Por Marco Zileri para Mongabay Latam
- Su obra clave, Naturaleza tropical, acaba de ser traducida al español.
- Fue homenajeado en Lima, Perú.
- El perfil de un científico respetado y apreciado, según el relato de sus colegas.
Cinco datos clave
“Adrian es el tipo de persona que literalmente puede caer en una pila de excremento y, cuando se levanta, ya tiene varias hipótesis sobre las relaciones de interacción en la naturaleza”, relata entre risas Michael Goulding, eminencia en ecosistemas acuáticos neotropicales, al referirse al entomólogo Adrian Forsyth. “Es un tipo que piensa muy rápido, siempre reflexionando sobre cómo está conectada la naturaleza tropical”.
Los insectos preferidos de Forsyth son en efecto los escarabajos peloteros (dung beetles). Protegidos por un caparazón duro y brillante, estos pequeños pero tenaces coleópteros han hecho del excremento su fuente de vida: forman bolas con el excremento animal que transportan hasta sus nidos. Allí, como explica el científico, ese “botín” se intercambia por derechos reproductivos, y en su interior las hembras depositan los huevos que darán paso a la siguiente generación.
Forsyth ha pasado casi medio siglo en la selva, muchas veces literalmente a gatas, siguiendo el rastro de estos laboriosos insectos. “Lo que ocurre con los excrementos en el suelo de la selva tropical es uno de los grandes espectáculos de la naturaleza en escala mínima”, escribe. “La competencia por un recurso precioso en su momento más intenso: una batalla y una lucha llena de color y secuencias recurrentes. Es algo sencillo de presenciar. Tras atender el llamado de la naturaleza, en lugar de una vergonzosa y presurosa retirada, siéntese tranquilamente cerca del lugar de deposición. Los primeros invitados no tardarán en llegar”.
A partir de estas pacientes – y urgentes– observaciones, Forsyth desarrolló una innovadora técnica para estimar la presencia de fauna oculta mediante el análisis de las variedades de escarabajos peloteros. Teniendo en cuenta que las diferentes especies son muy específicas al tipo de excremento que los atrae, de esa manera es posible inferir si hay tapires, capibaras o incluso jaguares en una zona determinada.
Este enfoque se convirtió en una herramienta clave de los Programas de Evaluación Rápida (RAP, por sus siglas en inglés), impulsados desde la década de 1990 por Conservación Internacional para identificar áreas críticas de biodiversidad y priorizar su conservación.

“Las expediciones RAP son como una Misión Imposible”, cuenta el ecólogo peruano Enrique Ortiz, veterano de muchas de ellas. “Un puñado de biólogos especializados se descuelga en helicóptero en el corazón de la selva para evaluar, en pocos días, si ese territorio es prioritario. Ese programa lo comenzó y dirigió Adrian Forsyth”.
Por definición, los hotspots de biodiversidad contienen al menos 1500 especies de plantas endémicas –es decir, que no se encuentran en ninguna otra parte del planeta– y han perdido al menos el 70 % de su hábitat original. A la fecha, el Fondo de Alianzas para Ecosistemas Críticos (CEPF, por sus siglas en inglés), tiene registrados 474 hotspots de biodiversidad solo en la región de los Andes Tropicales, que abarcan una superficie de 1.58 millones de kilómetros cuadrados el equivalente a la suma del territorio de Francia, España y Alemania juntas.
Los RAP fueron el punto de partida para el concepto de corredores de biodiversidad, que plantea conservar no solo puntos aislados, sino grandes ecosistemas interconectados, incluso a través de fronteras nacionales. Forsyth fue uno de los impulsores de esta estrategia, ante la acelerada desaparición de los ecosistemas tropicales.
Además de su rol como científico de campo, Forsyth ha sido cofundador de Conservación Amazónica (ACCA) y de otras organizaciones de conservación y estaciones biológicas en Perú, Bolivia y Costa Rica, integrando la ciencia, la innovación y el trabajo con las comunidades. “Si la Amazonía fuese un país, sería el noveno más grande del mundo”, ha señalado, subrayando la magnitud del desafío.
“Hay tres naturalistas, todos entomólogos, que han tenido un papel destacado en la divulgación de la Amazonía en los últimos 150 años, y Adrian es uno de ellos, el más reciente”, señala Goulding. “Primero fue Henry Walter Bates, con The Naturalist on the River Amazons (1864); luego Marston Bates, autor de Where Winter Never Comes (1952); y finalmente Adrian, quien en 1984 publica Tropical Nature (Naturaleza tropical. Vida y muerte en las selvas lluviosas de Centro y Sudamérica), que se convierte en obra de referencia para el público general”.
Naturaleza tropical, escrito junto a su colega y amigo Ken Miyata, fallecido trágicamente ese mismo año, acaba de ser traducido al español por ACCA. Su presentación en Lima fue ocasión para reunir a figuras clave de la ciencia neotropical.

Uno de ellos fue Miles Silman, profesor de la Universidad de Wake Forest y experto en dinámica de bosques a lo largo de la gradiente altitudinal andino-amazónica. “Intentar comprender la vida en uno de los lugares más diversos y complejos del planeta, y al mismo tiempo su relación con las personas, el poder, el cambio climático, las insurgencias o las redes criminales transnacionales, todo eso forma parte del rompecabezas más importante del mundo. Y Adrian Forsyth es su maestro”, dijo.
Desde la primera fila, Forsyth rompió el protocolo: “¡Parece que me voy a morir!”, bromeó sorprendido por el reconocimiento durante la presentación del libro.
“El bosque tropical es el universo de lo minúsculo, del detalle”, precisó el reconocido conservacionista peruano Marc Dourojeanni. “La complejidad, el parasitismo, la epífita sobre epífita sobre epífita. El libro lo describe de manera magistral. Yo no tengo mucha esperanza en que los políticos lo lean, pero permitirá que muchos tecnócratas y estudiantes entiendan mejor lo que ven”, agregó.
“No es un secreto que esa biodiversidad está amenazada”, advirtió Forsyth. “El problema de largo plazo es que la mayoría de los niños hoy crecen en ciudades, separados de la naturaleza. ¿Cómo vamos a capturar el corazón de un chico en una ciudad? Si este libro logra encender en alguien la chispa de la exploración y el deseo de proteger la selva tropical, habrá valido la pena”.