Hubert fue mi maestro en la Recoleta y desde esos lejanos días es también para mí un referente -EL referente- en materia de ética y ciudadanía. Salir de cacería detrás de sus citas, casi todas reunidas en “Los dientes del dragón”, su acerado libro publicado en 1995, lo tomo como un imperativo moral en estos días de convulsiones y guerrillas civiles. Se las dejo, ya van a ver la potencia del pensamiento de este heterodoxo sacerdote belga que amó al Perú como pocos.
“Contaban los griegos que Cadmos, fundador de Tebas, mató a un dragón y enterró sus dientes en el campo. De inmediato la tierra se cuarteó y, en lugar de espigas, asomaron cascos de bronce, puntas de lanzas y, finalmente, hombres armados: todo un ejército fantasmal programado para matar.
Me pregunto si no estamos, nosotros, sembrando los dientes del dragón sin darnos cuenta de que terminaremos siendo triturados por ellos.
El esforzarse, laboriosamente, por justificar la violencia propia arguyendo que “es el adversario el que empezó” nos devuelve al razonamiento de los acusetes de la escuela primaria: “él me pegó primero”. De hecho, la violencia siempre se presenta como una contra violencia; es decir, la respuesta a la violencia del otro”.
Los frisones, antaño, suspendían el cadáver de un familiar asesinado de una viga del techo y allí lo dejaban hasta vengar su muerte con la eliminación física del adversario.
La comarca se despobló”.