Solo Para Viajeros

Europa, Europa… desde el Banhof Quai

Desde Niederdorfstrasse, en Zürich, puedo observar el mundo. Y es mucho más hermoso de lo  que uno puede avizorar desde las veredas de nuestra pequeña ciudad. En este otro lado del planeta, pese a la crisis y las voces apocalípticas, se respira orden, serenidad, quietud, se vive en espíritu de gracia.

Un hombre detiene su vehículo para dejarme pasar, una mujer entrada en años atiende mi solicitud de extraviado caminante y me dice por donde debo ir. Los tranvías avanzan con esmero por las calles estrechas de una ciudad llena de bríos.

Las luces de la navidad y el semblante alegre de la multitud que cruza el río Limmat para atestar de bullicio la vida nocturna del Banhof Quai lo dicen todo: la vieja Europa, al menos ésta que vive lejos del Mediterráneo, exuda otros aromas, vive de emociones menos alteradas .

Las bicicletas se amontonan sobre las vallas y postes, sin cadena alguna que las proteja de los pillos de ocasión. Las muchachas, lozanas y llenas de futuro, parlotean sin los miedos que en las calles de nuestras urbes resultan tan comunes. El feminicidio, esa lacra contra la mujer, en Bahnhofstrasse, no tiene tarjeta de presentación.

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Europa, esta Europa, parece seguir de pie en el mapa del bienestar que produjo la post guerra y la caída de las ideologías. Lejos, extremadamente lejos, del Armagedón económico y las profecías mayas.

Las ciudades del Perú, las ciudades que conozco, las ciudades que recorro todo el tiempo, se desbordan, no tienen límites que pongan freno a su apetito por comerse todo: valles, desiertos, cerros. ¿Dónde acaba Lima y dónde San Bartolo?, ¿Huacho termina allí donde hace años vivían los moradores de su periferia?, ¿San Jerónimo, en el Cusco, sigue siendo la villa campesina de la década pasada o ya es parte de la ciudad moderna que fagocita tierras y campiñas?.

¿Iquitos sigue siendo una cárcel en medio de la selva o es acaso una urbe tan hambrienta de lotes de terreno nuevos como la Blanca Ciudad de Arequipa o la señorial Trujillo?, ¿Y Máncora, en el norte extremo y Chavín, en el valle de Conchucos?, ¿sigue creciendo Tacna?, ¿cuáles son los límites de Tumbes? ¿o de Puerto Maldonado?

Difícil hallar respuestas a tamaño extravío urbano, a tremebundo desborde popular. Desde la ventanilla de la nave que me trasladó desde Madrid a Zürich he visto la gigantesca meseta española y lo que se observa es otra cosa. Tierras agrícolas que desde hace siglos conservan su misma extensión, pueblos amurallados por carreteras que los comunican con otros y le dan medida a su crecimiento urbano, bosques que siguen conteniendo la misma flora y fauna de antaño. También sus mismas extensiones.

Lo nuestro es la radiografía del desorden , de la ausencia de planificación, de la metástasis urbana. Un verdadero horror, un canto a la improvisación y crisis del Estado.

Sin embargo, qué bien la paso cuando recorro los pliegues de mi país tan a la vuelta del mundo.

Buen viaje…

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