Mi opinión
Lévano recuerda a Federico More, colónida y escritor a tiempo completo, un trabajador de la cultura, en la feliz definición que hace Hildebrandt del trabajo de los que oficiamos de periodistas, de obligada lectura en estos tiempos de cacofonías y culto a los 140 caracteres. Yo también, he sabido leer con cierta pasión al poeta puneño y punzante escribidor en diarios y publicaciones limeñas.
Hay que leer y leer, no queda otra. Comparto el consejo del curtido hombre de prensa que a los 91 años sigue prendido al oficio. César Lévano recibirá el 25 de abril el Premio Gustavo Mohme a la Trayectoria Periodística, justo homenaje a un maestro de la pluma y la consecuencia.
El texto que les dejo lo he tomado de la edición de hoy de La República. Qué lo disfruten.
Ese viejo roble llamado Virgilio Grajeda se astilla en pedazos cuando llega la despedida. El reportero gráfico forjado en mil batallas periodísticas se emociona, abraza a don César Lévano y suelta unas lágrimas. “Gracias por tantas enseñanzas”, le dice. En ese momento, es imposible no sentir el impacto.
Ambos son dos titanes de la prensa, el uno con la palabra, el otro con la imagen, y ese abrazo es como un tributo a un oficio que no descansa y que llama a los jóvenes, y a quienes no dejan de serlo, a dedicarse por entero a la verdad.
También conmovidos, decimos adiós al maestro de varias generaciones de periodistas, un cultor de la palabra, devoto incondicional de la buena literatura, la poesía, la música y la lucha social. Ya abandonamos su acogedora casa del Rímac, donde hemos charlado casi dos horas. A este señor de las letras, los años han hecho más pausada su voz, su cuerpo, su gesto.
Esta visita a Edmundo Dante Lévano La Rosa tiene un motivo. Recibirá el Premio Fundación Gustavo Mohme Llona a la Trayectoria Periodística este 25 de abril. En la carta que recibió Lévano se indica que se le distingue porque su aporte “se extiende a los campos de la cultura popular y la lucha por la justicia social y la democracia, en los que ha destacado por su talento y consecuencia”.
“Yo he luchado contra dictadores, me han mandado preso, me han torturado, he conocido todas las cárceles, El Frontón, El Sexto, la Cárcel Central, el Panóptico, todos esos hoteles 5 estrellas (ríe). Y nunca tuve miedo, no de doy de valiente tampoco, pero cuando uno asume un ideal tiene que asumir también las consecuencias”, reflexiona, tranquilo.
Agrega, siempre en su tono pausado. “Supe desde temprano por mis convicciones y mi labor por la verdad que no iba a lograr premios y por eso no los busqué. Pero lo premios llegan y vienen ahora, lo que prueba que hay sectores generosos en el periodismo y las instituciones”.
César Lévano habla en voz baja, se está muy quieto. Pero por momentos se transforma, sobre todo cuando habla de periodismo, de poesía, de sus amigos Carlos Hayre, Manuel Acosta Ojeda, Alicia Maguiña, César Calvo, Juan Gonzalo Rose. Y también se entusiasma si menciona a Federico More, Alfonso Tealdo, César Hildebrandt, Guillermo Thorndike, Víctor Hurtado, hombres de prensa que él estima y recomienda leer.
Banderas en alto
A sus 91 año, Lévano no luce vencido, ni muestra ganas de arriar las banderas del periodismo. Sus alumnos en la Universidad de San Marcos lo recuerdan atravesar el Patio de Letras y dar lecciones en las aulas sin faltar una vez. Lo hizo incluso en tiempos en que la violencia senderista sorprendía con apagones y apariciones amenazantes. No olvidan que el profesor proseguía con sus clases, con valentía, obsesionado por enseñar, por contar historias, esas anécdotas que los muchachos oían, oíamos, absortos.
“Yo inicié la campaña contra la International Petroleum Company en los 60, denunciando que la empresa estafaba al Perú, que no pagaba impuestos ni regalías”. Fue una lucha solitaria. Hasta que sus denuncias fueron tomadas en cuenta por jóvenes políticos progresistas que derivaron finalmente en la expulsión de la IPC. “Fue una tempestad que yo había provocado”, rememora orgulloso.
No solo investigaciones, Lévano es uno de los periodistas que maneja los distintos géneros periodísticos con destreza. Varias de sus crónicas son memorables. Una de las más comentadas la dedicó al caso del japonés Mamoru Shimizu, quien asesinó a siete personas en 1944. Lo conoció en el Panóptico, cuando César fue reducido por su ideología. Allí logró ganarse la confianza del homicida.
Lévano es historia viva del periodismo. Fue jefe de redacción y creador de columnas memorables. Su paso por Caretas, última Hora, France Press, La Prensa, Marka, Pulso, La República, Sí, Antena Uno, Diario Uno, así lo demuestran.
“Siempre traté de buscar la verdad y obtener la belleza de la palabra. Respeto mucho la palabra, desde muy joven he leído lo que he podido sin un afán esteticista, digamos, pero sí entendiendo que es mejor si la verdad se reviste de fuerza y elocuencia, es decir de belleza”.
Actualmente, todo es vertiginoso, por las redes, el entorno, el periodista tiene poco tiempo de reflexionar.
Creo que el gran pecado del periodista es la falta de lectura. Alguna vez dije que los mejores periodistas son los que más leen, César Hildebrandt, Víctor Hurtado, igual ocurría con Guillermo Thorndike, Alfonso Tealdo… A mí me da pena que no se lean textos de periodistas excepcionales, como Federico More. Sospecho que muchos ni saben que ha existido…
La belleza de la palabra y la contundencia de su ejercicio periodístico ha marcado a este hijo y nieto de líderes obreros y anarquistas; a este hombre que se dedicó a la venta de diarios desde los nueve años y que sufrió, a los 11, un accidente que le produjo un severo daño en la pierna izquierda; al lustrabotas del Mercado Central; al joven militante comunista; al escritor enamorado de la poesía y de la bella Natalia.
Su prosa culta no surge de la nada. Lévano es un voraz lector, un cultor de libros y revistas, un hombre que aprendió idiomas, como el francés y el alemán, de manera autodidacta. Por eso sus textos son ejemplos de escritura precisa, alturada, sin desbordes ni derroche de adjetivos.
Precisamente, dos de sus columnas de los últimos tiempos las hizo con el corazón a flor de piel. En ellas está el amor escrito, el homenaje que enternece y conmueve. En una de ellas despide a su amada Natalia: “Nunca jamás le escuché una queja, un reproche, una cólera. Era el retrato vivo de la mujer fuerte y dulce de nuestro pueblo”. En otra dice adiós a uno de sus cuatro hijos: “Mis mejores amigos me consuelan diciendo que ahora Rainer está junto a su madre adorada. Pero el llanto no sabe de consuelo. Perdonen la tristeza”.
Una columna sentida, don César, una columna que conmueve.
Te cuento que yo estaba aquí, en mi biblioteca, el día de la partida de Natalia. Ella murió en el Hospital de Emergencias. Me llamaron y sentí como una especie de corriente eléctrica. Escribí en diez minutos esa columna… tiempo después, un joven me dijo un día que él tenía esa columna en la pared de su casa, me conmovió.
Su importancia en el periodismo no pasa desapercibido por los mejores.
“Si algo aprendí de Lévano es que los periodistas somos, sobre todo, trabajadores de la cultura. Y por eso el lenguaje es nuestro paisaje, la educación nuestro compinche, los libros nuestros guardaespaldas”, escribió César Hildebrandt.
“Lévano ha hecho gran literatura en el periodismo porque su talento la crea, inacabable, y porque el papel aguanta todo, hasta la belleza”, opina Víctor Hurtado.
“Es un intelectual, luchador social consecuente, periodista cabal y animoso, y empecinado cazador de injusticias”, lo define Juan Gargurevich.
“Lévano es de la vieja escuela, de los que practican el periodismo y aman la literatura”, concluye Ángel Páez.
Y al final, dejamos el Rímac, nos despedimos otra vez de Lévano, el que llama a no dejar de leer; el que dice que lo suyo no fue compromiso social sino deber social, por herencia de su padre y abuelo, por genética; y el que también se despide diciendo: “He tenido suerte hasta ahora, ¿no? Tengo 91 años y sigo, no me detengo, estoy escribiendo una historia del movimiento obrero peruano, quiero terminarla este año”.
22/4/2018
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