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Ingrid Betancourt: “Lo que sorprende no es que se firme la paz, es que haya gente que vote que no”

Mi opinión

Ingrid Betancourt regresó a Colombia en mayo último para afianzar el controvertido proceso de paz que éste 2 de octubre será plebiscitado por todos los colombianos. Y ante el abigarrado auditorio que la esperaba para escuchar su verdad, se animó a decir lo siguiente: “No hay nada más fuerte que el perdón para detener la deshumanización. Es por eso que el perdón es algo que se da sin necesidad de que sea solicitado. Es, si se quiere, una estrategia individual de sobrevivencia, para deshacerse de las cadenas del odio, y descargarse del peso de la venganza”.

Ella es una de las víctimas más célebres de la violencia que se abate a su país desde hace más de cincuenta años y una de las más decididas defensoras de los acuerdos a los que llegó el gobierno del presidente Uribe con las FARC en La Habana. ¿Por qué cree que son precisamente los que más sufrieron las atrocidades de la guerrilla marxista los que defienden con más intensidad la paz que se viene?, le pregunta el periodista de El País: “ Porque somos los que sabemos lo que implica seguir en la guerra. Lo más lógico es tomar las medidas para que nuestros hijos y nietos tengan la oportunidad de vivir en un país diferente. La guerra es el enemigo de la felicidad”, responde con las mismas razones que utilizó Héctor Abad Faciolince, el escritor que vio morir a su padre a manos de los paramilitares, para justificar su voto por el sí en el próximo plebiscito.

He seguido con atención el proceso de paz en Colombia, con atención y mucho respeto; sé por tanto lo complicado que ha sido para todos discutir el precio de la victoria (o de la derrota, si se quiere). Soy consciente también que van a quedar muchos cabos sueltos y que la garantía para la verdadera reconciliación y voltear la página es solo una quimera, un cerrar los ojos brevemente para intentar mirar el sol. Aun así, confío en el buen término del proceso y sigo prendiendo velas por su real cumplimiento, pese lo repito, a saber que las voces en contra son muchas y muy respetables.

Buen fin de semana para todos.


El pasado 24 de agosto Ingrid Betancourt (Bogotá, 1961) recibió, a través de algunos de los negociadores del Gobierno en La Habana, la noticia de que se había llegado a un acuerdo de paz con las FARC. Por más que lo esperara, Betancourt, excandidata presidencial secuestrada durante casi siete años hasta su liberación en 2008 mediante la Operación Jaque, admite que no pudo contener la emoción. Ese día se fue la basílica del Sagrado Corazón, en la Place du Tertre, donde coincidió con varios colombianos residentes, como ella, en París. En la capital francesa, desde donde conversa vía Skype, seguirá el lunes el acto de la firma de la paz entre el presidente, Juan Manuel Santos, y el líder de las FARC, alias Timochenko. Unos acuerdos que ponen fin a 52 años de guerra y que deberá ser refrendados seis días después en un plebiscito. Pese a estar invitada, motivos personales, asegura, le han llevado a no acudir a Cartagena el lunes.

¿Qué Colombia espera a partir del 3 de octubre?

Una Colombia con un nivel de esperanza mayor, porque la esperanza es un motor de cambio. La Colombia que va a surgir después de un sí al plebiscito, que es lo que pienso que va a ocurrir, aprenderá a ser tolerante en términos políticos y sociales y a entender la justicia como una función reparativa y constructiva, no como un instrumento de venganza.

¿Qué le parecen el acuerdo de paz?

Cuando se inició la negociación yo no tenía muchas expectativas. Escuchaba a las FARC y era muy escéptica. Al final del camino me he quedado sorprendida de la transformación de las dos partes. Las declaraciones de los comandantes al principio, muy doctrinarias, cerradas, llenas de orgullo y casi prepotencia, no me dejaban presagiar el resultado que se logró. Se han dado pasos que nunca antes se habían conseguido. La parte que todavía tiene armas y una estructura organizacional operativa acepta deponer las armas y ser juzgado ante un tribunal. Además, si usted compara las declaraciones de Timochenko en las que no se arrepentía de nada a las de hoy, en las que se arrepiente del secuestro y asegura que fue el gran error de la organización, personalmente a mí me toca mucho.

En las últimas semanas ha habido varios actos de perdón de las FARC con víctimas, ¿cómo los valora, se los cree?

Se ha recorrido un camino. Creo que hay una toma de conciencia.

 ¿Usted les ha perdonado?

Yo he perdonado en la medida de la racionalidad con la que puedo manejar el perdón. Emocionalmente todavía tengo sentimientos difíciles de administrar, sobre todo en cuanto veo el sufrimiento de mis hijos. Mi ausencia de casi siete años en sus vidas ha dejado un dolor y ese dolor me duele.

¿Para que haya reconciliación es necesario el perdón?

El perdón es un camino individual y la reconciliación es colectiva. Acepto sin problema que las FARC entren a cumplir un nuevo papel en Colombia y tengan un rol en la vida política. Me parece positivo que pasen de un grupo armado con actividades criminales a un partido político con proyectos sociales y económicos, con el ánimo de crear un país entre todos y no sin los otros, por eliminación y exterminio. También es positivo que los comandantes de las FARC hayan aceptado presentarse ante un tribunal de justicia. Siento que por ahí la reconciliación va por el buen camino. Obviamente, en lo individual, tengo un camino por recorrer, pero es una situación personal, que depende de dolores, situaciones y personajes específicos.

Estos días las FARC celebran su última Conferencia cerca de la zona donde usted fue secuestrada. ¿Qué les diría?

Que tienen una responsabilidad muy grande. Cuando uno ve al pueblo de las FARC, a esos muchachos, ve al campesinado colombiano con ganas de tener derecho a vivir decentemente. Las FARC van a entrar en una arena política difícil. Van a tener que estar unidos, no dejarse contaminar por prácticas de corrupción que ellos han condenado pero de las que han tomado parte al haber usado la corrupción como mecanismo de supervivencia.

¿Qué queda de las FARC que ve y escucha ahora de las que la secuestraron?

Cuando los veo actuar hay una parte en mí que reacciona desde el fondo de la selva, como secuestrada, así que trato de ser muy objetiva, de pensar que estamos viviendo otro momento y que Colombia necesita que los que hemos padecido la guerra tengamos apertura de espíritu. Veo unas FARC que están haciendo un intento de modernización mental, de comunicarse con el mundo de otra manera y eso es muy valioso, no es fácil.

¿Por qué son las víctimas directas las que están siendo más proclives a perdonar?

 Porque somos los que sabemos lo que implica seguir en la guerra. Lo más lógico es tomar las medidas para que nuestros hijos y nietos tengan la oportunidad de vivir en un país diferente. La guerra es el enemigo de la felicidad. Ahora, hay una parte de la población colombiana que vive de la guerra, que ha hecho su fortuna y su poder político a través de la guerra. Si uno mira Colombia desde afuera lo que sorprende no es que se firme la paz y gane el plebiscito, lo que sorprende es que haya gente todavía pensando que vale la pena votar no a un plebiscito que nos ofrece la paz.

¿Qué opina de la campaña del no de Uribe?

Uribe ha tratado de hacer una campaña con argumentos, pero no los tiene. Todas las críticas que le hizo al acuerdo se han ido integrando. El único argumento que le queda y al que se agarra de mala fe es el de la impunidad, pero mayor impunidad que la que hay hoy en Colombia, ligada al paramilitarismo, al narcotráfico, a la matanza de indígenas y campesinos, es imposible. El acuerdo no ofrece una justicia perfecta, pero por lo menos vamos a escuchar decir la verdad y a partir de ahí construir una narrativa de la reconciliación.

¿Es ahora o nunca?

Para mí es ahora o nunca. Para nuestra generación, si no es hoy no es hasta dentro de 20 años, tocará un nuevo enfrentamiento militar, más desgaste. Hemos tenido otras oportunidades y todas las citas con la historia las hemos perdido. El traumatismo que se crearía con la victoria del no es tan inmenso, tan irracional, que ni lo considero.

¿Para qué está preparada Colombia y para qué no?

Está preparada para que las FARC entreguen las armas, pero aún no para acoger a todos esos miembros de la guerrilla como ciudadanos de pleno derecho. Vamos a tener que hacer una inmensa pedagogía. Primero, sobre los que van a ser amnistiados, que son muchachos jóvenes reclutados en muchas ocasiones en su contra. Esos muchachos tienen derecho a una oportunidad de vida digna y eso requiere un cambio en las relaciones sociales y económicas que imperan en Colombia. El otro tema es la participación política y eso va a depender de la altura con la que entren [las FARC]. Van a tener que confrontar en el Congreso odios ancestrales, personas que representan ideologías cercanas a la extrema derecha, al paramilitarismo. Van a tener que dar ejemplo al país de una inmensa restricción y madurez en el uso del lenguaje para que se pueda crear un espacio de diálogo y no de confrontación.

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