Que «Pacificum, el retorno anunciado», el recientemente estrenado documental de Evelyn Merino Reyna y Henry Mitrani, muy bien dirigido por Mariana Tschudi, deje tan rápido la cartelera capitalina, describe con patético realismo la forma tan absurda y suicida cómo nos relacionamos con el mar en el que nos ha tocado vivir.
Para darle peso a lo que digo, miremos un momento al costadito.
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En el año 2015, «Colombia, magia salvaje”, un film que describe la riqueza natural colombiana de la misma manera con que el tridente en mención, más la cámara subacuática del biólogo Yuri Hooker, han retratado la diversidad biológica que se esconde en el mar que nuestros políticos suelen llamar de Grau, se coló entre las diez películas más taquilleras del país, superando a producciones de gran presupuesto como “Veinte sombras de Grey”, “Terminator” y “Transilvania”.
2 367 860 colombianos llenaron las salas de todo el país para saborear la insuperable biodiversidad que alojan sus también fértiles tierras, cumbres nevadas, ríos, quebradas… y llenarse de orgullo, me imagino,
Un dato más, la película colombiana ingresó hace unos meses a la parrilla de Netflix que la está poniendo al alcance millones de espectadores más en los 190 países donde se distribuye. Impresionante.
Aquí, lamento decirlo, gobernantes y gobernados, todos, pareciera que solo tenemos tiempo libre para ponernos la blanquirroja cada vez que el camino a Rusia 2018 se vuelve a iluminar. De verdad.
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Un dato más para cerrar lo que digo. Este año Chile se convirtió en el quinto país del planeta con más kilómetros cuadrados marinos bajo protección. Chile, un país relativamente pequeño, que mira Rusia 2018 con la misma ansiedad que nosotros, puso en manos de la conservación casi tanto de su territorio marítimo como el que protegen Estados Unidos, Australia, Nueva Caledonia y Nueva Zelanda, los líderes planetarios.
Y si creen que aquello responde a burdas maniobras de su gobierno para bañarse de popularidad internacional, se equivocan. Han sido 411 indígenas rapanuis los que aprobaron en referéndum llevado a cabo en setiembre pasado la creación de un área marina protegida de 720 mil kilómetros cuadrados en los contornos de la Isla de Pascua. La última de las muchas que se han cristalizado en el gobierno de la presidenta que pronto entregará la posta a su sucesor.
Para los rapanui de la polinesia chilena, pobres de seguro, co-administrar con el Estado nacional la reserva que acaban de crear resulta imprescindible para acabar con el flagelo de la pesca ilegal que tanto los agobia.
Entre nosotros en cambio, el desdén por el mar nuestro roza con el escándalo. Tanto que me da la impresión de que la cerrada defensa de la Costa Verde que un grupo de capitalinos hiciera hace algunos meses, tenía más de inquina contra el alcalde de Lima que otra cosa. Si es que no es así que me expliquen por qué seguimos pensando que los únicos problemas de nuestra bahía se relacionan con el trazo vial que la circunda y el agobio de los que la usan para llegar a buena hora al trabajo o a lo que sea.
O para hablar de temas más coyunturales: ¿Por qué no se aprueba –desde el Ejecutivo, no desde una comisión del parlamento como ha ocurrido hace unos días- el proyecto de creación de la Zona Reservada del Mar Pacífico Tropical? Creando esa reserva marina tanto tiempo esperada por los pescadores del extremo norte peruano podríamos empezar a soñar con un cambio de rumbo…
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Vuelvo a Pacificum. Hagamos un mea culpa colectivo y tratemos de enderezar las cosas. Lanzo la propuesta, descabellada por cierto, de hacer coro para pedirle públicas excusas a los impulsores de la película que comento y empezar de nuevo.
Sí, de nuevo, aceptando que hay activos culturales que deben ser de obligado consumo. Finalmente, es cierto que todos queremos llegar a Rusia, pero sería inmensamente más sano, arribar a la Copa Mundial habiendo asegurado el futuro de todos.
En serio, lo que les digo es cierto: si no nos abocamos a salvar de una vez el mar peruano la catástrofe que se nos viene va a ser de proporciones apocalípticas.
Buen viaje…
Post Scríptum: ¿Cuántos miles de dólares gasta Prom Perú en una feria para promocionar nuestro destino turístico?, ¿cuánto invierte –o cuánto recauda- la Federación Peruana de Fútbol en cada fecha FIFA de esta larga cabalgata clasificatoria?, ¿cuánto vamos a desembuchar para que rujan los motores del famoso Dakar que ya va llegando?.
¿Por qué no hacemos una chanchita entre tantos ministerios y dependencias públicas y con esa plata convertimos a Pacificum –y de pronto a otras piezas de similar trascendencia- en herramientas de concientización y amor por el futuro?
Los chicos de este país tan extraordinario necesitan de material como éste para caer subyugados por lo que tienen y enamorarse para siempre del Perú que los va a acoger.
Estoy seguro que más que un gasto baladí, cuestionable, sería una inversión rentable. ¿Y saben por qué? Porque el filme de Mariana Tschudi es un alegato contra el absurdo, una oda cinematográfica que nos podría permitir “tomar conciencia de nuestra huella en el planeta” para empezar a ordenar la casa común.