Mi opinión
Comparto con Aldo Durand la misma obsesión por mirar las estrellas en la inmensidad de la noche para sentir en la piel y en lo más profundo del corazón que somos parte de un universo de verdad infinito, lleno de verdades por descubrir, por asir para siempre, con fuerza. Viajero de raza, guía de naturaleza, padre de tres hermosas criaturas y empeñoso constructor de quimeras, Aldo radica desde hace mucho en el norte más extremo de nuestro país dándole duro al tiempo para construir emprendimientos turísticos que de verdad empaten con la necesidad de la gente. Con viajeros como él, el futuro que soñamos para el Perú es posible. Abrazos, compañero.
Desde niño siempre idealicé a los viajeros; los veía como una raza diferente, con ojos brillantes y un aire a libertad que me atraía como si supiera que ese era el camino que me tocaría vivir. Mi prima, que vivía con nosotros y trabajaba en FOPTUR (ahora PromPeru), me conectó con el mundo del turismo desde muy pequeño. Siempre recuerdo a Giovanna. Ella rentó una de las habitaciones de nuestra casa por un tiempo; era andinista y cada vez que volvía de uno de sus viajes me quedaba horas escuchando sus historias y aventuras, alucinando con sus botas de clavos y su mochila con armazón de aluminio.
Mis padres, aventureros de corazón, nos llevaron a interminables campamentos a la playa Barlovento en Paracas, desde mi año y medio de vida. En esa época no existían las camionetas 4×4 ni tampoco los GPS. Con total confianza en nuestros escarabajos modificados con motores 2000 cc, nos guiábamos con brújulas (o a veces simplemente con nuestra intuición), de día o en noches de luna para llegar a esta maravillosa y otrora virgen playa que compartíamos con un grupo familiar; donde estaban los Brivio, los Balega, los Vidania. Aquí aprendí a vivir sin comodidades por tiempos largos, comiendo lo que nos daba el mar y disfrutando de miles de historias y hermosos recuerdos que hasta el día de hoy son conversación tradicional en nuestras mesas familiares.
El tiempo me brindó la oportunidad de reencontrarme con mi tierra y mi camino. Cusco, creo yo, la capital sudamericana del viajero, me abrió a un mundo más grande del que imaginaba. Encontré grandes amigos de un mosaico gigante de países; artistas, artesanos, guías de turismo etc., y me impulsó a romper mis barreras de tiempo y espacio. Jamás voy a olvidar uno de los viajes más increíbles que hice con mi ahora amiga, y madre de mi hija, Alegria. Dejamos de ser turistas para convertirnos en viajeros, sin límites de tiempo ni fronteras, usando la artesanía para llegar a nuestro siguiente destino, recorriendo el Perú subiendo hacia el norte sin tiempo de retorno. Nunca conocí tanta gente de tantos lugares y tantas culturas. Hice mi primer viaje en la tolva de un camión subiendo a la sierra de La Libertad con uno de los cielos más estrellados que jamás he visto; dormimos bajo un árbol en la plaza de Huamachuco, porque el dueño del único hospedaje (en esa época) no nos quiso abrir por la desconfianza de un Sendero Luminoso fresco todavía en la memoria. Quedamos atrapados en la única clínica de Baños (Ecuador) en plena evacuación por el Volcán Tungurahue con una malaria que no nos dejó seguir camino hasta después de dos semanas.
¿Cómo dejar de amar la ruta, la tierra, la gente? En algún viaje escribí algo que creo puede reflejar lo que un viajero siente en su camino: “es para mí tan bruscamente antinatural la vida en la ciudad, que creo que neciamente olvidamos lo que es realmente la vida, esa tan rica que roza la piel en una mañana de sol con brisa de mar o viento de montaña, esa tan deliciosa que prende la sonrisa libre y eterna que todos añoramos cuando desaparece por mucho tiempo, es ese romanticismo marginado o quizá esa fantasía desaprobada”
En los viajes los sueños se agudizan, recordando cada parte de ellos como si fuese una historia real que viviste en una dimensión paralela; el corazón se abre total y libremente, como cuando compartes una comida en suelo de tierra al lado de un fogón; tal vez sean las comidas más exquisitas que puedes probar, abrigado por el cariño de gente que celebra tu visita.
Creo que lo que puedo decir es que viajar es el regalo más grande que uno se puede hacer; viajar sin tiempos, viajar sin miedos, sin límites; viajar sólo puede ser una de las experiencias de crecimiento más importantes que una persona puede experimentar. Viajen y aprendan a viajar, el tiempo es corto y la gran vida que nos venden a veces nos inspira a volvernos sedentarios. Salgan, busquen el sol, busquen ríos, lagos, montañas; lleven a sus hijos. La tierra es el mejor maestro para ellos y para ustedes; son momentos que jamás olvidaran y quedarán por siempre en sus memorias. Es éste el legado más grande que podré dejar a mis hijos Alegría, Luna y Salvador.