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Yesenia Jilahuanco, bambusera

Día 37, Pilcopata El sol hace bien su trabajo en Pilcopata, la capital del distrito de Kosñipata, en el límite amazónico entre Cusco y Madre de Dios.

Calcina, se empeña en detener el tiempo y hacer de la tarde un verdadero infierno.

En la calle principal de este pueblo de casas modestas y árboles en retirada, Yesenia, la hija menor de Teodosio Jilahuanco y Francisca Huamansulca, de Carabaya, Puno, no se inmuta, sigue atenta a la labor que empezó muy de mañana y que todavía no acaba: cortar con delicado esmero los maderos que se convertitrán en el cerco del pequeño jardín exterior que ha previsto en sus planos.

Yesenia es arquitecta por la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cusco y han sido sus diseños –y su absoluto convencimiento en el proyecto de sus padres, gente de turismo, colonos andinos haciendo patria en una frontera dura- los que están transformando el Gallito de las Rocas Lodge en un establecimiento moderno, acogedor, lleno de luces y en cuyos acabados relucen los palos de bambú, las guaduas que los Incas utilizaron para armar las balsas cuya capacidad para domeñar las olas del gigantesco mar Pacífico nadie discute.

La hija de don Teodosio y Panchita es bambusera y se ha propuesto, vaya, cómo sueñan los Jilahuanco, llenar el distrito de construcciones con este material, una madera dúctil y resistente, noble, un insumo del bosque ideal para levantar casas que resistan las condiciones del tiempo y los temblores de la tierra.

Y en eso anda, cortando con ahínco los maderos de su jardicinto en medio del trópico mientras va pensando en las tareas que le quedan por hacer para que el BAMBOO EXPERIENCE CAMP PILCOPATA 2018, el evento que está apoyando desde hace mucho tiempo sea un éxito y termine por convencer a los pilcopatinos de la potencia del bambú y se animen de una vez a cambiar el material noble de las casas que sueñan por la versátil y ubicua madera.

Cuando los peruanos entendamos, me lo dijo alguna vez Marta Giraldo, aymara, revolucionaria, que el material noble del que hablamos tanto no es el cemento si no el adobe, el bambú, la quincha, la totora, habremos dado un paso inmenso hacia la sostenibilidad del país y la recuperación de la autoestima que tanto nos falta.

El calor, la incandescencia solar interrumpe mis cavilaciones, debo tomar pronto el colectivo que me debe de llevar a Patria, me espera en ese villorrio de campesinos dedicados al cultivo de la coca, compromisos varios por cumplir.

Me alejo y a la distancia veo desde la Caldina de Fernando, el chofer que me ha llevado de aquí para allá todos estos días, a la sutil Yesenia manejando con destreza la sierra y su infinita paciencia.

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En la noche, de regreso, de retorno a mi casa de Pilcopata, el hogar cariñoso de los Jilahuanco, copio literalmente en mi libreta uno de los posts que Yesenia y su banda han subido a su cuenta de Facebook:

PILCOPATA BAMBOO EXPERIENCE CAMP TALLER COMUNITARIO DE CONSTRUCCION CON BAMBÚ Y CAPACITACIÓN TÉCNICA DEL 1 AL 5 DE AGOSTO EN PILCOPATA-CUSCO-PERÚ este grupo humano buscará promover ciudades y comunidades sostenibles, fortaleciendo nuestra Amazonía peruana de la mano del gobierno local! Muy felices de ser anfitriones de este gran evento 🙏🏽 🎍

¡Cuánta alegría!

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La hija del presidente, día 30. Panchito Llacma recuerda muy bien el momento. Iba a cerrar la cocina de la Estación Biológica de Villa Carmen, su feudo desde hace mucho en estos bosques de Kosñipata tan llenos de vida, cuando una señorita, la más educada del grupo de estudiantes de los Estados Unidos que los visitaba desde hacía varios días, se acercó con el plato que había usado en la cena y le pidió, con una gentileza conmovedora, permiso para lavarlo.

Panchito, chumbivilcano de armas tomar, es un hombre duro y sabe muy bien su oficio. Desde hace más de quince años trabaja en las estaciones de Conservación Amazónica – Acca haciendo lo que más le gusta: cocinar para los investigadores que llegan de todas partes del mundo, pero esa muchachita, tan aplicada y solícita, tan educada, me lo comentó, lo conmovió.

Podría ser mi hija, llegó a pensar.

Al día siguiente el rumor había tomado por asalto las instalaciones de la ex hacienda Villa Carmen en las proximidades de la localidad de Pilcopata, en un fantástico borde le Parque Nacional Manu. En el grupo de gringos que estaban atendiendo se encontraba Malia Obama, 18 años, la hija del presidente de la nación más poderosa de la tierra.

“Era ella, la altota”, me termina de contar. “Fue ella la que entró a mi cocina a utilizar mi fregadero. Hasta ahora no lo puedo creer”.

Cosas que ocurren en el paraíso, le dije.