos con la suerte del pueblo mapuche. Qué interesante, voy a seguir observando este proceso.
El futbolista y miembro del Consejo Ciudadano de Observadores (CCO), Jean André Emanuel Beausejour Coliqueo, acaba de cumplir 32 años. Lo festejaron en California sus compañeros de la selección, a la espera del partido con Argentina por la Copa América Centenario. Yo no puedo hablar de él como futbolista. Soy un completo ignorante al respecto. El día que Jean estaba en Barinas a punto de enfrentar a la selección venezolana, incluso lo llamé para preguntarle si asistiría esa tarde a la reunión que el CCO tenía con la presidenta Bachelet en La Moneda. Creo que me contestó “no alcanzo, estoy en Venezuela”.
Beausejour es amable, modesto, culto, viajado, vivido. Tras conocerlo, resulta ridículo e inaceptable escuchar a esos que menosprecian su capacidad para este puesto (crítica de la que tampoco me salvo yo), simplemente porque juega a la pelota. “¿Cómo alguien puede ser tan estrecho de mente que imagina que un futbolista, o cualquiera, sólo puede opinar sobre el ámbito en que se desenvuelve, y no pueda tener otros intereses?”, se pregunta él. Antes que cualquier otra cosa, Jean se sabe mapuche. Ha vivido entre Villa Francia, Ginebra, Vitacura y Londres, pero es en la comunidad sureña de su abuelo Coliqueo donde echó raíces desde niño. Cada vez que puede se arranca para allá.
Esta conversación comenzó en Punta Arenas -“¿por qué acá tomarán tanta cerveza si hace tanto frío?”, se pregunta-, donde fuimos a observar un encuentro local autoconvocado por una organización indígena que, al saber que asistiría, aprovecharon de hacerle un reconocimiento y le regalaron un galvano. Todos se quieren sacar una foto con él cuando se lo encuentran. Para el discurso del 21 de mayo, fueron muchísimos los parlamentarios y otras autoridades que se lo pidieron. Siempre dice que sí, jamás como una estrella. “Oye, te pareces mucho a Beausejour”, le comentaron en un bar. “Siempre me dicen lo mismo”, respondió el ciudadano Jean Beausejour Coliqueo.
– Tú eres haitiano, mapuche… Cuéntame tu historia.
Mi mamá es 100% mapuche, por padre y madre. Mi papá es un haitiano que llega a Chile por estudios. Creo que estaba haciendo un postgrado no me acuerdo en qué. En eso estaba cuando se metió con mi mamá. Yo tenía un año cuando ellos se separaron. Fue una historia muy corta la que tuvieron los dos. Mi crianza y formación la asumieron mayormente mis abuelos. De mi papá no tengo imágenes cuando chico. Me volví a encontrar con él después de mucho tiempo, ya de adolescente, y hemos tratado de construir algo más basado en la buena onda que en las cuentas pendientes, lo que no es nada fácil, porque siempre hay heridos en el camino.
– Tu mamá, en cambio…
Ella es la que siempre ha estado presente. Se ha bancado momentos duros. Tanto ella como mi abuelo han sido los sostenes de mi vida. Yo nací en el hospital Paula Jaraquemada, soy de Estación Central, de Las Rejas. Crecí en unos blocks donde mi abuelo tenía su departamento. Ahí vivía con sus 5 hijos. En los veranos, cuando terminaban las clases, nos íbamos a la comunidad al sur. En ese tiempo viajábamos en tren, desde la Estación Central. Era un viaje de mil horas. Me acuerdo que yo cachaba que quedaba menos cuando pasábamos por el puente de Malleco, que era como la gran atracción, aunque al final no ves nada, porque la misma estructura del puente lo tapa.
– Cuéntame más de tu infancia.
Nací el año 1984. Alcanzo a tener recuerdos de la última parte de Pinochet. Yo vivo muy cerca de la Villa Francia. A fines de los 80 me llevaban –siendo cabro chico- a mirar las barricadas, y como vivía en la esquina, cuando venían los pacos todos se metían a mi casa. Las protestas para mí eran eventos divertidos, igual que las concentraciones de la CUT. El día del trabajador yo lo veía como un acontecimiento, porque mi abuelo me llevaba y escuchábamos los discursos de Manuel Bustos. Ahí entendí que existían partidos políticos. Como a mí me gustaba el fútbol, veía que ellos llegaban con sus banderas de colores, pero no para apoyar a sus equipos, sino a sus
– ¿Te sientes mapuche desde que tienes memoria o hay un momento en que tomas conciencia?
Ser mapuche es algo que viene conmigo desde que tengo uso de razón. No es algo que me haya pasado ahora con el despertar de la nueva generación mapuche. Mi familia siempre llevó con mucho orgullo el ser mapuche. Como una distinción. Yo siempre escuché que nosotros llevábamos siglos y siglos en esta tierra. Nunca fue un peso. En el colegio exigía que me dijeran los dos apellidos: Beausejour Coliqueo.
– O sea, creciste como un mapuche con cara de haitiano.
Es raro, porque lo que más aflora en mí es el haitiano, y yo, sin querer esconderlo –siempre digo que tengo la fortuna de pertenecer a dos pueblos muy revolucionarios, el haitiano, que fue la primera colonia en independizarse de Francia, y el mapuche, pueblo que nunca fue conquistado por ninguna colonia extranjera-, llevé más bien el orgullo de ser mapuche.
– Pero no sólo por eso eran distintos los mundos de tu papá y tu mamá. ¿Tu papá trabajaba para Naciones Unidas, no?
Sí, era un funcionario internacional. Siempre ha estado más vinculado al mundo académico. En la ONU participa siempre en investigaciones. En Haití es muy activo políticamente. Ha formado parte de misiones en África, siempre vinculado al tema del género.
– ¿Y la familia de tu mamá, mapuchísticamente hablando, también es bastante política, según me has contado?
He tenido la suerte de que en mi casa siempre se comentó la contingencia. No nos hacían vivir en una isla. Tanto mi abuelo como mi abuela fueron opinantes. Eran muy críticos a la dictadura. Mi tío, que yo le digo “mi hermano Patricio”, ha desarrollado más esa parte, desde su lugar de profesor bilingüe mapuche-castellano.
– ¿Te gustaría que tu hijo fuera futbolista?
Si bien uno a los hijos los apoya en lo que hagan, no me gustaría que se dedique a esto. Yo me fui muy joven de la casa, a los 18 años, y no volví más. Me perdí cumpleaños, gran parte de la vejez de mis abuelos, no vi crecer a mis hermanos, cosas familiares que no hay dinero ni logro que te las devuelva.
– Me contabas que de repente gastabas en una comida lo que ganaba tu abuelo en un mes.
Claro. De vivir en el barrio universitario de Concepción pasé a Ginebra sin escalas. Allá me encontré con el mago Valdivia. Con él hemos tenido una historia juntos. Hemos ido avanzando simultáneamente de Conce.
– Hasta que diste el salto.
En la U de Conce hicimos un muy buen año, y me llaman para la sub 23. Lo hice bien en el campeonato olímpico y me llamaron de vuelta a la Católica. Duré sólo 6 meses y partí a Suiza. Al mismo tiempo fui convocado para la selección adulta. O sea, me cambió la vida. Pasé de ganar en nuestras carreras, él con todo su talento y yo desde el sacrificio. Nuestros caminos han ido en paralelo. Yo en Chile no tenía auto, y llego allá y me pasaron un terrible Mercedes Benz. Acá vivía en una pensión y allá tenía un inmenso departamento que me pagaba el club, al lado del lago Lemán. Vivía en Nyon, un pueblito precioso, donde hoy está la sede de la UEFA. Un pueblo más allá vivía Phil Collins. Un pueblo más allá vivía Schumacher.
– Cuéntame más de tu vida en Ginebra con el mago Valdivia.
¡Lo pasé más bien que la cresta! Yo tengo 4 o 5 amigos en la vida, y uno de ellos es el Mago. Es genial, irreverente, muy incomprendido. Se le tilda de muchas cosas, pero él no está loco. Debe ser una de las personas más profesionales que conozco. Llega a ser talibán en muchas preocupaciones, por ejemplo, en su alimentación. Quizás pierdo objetividad, pero aparte de todo el talento que tiene, no hubiese conseguido nada sin profesionalismo. También hemos tenido momentos de esparcimiento y han sido lindos. Así como le hemos metido profesionalismo con todo, también nos hemos divertido con todo. No tengo empacho en decirlo, porque es parte de mí.
– ¿Cómo te definirías políticamente?
Yo no soy de partidos. En política soy re parecido a lo que hago en la cancha. Juego por los mismos sectores en ambos escenarios: por la banda izquierda. Muy pocas veces traspaso el límite de la banda izquierda hacia fuera, porque no soy extremista. Me muevo entre la banda izquierda y un poco al centro, con matices. Y no recuerdo en mis años de futbolista haberme ido a jugar por la derecha.
– ¿Y esto qué significaría en término de convicciones?
Me importa la igualdad social, la educación, la salud, las cosas con que la gente tiene que lidiar todos los días. No sé nada de OCDE ni de tratados de libre comercio con la Comunidad Económica Europea, ni de IPC. No es que crea que no son relevantes, pero a mí me interesan, como dice don Joaco, “los problemas reales de la gente”. Yo vivo entre Vitacura y Estación Central. No es que a mí me comenten; yo paso semanalmente de un lugar al otro.
– ¿Y qué ves?
Mi familia sigue viviendo en Estación Central en el mismo block y departamento de siempre, sólo que mi abuelo ahora tiene sillones de cuero, un LCD, internet, atrás tiene una parrilla linda, pero nunca se han querido mover de ahí. Yo he terminado por encontrarles la razón. Uno quiere crecer con el entorno, no quiere alejarse. No es lógico emigrar a medida que te va mejor.
– Pero ahora tu vives en Vitacura, y de una parte eres rico, porque tienes plata, pero de la otra no, porque tienes una historia. Háblame de estos dos mundos.
Yo llego al block donde vive mi familia desde un barrio que es el segundo o tercero con mejor calidad de vida, y me voy manejando un lindo auto. Por ahí deambulan jaurías de perros y muchachos que me piden dinero para amainar sus vicios. Eso lo vivo constantemente y ellos no me ven como algo diferente, sino como parte del entorno. Nunca he dejado de ir a mi población.
– Y si se viven todas esas situaciones difíciles ¿por qué entiendes que no quieran salir de la población?
-Uno tiende a justificar y dice “yo viví situaciones tanto o más difíciles que las de ellos, pero igual se sale”, aunque la verdad es que el medio ambiente sí marca el devenir de las personas. Para tener oportunidades no basta con programas sociales.
– ¿Qué cosas son mejores donde vive tu mamá, que donde vives tú hoy?
Allá la gente no anda con caretas. No le importa el qué dirán. Sus miserias o penurias no tienen miedo de exhibirlas. Pelean a grito suelto con el marido, y cuando peleamos en mi casa yo no tengo miedo de que me escuche todo el barrio, porque vivimos en un block, y uno pierde el pudor, porque como no hay espacio adentro para tender, saben hasta el color de tu ropa interior. Los grados de intimidad se pierden y la gente se muestra tal como es. Yo muchas veces me desperté con la música canuta de mi vecina de arriba, y los sábados en el departamento de al lado hacían el aseo con la radio fuerte y yo me tenía que comer su música no más. Es como vivir en comunidad.
– Cuando nos nombraron en el Consejo de Observadores, había los que le ponían tan pocas fichas al cuento que decían “¡pero si hay hasta un futbolista!”
Hubo incluso un diputado, creo que de la UDI, que graficó con su comentario, no sé si a él o a su sector, cuando dijo: “pastelero a tus pasteles”. Entonces yo me pregunté: ¿cómo alguien puede ser tan estrecho de mente que imagina que un futbolista, o cualquiera, sólo puede opinar sobre el ámbito en que se desenvuelve, y no pueda tener otros intereses? Eso reflejaba muy bien a un sector que no quiere ceder ni un milímetro del último chiche que les va quedando: la Constitución. Y con esto no quiero decir que la actual Constitución no tenga cosas buenas, porque nos ha regido hasta ahora y nos hemos entendido medianamente bien, pero me parece que la invalida el hecho de no haberla concebido en democracia. Su matriz no es válida. La Constitución en la que yo creo va a tener muchas cosas de esta Constitución, pero se va a validar porque habrá sido discutida en democracia. Entonces a nuestros hijos les podremos decir que en ella participó el mayor número de gente posible y no se dejó fuera a nadie.
– ¿Cómo describirías tu experiencia en el Consejo? Has participado activamente, has ido prácticamente siempre…
Para mí ha sido una grata sorpresa. Cuando me plantearon la posibilidad de integrar este consejo le di muchas vueltas. Algo de mí me decía que no tenía que participar, pero al final afloró el deber cívico, o republicano, o como le quieran llamar. También quise dar una señal como joven que para cambiar las cosas, aunque muchos dudemos del sistema actual –económico o político- la única manera de cambiarlo es tratando de intervenir. Para mí siempre iba a ser más choro plantearme en una postura crítica, y como tengo tribuna, siempre despotricar parece más atractivo que digan de uno “este tipo tiene crítica social”, pero lo que le digo a mi familia y a los que me preguntan a propósito del síndrome de Zamorano (Transantiago), es que siento que el objetivo es tan grande y tan rico que me da lo mismo perder lo mucho o poco que yo tenga de popularidad. Creo que la causa es tan grande, que no puedo calcular si me va a traer rédito o me jugará en contra. Lo hago porque me nace de las vísceras. Creo que es importante que jóvenes que no están metidos en política se interesen por los temas país.
– Y los futbolistas, tus compañeros de pega, ¿qué te dicen?
Me han hueveado bastante. Me joden con que soy personero de gobierno, que mi mail es @gob.cl, pero en general mucho apoyo. En cierta medida también sienten que uno los puede representar. Y yo he tratado de hacerlo con la mayor seriedad y respeto que me merecen los miembros que constituyen el Consejo, por más que con algunos tengo muy pocos puntos políticos en común. Son todos gallos dedicados y profesionales. Me han sorprendido para bien. Algunos tienen una hermosa capacidad oratoria. Yo también voy a aprender ahí. Intervengo cuando puedo aportar con ese sentido común proveniente de experiencias que otros no tienen, como el convivir en estos dos mundos que te contaba antes.
– De repente se le empezó a pedir a los futbolistas que sean ejemplo de vida, ¿Por qué?
A los jugadores resulta que se le exigen parámetros morales que ni siquiera se le piden a los políticos. A mí me sorprende. Queremos que tipos que están entre 20 y 30 años sean ejemplos de moralidad –y a mí no me gusta pegarle a los políticos, porque siento que muchas veces es injusto-, pero si uno hace un símil, aquí se pretende comparar a un político de 50 con jugadores de 20, y eso es imposible. Cualquiera a los 20 años se manda más cagadas que un futbolista. Los futbolistas diría que van incluso más avanzados que los otros de su edad. Cuando un futbolista la embarra, responde con una frase que ya me sé de memoria: “es por el ambiente en que creció”. Se le echa la culpa al estrato social, como si los ricos no chocaran a los 24 años, o no se compraran el terrible auto, o no les gustara la mina más rica. Tiene más que ver con la edad más que con la clase social.
– ¿Cuántos años en el fútbol te quedan?
Yo creo que puedo jugar tres años más a buen nivel. Después no sé por dónde voy a decantar. Soy reaustero en muchas cosas. Si bien me doy mis gustos, no vivo muy diferente a unos años atrás, salvo que a mis hijos trato de darles lo mejor. La verdad, no sé qué voy a hacer.
– ¿Y si marginamos la plata y ese tema lo damos por resuelto, hay algo que te gustaría?
Mi sueño frustrado fue ser profesor de Historia. Alcancé a estudiar kinesiología con beca durante un tiempo en la universidad, pero eso fue porque pensé que sería mejor estudiar algo vinculado al deporte. Fue en la Universidad de las Américas, que ya en ese tiempo era mala. Ahora estudiaría Historia, o Sociología, Ciencias Políticas o algo por ahí.
– ¿Has pensado incursionar en política?
De momento no, sin perjuicio que a mí me encanta la política. Ahora no me veo participando. En todo caso, el partido que más me gusta, donde siento que están pasando más cosas, es Revolución Democrática, aunque todavía no ando en la onda de militar. Ahí veo jóvenes movilizándose, y eso me gusta. Me gustan los jóvenes que participan y que no se quedan en la crítica. El germen de la antipolítica ha florecido en muchos sectores de la sociedad, cuando debiera florecer el germen de la participación y desde ahí tratar de cambiar cosas.