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El viejo (de siempre) y el mar / Ernest Hemingway

Mi opinión

Después de muchas lunas volví a salir de cacería. Esta vez para encontrarme con el Hemingway que iluminó mis días de lector adolescente. Si para la mayoría de de mis contemporáneos, las primeras lecturas suyas llevaron el sello de Salgari o Robert Louis Stevenson, mis primeros aleteos de lector los hice en compañía del escritor que había hecho de las guerras por el mundo y las aventuras imposibles el combustible para pergeñar una obra inconfundible e inspiradora. Les dejo las citas que he logrado cazar en estos días de peregrinaje por el nororiente peruano.


Por Guillermo Reaño para Caza de citas / SPH

Debe ser la novela que leí que más impacto me produjo en los tiempos lejanos en que me iniciaba en el vicio impune de leer. Llevo grabada en el corazón su deslumbrante y abrazador inicio: “Era un viejo que pescaba solo en un bote en el Gulf Stream y hacía ochenta y cuatro días que no cogía un pez. En los primeros cuarenta días había tenido consigo a un muchacho. Pero después de cuarenta días sin haber pescado los padres del muchacho le habían dicho que el viejo estaba definitiva y rematadamente salao, lo cual era la peor forma de la mala suerte, y por orden de sus padres el muchacho había salido en otro bote que cogió tres buenos peces la primera semana. Entristecía al muchacho ver al viejo regresar todos los días con su bote vacío, y siempre bajaba a ayudarle a cargar los rollos de sedal o el bichero y el arpón y la vela arrollada al mástil. La vela estaba remendada con sacos de harina y, arrollada, parecía una bandera en permanente derrota.

El viejo era flaco y desgarbado, con arrugas profundas en la parte posterior del cuello. Las pardas manchas del benigno cáncer de la piel que el sol produce con sus reflejos en el mar tropical estaban en sus mejillas. Esas pecas corrían por los lados de su cara hasta bastante abajo y sus manos tenían las hondas cicatrices que causa la manipulación de las cuerdas cuando sujetan los grandes peces. Pero ninguna de estas cicatrices era reciente. Eran tan viejas como las erosiones de un árido desierto. Todo en él era viejo, salvo sus ojos; y estos tenían el color mismo del mar y eran alegres e invictos”.

El Gulf Stream de la novela de Hemingway es la corriente del Golfo, un río oceánico que lleva sus aguas cálidas desde el golfo de México hacia las costas de La Habana donde el escritor nacido en Oak Park, Illinois, en 1899, fijó  residencia ocasional entre 1939, a su retorno de la Guerra Civil Española, y 1961, el año en el que se quita la vida en Idaho, Estados Unidos. Fue precisamente en Finca Vigía, la propiedad de 15 acres sobre una colina al sureste de la capital de Cuba que adquirió con Martha Gellhorm, su tercera esposa, donde el estadounidense escribió El viejo y el mar, la novela con la que obtuvo el premio Pulitzer de 1953 y posteriormente el Nobel de Literatura de 1954.

Y el viejo pescador, cuyos ojos tenían el mismo color del mar, pudo haber sido cualquiera de los tantísimos compañeros de ocasión con los que Papá Hem atrapó agujas y otras criaturas marinas en Key West, donde  levantó su primera residencia frente a las aguas del golfo o en el océano próximo a Cojimar, el bohío en las afueras de La Habana cuyos vecinos lo llegaron a admitir como uno más. Sobre el otoñal y solitario pescador de la novela más célebre del Nobel se ha dicho mucho. Los menos informados conjeturan que  se podría tratar de un hombre de mar de la caleta peruana de Cabo Blanco, hasta donde Hemingway viajó para pescar un pez que pudiera caracterizar al pez aguja de su novela en la película que se estaba terminando de rodar ese año o Carlos Gutiérrez, el Abuelo, el primer capitán de su barco insignia, el Pilar.  O acaso Anselmo, un curtido pescador a quien menciona el escritor entre los tantos con los que faenó en mar abierto en sus años cubanos.

Para Norberto Fuentes (La Habana, 1943), el biógrafo más autorizado de Hemingway en Cuba, Santiago, el viejo del El Viejo y el Mar debió ser el anónimo pescador de agujas que de acuerdo al relato del piloto del yate de Hemingway, Gregorio Fuentes, vieron luchar a finales de los años cuarentas, solitario y a brazo partido, con una presa descomunal entre el bramar de las olas del golfo. Fuentes, Gregorine para Hemingway, Goyo para sus vecinos en Cojimar, recuerda que su patrón le ordenó que se acercaran donde el hombre que luchaba infructuosamente contra un pez gigantesco y cuando el Pilar hizo la maniobra para ponerse a buen recaudo, el pescador solitario los recibió con un grito desgarrador: “¡Váyanse de aquí, hijos de puta! ¡Déjenme solo!”.

Al igual que el pez de ese pescador anónimo, el que logra capturar Santiago, el viejo de la novela, es gigantesco y va a venderle cara su derrota, si es que esta se produce.

“El sedal se alzaba lenta y continuadamente. Luego la superficie del mar se combó delante del bote y salió el pez. Surgió interminablemente y manaba agua por sus costados. Brillaba al sol y su cabeza y lomo eran de un púrpura oscuro y al sol las franjas de sus costados lucían anchas y de un tenue color azul rojizo. Su espada era tan larga como un palo de béisbol, yendo de mayor a menor como un estoque. El pez apareció sobre el agua en toda su longitud y luego volvió a entrar en ella dulcemente, como un buzo, y el viejo vio la gran hoja de guadaña de su cola sumergiéndose y el sedal comenzó a correr velozmente.

–Es dos pies más largo que el bote –dijo el viejo.

El sedal seguía corriendo veloz pero gradualmente y el pez no tenía pánico. El viejo trataba de mantener con ambas manos el sedal a la mayor tensión posible sin que se rompiera. Sabía que si no podía demorar al pez con una presión continuada, el pez podía llevarse todo el sedal y romperlo.

“Es un gran pez y tengo que convencerlo –pensó–. No debo permitirle jamás que se dé cuenta de su fuerza ni de lo que podría hacer si rompiera a correr. Si yo fuera él echaría ahora toda la fuerza y seguiría hasta que algo se rompiera. Pero, a Dios gracias, los peces no son tan inteligentes como los que los matamos, aunque son más nobles y más hábiles.”

El viejo había visto muchos peces grandes. Había visto muchos que pesaban más de mil libras y había cogido dos de aquel tamaño en su vida, pero nunca solo. Ahora, solo, y fuera de la vista de tierra, estaba sujeto al más grande pez que había visto jamás, más grande que cuantos conocía de oídas, y su mano izquierda estaba todavía tan rígida como las garras convulsas de un águila”

La presa con la que lucha Santiago es un pez aguja, el nombre con el que los cubanos llaman al merlín, el coloso que a falta de uno mejor el escritor vino a buscar a la costa norte del Perú en 1956 para utilizarlo, lo he mencionado, en el filme que se estaba rodando en Cuba sobre el libro que le había hecho ganar el Nobel. No era la primera novela suya que se llevaba al cine, pero sí la que mayores regalías le estaba proporcionando: 250 mil dólares por los derechos y una participación del 33 por ciento de los beneficios por venir. El resto de las ganancias iban a parar a  los bolsillos, por partes iguales, del productor Lelan Hayward y el actor Spencer Tracy.

Sobre la visita de Hemingway a nuestro país la crónica que Omar Zevallos publicó en Gatopardo y reprodujo en su libro “Hemingway desconocido” (Debate, 2019) es la que más datos brinda al respecto: Zevallos, artista gráfico y escritor, logró entrevistar a dos de los tres periodistas que se vincularon en Talara y Cabo Blanco con el autor de El viejo y el mar: Manuel Jesús Orbegoso, entonces cronista  de La Crónica y Mario Saavedra-Pinón, de El Comercio. El tercero, Jorge “Cumpa” Donayre, de La Prensa,  ya había fallecido cuando realizó su investigación.

Omar enfatiza que fueron 36 días los que Papá Hemingway estuvo en nuestro país, casi todos los demás tratadistas indican que fueron 32,  y que en el vuelo desde Miami de Panagra al aeropuerto militar de El Pato, en Talara, lo acompañaron Mary Welsh, la última de sus esposas; Gregorio Fuentes, el capitán de su embarcación en  La Habana que he mencionado; Eliseo Argüelles, uno de sus amigos cubanos; el niño-actor Felipe Pazos, que interpretaba a Manolín, el mozalbete de la historia y el banquero peruano Enrique Pardo, presidente del exclusivo Fishing Club de Cabo Blanco.

En la entrevista que le hiciera a Hemingway en Finca Vigía el periodista Milt Machlin dos años después de su visita al Perú, menciona a dos de los integrantes de esta comitiva de la siguiente manera: “Gregorio Fuentes, un canario que celebraba sus veinte años como capitán del Pilar” y “Elicio Argüelles, deportista y millonario cubano que es el principal colega de pesca en Perú”.

Gregorio Fuentes es citado numerosas veces por Fuentes en su libro «Hemingway en Cuba» que he vuelto a leer en estos días. El ejemplar que tengo en casa lo compré en La Habana a finales de la década de los ochenta, allí el biógrafo más enterado del estadounidense en la isla comenta que en un discurso que Papá Hem nunca logró leer a propósito de una medalla que le impusieron en la capital cubana, había anotado: “Quiero brindar este libro por lo que vale a mi viejo compañero de armas, Gregorio Fuentes, a mi más viejo compañero de pesca, Carlos Gutiérrez, y a todos mis amigos de pesca de aguja de Cojimar, Anselmo, Figurín, El Sordo, y el difunto Marcos Puig, y a todos los otros vivos o muertos. Cojimar es mi patria chica”.

Y todos ellos, de acuerdo a las especulaciones de los comentaristas de El viejo y el mar, posibles alte-ego del pescador que  se enfrenta con valentía a su destino.

Habría que agregar de acuerdo a Fuentes, el biógrafo, no el capitán del Pilar,  para cerrar esta cacería, que los pescadores de Cojimar llegaron  a cobrar sumas considerables como extras o por la búsqueda del pez gigante  del filme que se rodó en Cuba y “que finalmente hubo que ir a buscar a Cabo Blanco”.

Pos-cacería: En la entrevista de Milt Machlin a Hemingway publicada en la revista Argosy en setiembre de 1958, el periodista le pregunta al escritor sobre la identidad del viejo de su la novela que comentamos. La respuesta de Papá Hem no deja dudas al respecto: “La historia es pura ficción, el conflicto entre un hombre y un pez. El viejo no es nadie en particular. Eso es una estupidez. Mucha gente no ha parado de decir que tal hombre es el viejo y que tal otro es el muchacho. Basura. Escribí esa historia tras treinta años pescando aquí y en otras partes antes. La mayoría de los pescadores de Cojimar han tenido experiencias como esa. Uno de ellos se pasó dos días peleando con un pez y cuando lo encontraron,. Se había vuelto loco. Eso es aún peor que mi historia. De ser alguien, el viejo sería el padre de Chago, que murió hace cuatro años. Pesque con él muchas veces”. Chago le decían a Marcos Puig, el pescador que Hemingway menciona en el discurso que nunca dio en La Habana que frecuentó durante sus primeros años cubanos.

Fin de la cacería.

Las cuatro crónicas que agrupa Omar Zevallos (Arequipa, 1958) en Hemingway desconocido, son notables. Las recomiendo.

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