Me daba un poco de roche contarlo por aquí pero una vieja amiga me ha animado a hacerlo.
Desde hace unas semanas les estoy enviando a un grupo de animosos participantes a un par de talleres sobre viajes y viajerismos que he dictado este año, a razón de un correo semanal, unas pepitas motivacionales que intentan invitarlos a salir a la calle para empezar a caminar –literal o metafóricamente- por los pliegues de este planeta extraño que nos ha tocado poblar.
Sé qué el paulocohelismo invita al bostezo y más si en el acto heroico de crear se copia la prosodia de Ricardo Arjona, lo sé. Sin embargo, voy a compatir con ustedes mi singular tránsito por estos meandros dizque literarios. Sabrán disculparme.
(A mí me ayudó mucho en estos menesteres de frenar en seco para volver a poner primera un librito de John Kotter de simpático nombre: Nuestro témpano se derrite. Claro, Kotter era excelentísimo profesor de la Escuela de Negocios de la universidad de Havard, yo apenas un humilde profesor con treinta años en el oficio)
Allí va la primera.
[2 ]De qué hablamos cuando hablamos de correr
He estado toda la semana pendiente de estos tres muchachos; podrían ser, no lo dudo, los actores principales de una obra teatral cuyo título les puede sonar un poco cursi: La alegría de vivir.
Es que los tres están viviendo –cada quien a su manera- el sueño de correr durante seis días los 250 kms que separan Nazca de Paracas, un territorio sembrado de dunas y desiertos infinitos.
El primero es ecuatoriano, se llama Edwin Ibarra y corre descalzo. Quiere convertirse en el corredor con la mayor cantidad de kilómetros recorridos… sin zapatos –a pie calato, sobre la faz de la tierra.
Mientras se preparaba para batir sus primeros récords Guinness, su ciudad natal, Pedernales, fue barrida, en la práctica, por el terremoto que asoló Ecuador el año pasado. Sobrevivió a la catástrofe, por eso, lo ha dicho, tiene más motivos para continuar. Y nadie lo para.
El segundo es boliviano y su meta en la Maratón des Sables es más sencilla: pretende acabar las seis etapas de la carrera más difícil del mundo alimentándose solo de carne salada: charqui, el alimento de sus antepasados y también el de los nuestros. Se llama Carlos Robles y es el único atleta de su país que participa en la prueba.
El tercero, es peruano. De una de las localidades más pobres de nuestro país, Atalla. Se llama Remigio Huamán Quispe, es huancavelicano y hasta el día de hoy vive de la chacrita que atiende con su mujer y sus tres hijos. Es campesino y atleta de alto rendimiento al mismo tiempo.
La primera vez que salió del país fue para competir en Marruecos, tenía 34 años y los doctores que lo convocaron para el electrocardiograma de ley se quedaron sorprendidos: Remigio nunca había ido a un médico.
En esa primera ultramaratón el crédito nacional sorprendió a todo el mundo: llegada la noche utilizó su chullo de alpaca para abrigarse y en la mañana, cuando los demás atletas consumían sus geles, barras de cereales y los energéticos de ocasión el solo tuvo tiempo para comer su harinita de maíz, habas, quinua, trigo y cebada que había traído de Perú. Suficiente.
Todos tienen un sueño. Correr para ellos solo es una metáfora. ¿Cuál es tu sueño en la maratón que te ha tocado correr?
Buen viaje …
(Dos cositas más: el título de esta nota lo he tomado prestado del libro de Haruki Murakami, De qué hablo cuando hablo de correr. La segunda: si les interesa recibir las pepas que vienen escríbanme al correo conwilireano@gmail.com para hacémelo saber)