Mi opinión
Les dejo este entonado relato desde uno de los vivacs en el Sahara del ultramaratonista español Juan González, participante en de la 33° edición de la Marathón des Sables que estoy siguiendo paso a paso. Hoy se corrió la tercera etapa de la carrera más dura de África y mañana se llevará a cabo la más brava: 88 kilómetros a todo pie por el desierto marroquí.
El peruano Remigio Huamán, que sigo con entusiasmo porque convencido de su calidad humana y de la importancia que tiene su esfuerzo personal para el deporte peruano, va sexto en la general, peleando los primeros puestos con los bravísimos atletas marroquíes. El huancavelicano es una locomotora, ya dio muestras en Fuerteventura, Canarias y en el desierto de Ica de lo que vale. Y de lo que puede hacer si lo seguimos apoyando.
En fin, gocen la notita que he tomado del blog Territorio Trail Media, allí Juan González describe vívidamente una de las infinitas peripecias que deben pasar los competidores en Sables para cumplir sus objetivos.
Vamos Remi, claro que se puede…
Ocho de la tarde, noche cerrada en el campamento. No hace el frío de los días anteriores. Aún así, me pertrecho con mi traje Raidlight de papel, y me dejo el saco por encima, sin meterme dentro.
Tumbado sobre mi colchoneta, casi todo transcurre como cada noche; ronquidos cavernosos, ventosidades en melodía discordante, y el ronroneo metálico de los generadores. Todo parece normal. Casi todo.
El silencio filtrado y la ausencia de calor, me indica que algo no va bien. Nada bien.
Para ponerte en situación, apreciado lector, y puedas entender lo que sufrí en mi maltrechas carnes esta tenebrosa noche, permíteme que sitúe mi relato poco antes de la medianoche.
Me despierto sobresaltado, y al abrir los ojos, una bofetada de arena me deja sin visión. El estruendo es ensordecedor, la haima se hincha, y la finísima arena me picotea la cara. La confusión momentánea me deja sin capacidad de reacción, pero la situación me vapulea al momento, y entiendo lo que está sucediendo. No creo que los anclajes de la haima puedan soportar esta virulencia. Intentamos recoger y reagrupar nuestras pertenencias, hay polainas y gorras volando, el aire se hace irrespirable, los párpados son incapaces de soportar tal cantidad de arena, los ojos empiezan a soltar lágrimas que escuecen. Lo más rápido que puedo, me pongo la braga del cuello tapándome la nariz, para filtrar las partículas de polvo. Noto el la boca un fino crujir, como si mascase papel de lija. La arena no perdona.
Fuera, se empiezan a ver frontales encendidos, con una luz cada vez más ténue, borrosa y mortecina. Está claro, que la tormenta de arena ha decidido quedarse en el campamento.
Se oyen golpes, e intuyo que los producen los corredores que golpean con piedras en los anclajes que sostienen las haimas.
No aguantará, no soportará semejante ferocidad, e intentando encontrar algo de humor en un momento tan poco propio, imagino la haima despedida, y los 8 inquilinos de ella volando sobre la alfombra. Susurro para mi: Juan Man, y los 7 Sableros. A veces el miedo, te hace imaginar lo que no quieres ver.
La organización reacciona de forma rápida, y nos dicen que lo mejor es quitar los palos que sostienen nuestra estancia, y que la lona, nos tape. Ni hablar. ¿Metido en un estrecho saco, con la braga hasta la nariz, si poder movernos, y una pesada lona encima nuestra? No me veo capaz de soportar tan claustrofóbica situación.
La decisión espontánea y unánime del grupo, es dejar la tienda como está, agachar la cabeza, y encomendarnos al Creador, Dios, Fuerza o Energía, a gusto del devoto corredor.
En pocos minutos está todo el equipo de montaje de haimas repasando una por una, asegurándolas. La rápida reacción, hizo que las consecuencias no fuesen a mayores. Aún así, la tormenta se despachó hasta pasadas la 1 de la noche. Momento que que no recuerdo con claridad, fruto del miedo, del sueño, o de un desorden espacio-tiempo.
El campamento por la mañana, era calamitoso, corredores buscando pertenencias, haimas tumbadas…..
Pasado este peliagudo episodio, a la hora prevista tomamos la salida de esta tercera etapa. Sin duda, la más montañosa, técnica, y bella de entre las 3 realizadas.
La rodilla me da cierta tregua, me encuentro con energía, y parece que puedo correr mejor que ayer. El peso de la mochila va reduciéndose, a base de engullir, y regalar comida. Por ése orden.
He maldecido en el cresterío, he sudado en las subidas, he llorado mis pensamientos en el llaneo, feliz he descendido las dunas, y en las cimas he sonreído al cielo.
Mañana en el ecuador del calendario (que no en kilometraje), tendremos la etapa reina de 86 kms.
Aquí el desierto, por si quedaba duda con lo acaecido durante la noche, nos a cada uno donde corresponda.
Mañana, más que nunca, cobra total sentido el teorema, de que tan importante es lo que se hace bien, como lo que deja de hacerse mal.
10/4/2018
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