Invierno europeo de 1965. Manu Leguineche tenía poco más de veinte años cuando se entera de la llegada a Madrid de la Trans Word Record Expedition, la expedición liderada por Harold Stevens y Al Podell, dos periodistas iconoclastas que intentaban dar la vuelta al mundo para batir la distancia empleada diez años antes por un equipo estudiantil de las universidades inglesas Oxford y Cambridge.
Con ellos y con el fotógrafo suizo Willy Metter, asesinado en el 71 en Camboya por los soldados del Khmer Rouge y Woodrow Stams, redactor de un periódico de Illinois, el jovencísimo periodista nacido en el país vasco inicia su primera vuelta al mundo. Stevens, el Jefe, no llegaba a los cuarenta años; Al, judío de Brooklyn tenía 27; Wood, 25 y Willy Metter, bajito y de pocas pulgas, apenas 24 años .
En «El camino más corto», el libro que escribió doce años después de su vuelta al mundo, “un libro canónico de la literatura de viajes”, según Javier Reverte, el Manu reflexiona sobre esa manía absurda que tenemos los humanos de buscarle tres pies al gato y armar camorra. “Las tensiones comenzaron a producirse entre nosotros por razones que en otras circunstancias habrían parecido triviales. Willy y Al chocaban por un quítame allá esos tornillos, lo mismo que Wood y el Jefe. Yo procuraba mantenerme por encima de los rifirrafes con un solo objetivo, seguir adelante. Me producía terror la idea de volver. Las fricciones eran inevitables, aun vistas con frialdad.
Todos los teóricos de la ciencia social, que discrepan en tantos puntos, están al menos de acuerdo a la hora de afirmar que el contacto personal conduce al antagonismo y a veces a la violencia. Etólogos como Lorenz, estudioso del comportamiento de los animales, han descubierto algo más incluso, que “no hay amor sin agresión”. Ya sabía antes de partir que la agresividad es más intensa entre compañeros que entre extraños. El paisaje, la disciplina que requiere el desierto, el clima, influyen sobremanera en el comportamiento del viajero. Estoy por pensar que no existe expedición que no haya sufrido las consecuencias de la agresividad.
Yo había decidido no permitir que las disputas del cuarteto hicieran mella en mí; solo un tema me preocupaba: recibir en El Cairo la primera remesa de dinero enviada por el editor de mi revista. Por lo demás, había quemado mis naves y, como a los primeros navegantes, me fascinaba más lo que había por delante, la terra ignota, que la neurosis que había dejado atrás, en el asfalto de Madrid. Todo ello, a pesar del retraso tan considerable sobre los planes previstos. Entonces descubrí que los viajes puros son los que se hacen sin mirar el cronómetro o el calendario, sin preocuparse por el paso o el empleo del tiempo”.
Maravilloso y formativo descubrimiento. Buena semana para todos…