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Rafo León: «No va a haber, felizmente, turismo masivo por mucho tiempo…»

Mi opinión

Las respuestas de Rafo León en la entrevista que ha publicado La República encajan perfectamente con el tono de lo que venimos conversando en esta plataforma desde la implosión del turismo global como consecuencia de la crisis generada por el COVID-19: el modo de turistear que se había impuesto, masivo, hiperquinético, banal, está herido de muerte. En todo caso, eso es lo que parece.

Rafo, lúcido como siempre, acierta al visualizar un tipo de turismo menos impulsivo, de nichos específicos y mucho más usuarios enemistados con las turbamultas, la excitación y, tiendo a pensar, con el show bussiness que convirtió a Instagram en la novísima caja boba. El recordado conductor de Tiempo de Viajes habla de un detox, una desintoxicación inevitable de un sistema que hacía agua por todos lados y estaba a un tris de otra masificación, la de la turismofobia.

Insiste, Rafo León, en resaltar la importancia del turismo interno, ese sector de la industria tan poco considerado por los capitostes del negocio y los gobiernos que pasaron. Les dejo la entrevista completita, Rafo sabe. Buena semana para todos.


Rafo León: “Antes que en un delivery pensaría en actividades económicas que beneficien a los pobres”
Emilio Camacho para La República

Moverse, no como turista sino como viajero, con afán de conocimiento y respeto por los lugares. Esa ha sido siempre la filosofía de Rafo León. Partir a lugares difíciles, como La Paz, en Bolivia, con sus complicados 3640 metros sobre el nivel del mar, que no la vuelven la ciudad más promocionada de laindustria turística en América Latina. Desplazarse, para conocer a gente valiosa, guardar esos contactos, y esperar a integrar esa red de conocimientos. Viajar. Soñar con viajar. La cuarentena sorprendió al periodista Rafo León mientras se recuperaba de un trasplante de rodilla. Y este tiempo en el que se ha quedado quieto le ha servido para pensar en este país tan heterogéneo, ese conjunto de personas que se ve todavía más desigual por la presencia amenazante de un virus.

¿Qué es lo menos importante que ha hecho durante esta cuarentena?

Creo que no he hecho nada importante (se ríe). Lo más importante es lo que me ha dado menos resultado, que es hacerme de una rutina, no me resulta posible. Por lo tanto, dejó de ser importante. He tratado desde el comienzo de ordenarme, de ponerme objetivos diarios, pero, ¿objetivos en función de qué? Si no sabes hacia dónde van las cosas. Hay trabajos pendientes que no sabes si van a tener continuidad. Y algo muy poco importante, que estoy dejando de hacer, es participar demasiado en las redes.

¿Y es un hombre que se traza metas ambiciosas?

Yo en general nunca me he trazado metas ambiciosas, sino no sería lo cagón que soy. No, no, más bien trato de vivir al día.

La idea del confinamiento debe ser difícil para alguien que hizo de los viajes un estilo de vida.

Sí, es paradójico. En estos días de confinamiento, lo que más deseas es lo que no puedes hacer. Yo tengo todo el tiempo imágenes de mis viajes, que se me aparecen y me dan vueltas en la cabeza, y son tan reales como los sueños que uno está teniendo en estos días. Puedo sentir el olor, las voces, la calidad del aire, la sensación del paisaje, todo eso, y, bueno, sí, no los puedo hacer de nuevo, quizá no los pueda hacer nunca más.

Cuando le han preguntado qué es viajar para usted, ha dicho: “Para mí viajar debe ser lo mismo que para el perro de la familia cuando lo sacan en auto: la oportunidad de asomar la cabeza al viento y dejar lagrimear los ojos ante el espectáculo de un mundo que por fin toma impulso para irse”

Sí pues, es esa sensación de salir de un espacio cerrado, de tu propio encierro personal y lanzarte a otra realidad marcada por la naturaleza, por gente muy distinta a ti, y por la utopía de cambiar radicalmente tu vida. Y digo utopía porque eso es imposible, y menos a mi edad. Aunque te confieso que si yo y mi esposa sobrevivimos a esto, una de las cosas a la que le estoy dando vueltas es a mudarme fuera de Lima. A pesar de que mi enclave en Lima son mis nietos, a los que lamentablemente no puedo ver.

¿Con la pandemia podemos perder la sensación de libertad que nos da viajar? Cuando la cosa se restablezca poco a poco, nada volverá a ser lo mismo.

Sí, bueno, ese es el cliché. “Nada volverá a ser lo mismo”. Pero nadie sabe qué es “lo mismo”, son construcciones que nos estamos haciendo. Cuando piensas en “antes”, estás haciendo un montaje de recuerdos y cosas. No es posible una fidelidad total al pasado. Lo que sabemos, por ahora, es que lo que se viene es una vida restringida, y para aquellos grupos a los que yo pertenezco por la edad, más restringida todavía.

Claro. De hecho, usted ha comentado que eso podría tener implicancias económicas. Los grupos de la tercera edad que venían por turismo al Perú ya no lo podrán hacer, por un tema de seguridad.

Sí, yo creo que el turismo es una de las cosas que más va a cambiar. Es una cosa paradójica. En turismo, la pandemia es una especie de detox, de desintoxicación que era inevitable. Lo que pasaba en lugares como Venecia, Barcelona, Praga o Machu Picchu no se sostenía más. La cosa se hundía. Lo bueno es que ese escenario va a cambiar por completo. Ya no va a haber, felizmente, el turismo masivo, por mucho tiempo. Los enfoques serán segmentados por nichos, grupos muy específicos: arqueología, observación de aves, arte, deportes, o lo que fuese. Y uno de los segmentos que va a desaparecer, volviendo a lo que me decías, es el de las personas de la tercera edad. Los jubilados de los países desarrollados conforman un segmento importante de viajeros, y acá los vemos en cantidades: gringos, ingleses, japoneses. Son viajeros excelentes, además. Exigentes pero muy dados al lugar. Cosa que la gente joven no puede hacer. Los millennials son un poco pezuñentos y no les importan los sitios. Habrá que buscar viajeros distintos, no tan consumistas, a los que no les interese el souvenir sino la integración al lugar que visitan.

Hablemos de la historia reciente. ¿Diría que a partir del 2000, los peruanos tuvimos que aprender a viajar de nuevo por el país? Habíamos superado a Sendero, los números del PBI -que a algunos les fascinan tanto- se fortalecían, las carreteras mejoraban.

Sí. La historia del turismo en el Perú tiene unos 60 o 70 años, pero estamos hablando de turismo receptivo. Por muchísimo tiempo el mercado interno no fue considerado turismo, no se le dio forma, no fue estudiado y menos planificado. Era una cosa confusa entre gente que iba a provincias a ver a su familia o la que usaba el fin de semana para irse a Tarma. Pero, como tú señalas, acabado Sendero, empieza a haber una mirada hacia adentro. Y no es casual que haya habido una conjunción de esfuerzos de personas que de diferentes ángulos colaboraron en lo mismo. Estoy hablando de Gastón Acurio y todo lo que desató en gastronomía. Pero también pienso en las artes populares, la fotografía, que tuvo un desarrollo exponencial. Hacia el año 2003 o 2004, tú entrabas a una librería y toda la góndola que te recibía estaba llena de estos libros sobre el Perú, que eran una maravilla. Y también hubo un aporte que yo hice a través deTiempo de viaje, en la televisión. Pero, ojo, el turista interno sigue siendo un segundón, aún ahora. Todavía hay abismos, desigualdades y rechazo. El comportamiento del turista, especialmente limeño, con lo nuestro, suele ser muy desagradable.

¿Los limeños somos antipáticos o algo peor?

Somos algo peor. La gente que viaja en sus camionetotas siente que está en su chacra, y maltrata, y no se interesa, se precia de su propia ignorancia. Pero eso está cambiando, hay gente joven que está viendo las cosas de otra manera. Pero en promedio todavía falta muchísimo.

Confírmeme un dato. Dicen que fue un viajante de carretera en su época universitaria, hacía autostop y dormía en las comisarías.

Bueno, no solo yo. Mucha gente de mi generación. Yo tengo casi 70 años. La gente de mi generación vivía muy oprimida por la casa de nuestros padres, y la universidad era una vía de ampliar nuestra visión del mundo. Además era la época del hipismo, en la que empieza a ponerse fuerte el rechazo a la cultura que te originó. Los jóvenes gringos iban a Katmandú en búsqueda de experiencias físicas y espirituales, y nosotros empezamos a mirar dentro del Perú, desde Marcahuasi hasta el Cusco.

¿Era posible llegar al Cusco haciendo autostop?

Claro. Yo lo hice muchas veces. Tú te parabas en la carretera, con un amigo, y te jalaba un camionero, y lo hacía porque lo ayudabas a que no se durmiera. Y he dormido muchas veces en las comisarías. Los policías nos cuidaban a cambio de un paquete de cigarros. Y nos cuidaban de verdad, y conversábamos.

Algo que no pasaría en este momento.

No, eso se acabó con Sendero. Y fue así, yo recorrí el Perú a dedo y llegué hasta el sur de Argentina. Se podía, con muy poco dinero.

Es curioso que un país tan centralista como el Perú, la postal de los últimos días sean personas escapando de Lima por la Carretera Central o por la autopista Ramiro Prialé.

Es algo inédito. Es una cosa extremadamente fuerte que te confronta con muchísimos aspectos de la vida del país que no queremos ver, el sacrificio de 500 personas, madres, niños, tratando de regresar a pie a sus localidades. Ahora, también te lleva a pensar que es un fenómeno multideterminado y algunos dicen que podría haber mano negra. No lo puedo afirmar, porque no tengo evidencia, pero llama la atención que de manera espontánea se junte tanta gente para una cosa así, esto no le quita nada de valor o de tragedia a lo que se está viendo. Y a eso se suma otra cosa. Esta gente está yendo a lugares en los que el número de contagios es muy reducido. Y eso va a reventar. Es muy fuerte.

Es algo que recién veremos en unos días.

Sí. Yo creo que esta comisión de sociólogos que ha formado Vizcarra debería ponerle especial atención a esto. Se está jugando la salud y la vida de mucha gente pobre. Ya hay gente que está caminando desde Pisco, desde Chiclayo, hay gente que camina desde Tacna hasta Puno, es terrible, ¿tú te imaginas el esfuerzo que es eso?

Cuando acabe esto habrá regiones que tendrán que contar su propio relato de la pandemia. Cusco es un caso, la región que recibe más turistas, la que en teoría estaba en más riesgo, ha controlado aparentemente el avance del virus.

Es interesante, hay que ver porqué. Cusco tiene una buena infraestructura hospitalaria pero tampoco es que haya algo a la altura de la actividad económica o el turismo. Y sin embargo tienen bastantes casos de recuperación y las cifras no crecen en la proporción nacional.

La otra cara de la moneda es el norte. Tiene ciudades que están al borde del colapso, como Piura o Chiclayo, y pequeños pueblos, como San Pedro de Lloc, su querido San Pedro de Lloc, que han tomado la única decisión que podía mantenerlos a salvo: bloquear sus vías de acceso.

Bueno, creo que no hay una sola explicación para lo que está pasando en el norte y que ocurre desde el primer día del encierro: que la gente no hace caso. Eso se mezcla con la entrada de gente por la frontera. Es un escenario muy confuso en una realidad culturalmente acostumbrada, más que al mercado, a la paradita. Tú no puedes romper de un día para otro ese hábito, en una realidad muy difícil como la del norte, que tiene sus propios códigos. Para empezar, la alimentación. Tú sabes lo importante que es en el país. En el norte es diez veces más importante. Y si la señora no prepara la comida a la que el marido y los hijos están acostumbrados: arroz, menestras, sopa, ala de pollo, eso no es comida y no se come.

Lo que implica comprar los ingredientes que corresponden.

Exactamente, el zapallo loche y todo lo demás. Entonces, si no se cumple con eso, para su familia, la mujer no está cumpliendo con su rol dador. Mira jueves santo, las cosas ya estaban gravísimas, pero si no se compraba pescado para el día siguiente era el fin del mundo. Son esos factores culturales que no se están trabajando.

Así que nuestra cultura gastronómica nos juega en contra.

Sí, pero tampoco hay que descartar a toda la gente que tiene que salir a trabajar. Mira, los mercados de Chiclayo, las paraditas, tipo Moshoqueque, son los más grandes del Perú, la gente los ha incorporado a su vida diaria, se ha acostumbrado a hacer todo allí, y eso no se puede cambiar de la noche a la mañana.

Otra región interesante es Tacna, con la frontera sur cerrada tendrá que reinventarse porque ha perdido su principal fuente de ingresos.

Allí entraban un promedio de 4000 visitantes chilenos por día, no todos considerados turistas, porque turista es el que pernocta. Muchos de ellos iban a comer, al oculista, al dentista, las chicas a ponerse tetas, porque la atención médica es buenaza. De repente se corta eso. Ahora, también creo que es una oportunidad para que los tacneños generen productos. Esa frontera tendrá que abrirse tarde o temprano.

De repente veremos motos llevando productos de Tacna a Arica.

Así es. Delivery de cebiche de Tacna a otro país. Puede ser.

Hemos mencionado lo del delivery. Hay este debate clasemediero de si debe volver este servicio.

Mira, yo no pediría comida por delivery, por un principio elemental de salud. Eso puede haber pasado por tantas manos, es una cadena de posibles contagios. Acá en la casa hemos aplicado una agradable economía de guerra, en el sentido de que nos alimentamos con lo que hay. Si un día almorzamos lentejas con ensalada, en la noche sopa de lentejas. Y se acabó la historia. Y rico, bien, no puedes andar quejándote de esas cosas. Para mí, el delivery es una cosa innecesaria. Ahora, para los restaurantes puede ser una salida. Pero antes que en el delivery pensaría en actividades económicas que beneficien a los más pobres.

¿Alguna vez, en alguno de sus viajes, tuvo alguna complicación médica que lo obligara a ir a un centro de salud?

Sí. Una vez en Cusco yo regresaba del Qoyllur Riti. Y la noche que llegué a la ciudad del Cusco me vino un cálculo renal en el hotel, que es algo espantoso. Y la atención que recibí fue muy deficiente. Tanto así que me escapé a los dos días de la clínica, y el médico que me vino a dar el alta estaba borracho, por la fiesta del Corpus, y lo hizo en el aeropuerto, delante de todos. Después, la productora del programa, en un lugar bastante remoto, tuvo que ir a una posta y la verdad es que le fue bastante bien.

Qué contraste. A usted le fue mal en una clínica privada y a su productora la atendieron bien en el sector público.

Exactamente. Encuentras esas cosas en el Perú. También está el maltrato al paciente. Ese maltrato lo ves sobre todo en la sierra y la selva. Estás esperando tu turno y de pronto una enfermera le dice a la mujer que ha llevado a su hijo para las vacunas: “La próxima vez que vengas así, toda cochina, no te atiendo”. Esa señora no volverá por la segunda dosis, a nadie le gusta que lo maltraten.

Hace unos años leí que Haití era uno de sus viajes pendientes, ¿logró llegar a Puerto Príncipe?

No, no. Me gustaría ir. Te lo digo con toda claridad: a mí las cosa bonitas no me gustan, ni en arte, ni en literatura, ni en viajes. A mí me gustan las cosas fuertes, interesantes. Me fascina la ciudad de La Paz, de donde la gente sale corriendo. Me gusta su garra, sus mil rostros. No me interesa lo bonito que pueda haber en Santa Cruz. No le creo al discurso turístico.

¿A qué libros ha vuelto en este encierro? ¿A Paul Bowles quizá?

A mí siempre me han gustado las biografías, y ahora estoy buscando autores más o menos contemporáneos, entre ellos, gente del grupo de Bloomsbury, Virginia Woolf, (Dora) Carrington, Roger Fry, toda esa gente brillante, y escritores norteamericanos de los 40, como Paul Bowles, que se movía en ese círculo y viajaba mucho.

De él sacó la idea esta de que hay que ser viajero antes que turista.

Sí, así es. Él es mi gran autor.

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