Y no exagero. Hace unos días un diario de circulación nacional denunció en su portada, foto incluida, la presencia de un montón de plástico en el aparato digestivo de una ballena varada en el norte peruano. Y las imágenes que nos muestran la situación en la que viven las especies marinas en este mar que solo celebramos en verano como producto de la basura plástica que todos advertimos se han hecho cotidianas.
Aves que se asfixian por la ingesta de bolsas de plástico; tortugas, como las de El Ñuro, impedidas de nadar debido a que sus patas se enredaron con cordeles o mallas de ese material. Delfines que mueren a granel sin una casa científica que pueda explicar dicha mortandad…pero que viven y se desplazan en un mar infestado del “utilísimo” material que producimos a la mala en nuestras ciudades.
Sé que en otros países, algunos cerquita del nuestro, han reducido la producción del bendito material o han prohibido la utilización de las bolsas que se regalan en los supermercados para evitar éste y otros problemas que saltan a la vista. Ojalá que la medida se extienda pronto por aquí, aunque sea como moda eco.
Hace unos días charlando con Walter Wust de los algarrobos del norte y su agonía, me enteré del daño que origina en las poblaciones de cactáceas y tilandsiales el plástico que inunda el desierto entre Chiclayo y Piura y se queda atrapado entre sus espinas y brotes.
De locos, además de la catástrofe marina que comento y que colectivos como L.O.O.P (Life Out Of Plastic), vienen denunciando, se nos viene otra de proporciones similares. La flora del desierto peruano que le sirve de sustento a importantes comunidades bióticas se va quedando sin agua, sin capacidad de realizar la fotosíntesis que necesita para vivir, el maldito plástico les está impidiendo realizar sus funciones vitales. No soy un especialista y de repente estoy siendo demasiado exagerado, levanto mi voz con el legítimo deseo de que por lo menos se discuta esta posibilidad y se actúe en consecuencia.
Buen viaje…
