Mi opinión
Cuánto honor y responsabilidad sienten los hijos del Madidi cuando son convocados para cuidar el territorio ancestral de las arremetidas de los extractivismos de todo tipo que tanto daño le hacen a la insuperable Amazonía boliviana.
Lo sé por haber conocido y hablado de esto con Alex Villca Límaco, uchupiamona, empresario turístico y líder del pueblo indígena amazónico de su país en su larga lucha por la reivindicación de sus derechos más legítimos. Con Alex Villca he tenido el placer de navegar el río Beni en el año 2017 camino al Madidi Lodge, el albergue comunitario que fundó para salvar el bosque y ofrecerles trabajo digno a los suyos.
Lo sé también por haber Alex Nay, uno de los doce hijos de don Alfredo y Benita Nay, comuneros de San Miguel de Bala, orgulloso guardaparque del Parque Nacional y Área de Manejo Integrado Madidi (ANMI), uno de los últimos emporios de biodiversidad que quedan en pie en este planeta al borde del descalabro.
Los dos Alex, a su manera, testimonian el tesón de los pueblos originarios por salvar los territorios que heredaron de sus mayores. Es una verdad mayúscula aquella que nos dice a viva voz que son los espacios en manos suyas los que resisten mejor, más adecuadamente, el calentamiento planetario y sus pandemias subsecuentes.
Les dejo el relato de Álex Villca, como me lo dijo en su terruño, el Madidi y la reserva Chalalán, el emprendimiento ecoturístico más conocido de sus pagos, fueron sus verdaderos maestros, su primera universidad. Felices veinticinco años, Parque Nacional Madidi, gracias por tanto guardianes de su biodiversidad y futuro…
Nací en Santa Catalina, una comunidad quechua de Apolo (La Paz), un 10 de abril de 1978. Cuando apenas cumplí nueve meses, mis padres me llevaron a San José de Uchupiamonas, territorio milenario de donde proceden mis ancestros por parte materna. Allí pasé mi niñez, rodeado de biodiversidad, ríos, lagos, montañas, valles y una exuberante vegetación boscosa; hoy, Parque Nacional Madidi.
En 1989, con 11 años, tras haber culminado el quinto grado, el último nivel de estudio disponible en la escuelita de mi pueblo, un sacerdote me llevó a estudiar en el pueblo indígena de Tumupasa, a 33 kilómetros de mi casa. Allí el misionero católico tenía un internado y reunía a niños procedentes de varias comunidades indígenas de la región, cuyos padres tenían la voluntad de hacer estudiar a sus hijos pero no los medios ni los recursos.
Tres años después, con ayuda de mi madre, me trasladé a Rurrenabaque (Beni), donde obtuve el bachillerato en 1995. Ese mismo año, un 21 de septiembre mediante DS 24123 se creaba el Parque Nacional y Área Natural de Manejo Integrado (ANMI) Madidi, hoy reconocido mundialmente como la reserva natural más biodiversa del planeta.
En 1997, mientras prestaba mi servicio militar, se abrió la Sede Regional Universitaria de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) de La Paz en San Buenaventura con tres carreras auxiliares: ecoturismo, contabilidad y enfermería. La noticia nos encandiló, así que junto a un par de jóvenes pedimos permiso para salir del cuartel a estudiar por las noches. Yo me inscribí en Ecoturismo y me gradué un año después, lo cual fue una hazaña.
Luego hice el curso de Contabilidad y quise seguir la carrera en La Paz, pero la burocracia hizo que volviera a Rurrenabaque. Tan poderoso es el llamado de la naturaleza, que apenas retorné, comencé a trabajar en el mismo hospedaje que me había contratado mientras estudiaba la secundaria. Casualidad o no, este era el lugar elegido por el primer director que tuvo el área protegida Madidi.
Mi curiosidad era tan grade que en una de sus estadías, me atreví a preguntarle si por alguna razón la administración tenía en planes contratar más guardaparques. Para mi alegría, la respuesta fue afirmativa. Sin embargo me dejó en claro que la contratación era bajo concurso de méritos y entrevistas a los postulantes, que deberían ser preferentemente de las comunidades locales e indígenas.
Yo tenía para entonces un conocimiento muy abstracto del área protegida. Uno de mis tíos por parte materna, fue uno de los primeros guardaparques, hecho que despertó mi curiosidad al enterarme del rol de protección y la defensa del medio ambiente. Para entonces en la zona había muchos problemas, sobre todo por las empresas madereras que trabajaban en el valle del Río Tuichi y se reusaban a abandonar el nuevo parque nacional.
A partir de entonces, a mis 21 años, no dejaba de soñar con ser contratado guardaparque del Madidi. A mediados de 1999, justo se inició el segundo proceso de contratación con cinco vacancias. Me presenté con fe, esperanza y el apoyo de mi madre.
Grande fue mi sorpresa cuando me avisaron que quedé seleccionado. En agosto de 1999, me presenté y empecé a vestir el uniforme. Las experiencias y anécdotas junto a mis compañeros son numerosas. Ser guardaparque en el Madidi significa exponerse a muchos riesgos, algunos de ellos de la propia naturaleza y otros de parte de los infractores, cazadores, pescadores y taladores de madera ilegal.
Durante el tiempo que desempeñé mi cargo, recorrí muchos lugares de los 19 mil kilómetros cuadrados de este parque. Va desde los seis mil metros sobre el nivel del mar, en los nevados de Apolobamba, hasta los 180 en las Pampas del Heath.
Me tocó cuidar varios puestos de control, a veces acompañado; otras, solo. El último fue en la zona del Río Heath, un punto lejano ya que se parte desde Rurrenabaque hacia Riberalta y luego a Cobija, en un viaje terrestre de dos a tres días en bus. De la capital pandina se llega a Chive, una población asentada a orillas del Río Madre Dios, y de ahí aguas arriba hasta la confluencia del Madidi, en la frontera con Perú.
Estando en esta zona, mi deseo de volver a la Universidad hizo que renuncie en diciembre de 2000.
Fue un tiempo muy valioso que me enseñó a valorar a mayor profundidad la vida, a amar y respetar a la madre naturaleza y entender que su poder es infinito. También vi de cerca las enormes desigualdades y las condiciones inhumanas en las que viven los pueblos indígenas de la cuenca amazónica, históricamente marginados, excluidos y olvidados sistemáticamente por los gobiernos de turno en todos sus niveles.
Hoy no uso uniforme de guardaparque, pero mi compromiso de lucha y defensa por el territorio, la biodiversidad, el agua y la vida; se ha vuelto aún más fuerte. Con justa causa y razón, puedo atestiguar que el Madidi vale más que todo el oro del mundo junto. No debemos permitir jamás que lo destruya la minería, el petróleo, las megarepresas, las plantaciones de coca para el narcotráfico, los nuevos asentamientos.
Recientes estudios científicos realizados en algunas zonas del Madidi, dan cuenta del incalculable valor que posee en su interior, gracias al manejo y aprovechamiento sabio del territorio que realizaron nuestros antepasados. Madidi no solo es el parque natural más biodiverso del mundo, es sobre todo el lugar sagrado de nuestros ancestros y un tesoro de vida que debemos cuidar como a nuestra propia vida y heredarlo a las futuras generaciones.
¡Felicidades Madidi en tus 25 Aniversario!