Mi opinión
Durante los años de mi estancia en el callejón de Conchucos fui un asiduo consumidor de aguaymanto, ese fruto típicamente andino –rico en vitamina C y otros minerales- que hemos empezado a consumir en las grandes ciudades y entonces podía comprar en casi todos los mercaditos que frecuentaba entre Chavín y Huari.
Buenos tiempos aquellos, de grandes aprendizajes y constataciones. Una de ellas, sumamente cruel y de amarga recordación: la agricultura en esos valles otrora productivos hasta decir basta, devino en una actividad de poca importancia económica y en virtual abandono. Los campesinos de Conchucos que conocí, salvo notables excepciones como la de don Pilardo Amado, agricultor autosuficiente de Carash, distrito de San Marcos, o eran pobres extremos o se veían obligados a migrar a las ciudades de sus entornos para vivir de los programas sociales del Estado o de la benevolencia de los municipios ricos en canon minero.
Con Rabí Rojas y los demás miembros del equipo en el que trabajaba tratamos de plantear soluciones para enfrentar de alguna manera ese drama. Entendíamos entonces que los precios de las papas y los otros cultivos locales condenaban al agro conchucano al autoconsumo y a la desesperación: ese círculo vicioso que se extiende por casi toda la sierra y selva que recorro, salvo donde la agricultura alternativa a la tradicional se hace fuerte y gana espacio en los mercados que valoran su calidad. Uno de ellos, precisamente el creciente mercado de los berrys de esta nota.
No sé cuál podría ser el conjuro para acabar con la extendida crisis del agro nacional. No soy un especialista en la materia, debo admitirlo; sin embargo, cuánto me gustaría que la clase empresarial y política de nuestro país –también la Academia- empezara a tratar en serio este problema. Y solucionarlo de una buena vez.
La debacle del agro peruano genera pobreza, lo que digo es de Perogrullo y con ella, el impulso de las migraciones, la pérdida de nuestros activos culturales y el cambio en el uso de la tierra tanto en la Amazonía como en la sierra. Veamos si no el caso de Chinchero, en el Cusco, una pampa otrora fértil y productiva que ha empezado a perder su valía agrícola debido al colapso de los precios de los insumos del campo, la poca preocupación de un Estado ausente y la arremetida de los urbanizadores, entre otras causas.
En fin, larga vida a los cultivos de aguaymanto, larga vida a la agricultura que nace al impulso de los mercados de afuera. Pero sobre todo, larga vida a la agricultura tradicional, esa que convirtió al Perú en despensa universal productos de la tierra y fuente de orgullo patrio.
El consumo de berries, en sus diversas variedades, está de moda en el mundo por su gran riqueza de antioxidantes. Entre esa variedad de berries destacan los arándanos, fresa, frambuesa y en especial el aguaymanto, llamado también como “Golden Berry”, en Europa y Estados Unidos.