Mi opinión
De acuerdo en todo con Elías Mújica, en el caso de la pampa de Chinchero no solo estamos hablando de un paisaje excelso, bellísimo que debemos cuidar. No. Se trata, lo acaba de precisar una vez más en la edición del día de ayer de La República de un espacio cultural –y arqueológico- que involucra, entre otras joyas, al Valle Sagrado de los Incas, a la Cordillera del Vilcanota y, sin duda, al río Willkamayu.
Su conservación, y posterior puesta en valor, por tanto, resulta a todas luces más importante que la construcción de un aeropuerto cada vez más cuestionado.
El bendito shock de inversiones del presidente Kuczynski terminó de cerrar un círculo que debemos impugnar,
Los cusqueños han convertido al aeropuerto de marras en una reivindicación regional. Lo comprendo. Décadas de centralismo cerril parecen darles la razón; sin embargo, lo que se va a destruir en esa zona de prosperar los arrebatos modernizadores es inmenso. Infinito. Y los compromete a ellos en particular como herederos directos de una civilización fundamental en el proceso de la cultura peruana.
Hay que arqueologizar el tema, sacarlo de los linderos del MEF y llevarlo al territorio del Ministerio de Cultura para que la ministra Ulla Holmquist se ponga en sus trece. Ella y el premier Salvador del Solar.
No hay otro camino.
La construcción del aeropuerto en Chinchero significa también la pérdida de una de las evidencias más claras de la forma como las poblaciones originarias manejaron el territorio, transformando las limitaciones que la compleja geografía andina impone en oportunidades para el desarrollo.
Allí está la pampa de Chinchero de vocación agrícola tradicional, dedicada al cultivo de la papa y reproducción de semillas, con sus antiguos mecanismos hídricos para el manejo del agua. Y está el valle de Urubamba, canalizado en época inca y aterrizado con andenes majestuosos por el tamaño, de vocación agrícola para el maíz por ser tierra más baja.
Y, cruzando el valle, están las laderas de la cordillera Oriental, con terrazas irrigables en las partes bajas y terrazas para agricultura de secano en las partes altas. Y las cumbres de muchos cerros coronados por “sukankas” o torres de piedras marcadores de los ceques sagrados que partían del centro de la ciudad de Cusco y se irradiaban hacia todos los puntos del imperio.
Están, por último, las cumbres nevadas que fueron apus o dioses para las poblaciones andinas. Por lo general nos referimos a este espacio como un “paisaje inigualable”, pero no es solo un paisajismo bello y peculiar. Esta continuidad de formas distintas de manejar la tierra, y que se manifiesta en distintos volúmenes y colores, trasciende la belleza.
Y en la medida en que es una creación humana, un paisaje cultural, nos ayuda a entender cómo fue manejado este espacio sin igual en el ombligo del Imperio. Sin igual porque, debido a la morfología de la cordillera, no hay otro espacio en la región con estas características.
No solo debemos conservar bellos monumentos, caminos empedrados, etc. Debemos conservar también las evidencias de formas de transformación productiva del paisaje, donde encontramos las lecciones más importantes de nuestra vieja historia.