Mi opinión
Conozco a Ester Ventura, una mujer coraje que ha hecho de nuestro patrimonio cultural una bandera de lucha personal y un antídoto contra la desazón y el desencanto, dos de los insumos que componen el aliño de nuestra nacionalidad. A la distancia y a veces muy cerca de sus hijos, a quienes quiero tanto, la he visto luchar a brazo partido para que se valore (y/o se visibilice) el trabajo de nuestros alarifes, los de antaño y los de ahora, y se ensalce como se debe su legado. Me da muchísimo gusto que la ilustre peruanista sea reconocida en su terruño y se le brinde merecido tributo a su obra, que es inmensa y ha trasuntado las fronteras de nuestro país. Les dejo el reportaje que Nino Ramella, periodista de La Nación, acaba de hacerle a la vecina ilustre de Chorrillos y trajinante eterna por las verdosas campiñas bañadas por el rugiente Willkamayu, el río sagrado de los gentiles y de los habitantes de ese Cusco mágico que queremos tanto. Abrazos, Ester, que los zumbayllus sigan girando y girando hasta llegar al sol…
Nino Ramella para La Nación de Buenos Aires
Sin destino cierto ni propósito claro un día se subió a un tren en Retiro en compañía de otro joven que apenas conocía. Olfato e intuición fueron las brújulas que la guiaron hasta hoy, convertida desde hace rato en la diseñadora de joyas más reconocida de América latina.
Contada por su protagonista la vida de Ester Ventura (75) parece uno de esos guiones que tanto atraen a la industria del cine para cautivar espectadores. No le faltan condimentos. Aventuras, riesgos, locuras juveniles -que en alguna medida aún perduran-, abundancia y estrecheces, contacto con celebridades internacionales y con cultores de la pachamama, amores y desamores.
Desde el imponente ventanal de su departamento en Chorrillos, la argentina más renombrada de Perú domina la bahía y el malecón de Lima, donde reside desde hace 39 años, luego de haber vivido nueve en Cusco.
Rebelde con causa
“A papá le hice la vida a cuadritos, pobre… pero es que yo no podía refrenar mi búsqueda profundamente existencial”. Hijo de padres turcos judíos, Víctor había nacido en Concordia. Conoció a Delia, nacida en Buenos Aires y perteneciente a una familia de origen ruso. De esa unión nació primero Ester y luego su hermana Silvia.
Víctor quiso inscribir a sus hijas en un colegio judío, pero Delia no lo dejó. “Hemos venido acá para integrarnos”, dijo inapelable. Cuando vivían en Floresta fueron al Excelsior. Luego los Ventura se mudaron a Caballito y llegó el turno del Instituto Susini.
“A mí no me dejaban entrar a la clase de religión católica. Yo tenía un llamado espiritual muy fuerte y me molestaba que no me dejaran saber qué pasaba allí. Entonces con la complicidad de mi compañera Ana María Magliano me bauticé a escondidas. Ya no pudieron echarme. Mi padre no se enteró nunca. Mi madre sí, pero se lo calló para no infartar al resto de la familia”.
No fue menos perturbador para su padre volver antes de un viaje y descubrir en su casa poco menos que una bacanal. “Yo tenía 15 años y aprovechando que mis padres no estaban organicé una fiesta romana. Mi padre casi se infarta -y yo también- cuando abrió la puerta y descubrió a un grupo de mis amigos envuelto en sábanas y comiendo uvas”.
Sus orígenes cinéfilos
Víctor Ventura tenía tienda en la calle Suipacha, al lado de un cine. “Con mis primas y hermana veíamos cine a todas horas. Debo haber visto siete veces Siete novias para siete hermanos. Mi papá nos sacaba de ahí disuadiéndonos con la promesa de pizza y helados. Yo sentía que el cine era la proyección de los sueños”.
Pero no fue solo como espectadora que entró al mundo del cine. “Toda mi vida es producto de citas puntuales a las cuales acudo diría yo que, a ciegas, pero llevada por un movimiento interior que me guía, que me hace aterrizar en esa situación. No las he buscado. Llegan”.
Un día Ester estaba en un bar con su papá. A la mesa se sentó un amigo. Se trataba de Sandro Sessa, director de Laboratorios Alex. “Le contaba a mi padre que ya no sabía cómo parar a los directores que lograban alterar los turnos para procesar sus películas. Y yo, con la impertinencia de los 19 años, le dije que se estaba ahogando en un vaso de agua”.
El desenfado le abrió las puertas de esa empresa, en la que Ester comenzó un sólido vínculo con el cine que la llevó, ya como productora, a compartir proyectos con quienes después fueron celebridades de la industria.
Documentales, películas de ficción, publicidades… no hubo género en el que la intrépida jovencita no haya dejado su impronta. Se calculan en más de 50 las producciones en las que estuvo involucrada. Los nombres se suceden a borbotones. De cada uno cuenta una historia que bien valdría para otra nota. Toti Gil, Rogelio Chomnalez (”que fue mi novio/marido durante algunos años”), Chacho Parodi…
“De pronto apareció en mi vida Matilde Bensignor, que trabajaba con un genio como Juan Fresán, el padre de Rodrigo. Me hice muy amiga de él y de su mujer. Hicimos juntos, él como director, yo como productora y Víctor Kotler en la dirección técnica un homenaje a los Beatles. Juan era intimísimo de Quino al punto de que su cara es la del papá de Mafalda”.
¿No huelen que se quema algo? Ester Ventura no solo es sensible a los impulsos estéticos. Aunque por adopción, como buena peruana no es indiferente al mundo de los sabores. Su mesa produce un deleite similar al que genera oírla hablar. Ilustrada y locuaz encanta con los dos acentos que conviven en ella. “Mi mamá todos los días es peruana, pero cuando se enoja es argentina”, afirmaba desde pequeña Micaela, su hija.
La fantasía de nuevos horizontes
Le iba bien y le llovían ofertas de trabajo, pero Ester Ventura no está hecha para quedarse quieta. Algo le decía que tenía que abrir otros horizontes.
A la Facultad de Derecho en la Universidad de La Plata (”mi padre me veía abogada y luchando por causas perdidas”) debió dejarla por las convulsiones políticas de aquel momento. Ingresó entonces a Historia y de ahí a Psicología Social en la Universidad Argentina de Ciencias Sociales, que poco después cerraron por los perfiles nazis de Jaime María de Mahieu, su director.
Fue Ulises Petit de Murat quien la contactó con cineastas de México, donde él había guionado unas 40 películas durante su exilio. Aquel vínculo no prosperó, pero atizó sus ganas de conocer América.
“Un día conversando con un chico que era creativo de una agencia -Alfredo Back- me comentó que quería hacer un viaje por Sudamérica. Me pareció bien viajar acompañada de manera que para una nueva pena de mi padre me subí con él a ese tren en Retiro. Yo quería llegar a México y pensaba en puntos intermedios como Tucumán, Salta, Jujuy y luego Bolivia, Colombia”.
“Llegamos a Potosí en Bolivia donde el padre de un compañero de la Facultad, director de la mina Pailaviri, nos alojó. Llegamos de noche. A la mañana siguiente abrir la ventana fue un impacto. El gran patio de esa casona colonial, con las ojivas y todo eso estaba forrado de maíces de distintos tonos y de oca y yuca. Fue una explosión de color que nunca había visto. No sé cómo explicarlo, pero hizo que yo sintiera que estaba ante la presencia de algo orgánico y sagrado”.
Ese encuentro con la naturaleza fue algo así como la Epifanía que cambiaría radicalmente su vida con el paso de los años.
“El otro shock emocional -tal como lo describe Ester- fue cruzar el lago Titicaca y encontrar a esas cholas con los mantones hermosos, con los flecos hasta el piso que se mecen con ellas, con los bordados”.
Perú estaba en ese momento bajo la dictadura de Juan Velasco Alvarado. En Cusco ella y Alfredo Back se hospedan en casa de amigos, pegada a las ruinas de Sacsayhuaman. ”Otra vez llegamos de noche. A la mañana abro la venta y no veo Cusco sino un manto de nieve, lo que fue rarísimo y mágico ya que allí no nieva nunca”.
Se sucedieron en Cusco nuevas producciones cinematográficas hasta que decidió viajar a Lima, ciudad a la que llegó el 3 de octubre de 1974. Pero no llegó sola. Ese día un terremoto devastador dejó unos 80 muertos y miles de heridos. “Yo estaba en la ducha y pensé que se trataba de una tormenta. Salgo envuelta en una toalla y cuando me acerco a la ventana me gritan que saliera de la luna que porque era lo primero que se caía. Creí que estaban locos. No sabía que le decían luna a las ventanas”.
La revolución en joyas
Ester Ventura se convirtió en la más icónica diseñadora latinoamericana de joyas por poner sus ojos donde nadie antes los había posado. Semillas, textiles, caracoles, huesos, piedras… todo ello estaba allí y a nadie antes se le ocurrió engarzarlos valiéndose para ello de oro, plata o cobre.
Alcanzada por el misterio y magia del mundo precolombino durante sus años en Cusco, echó mano a elementos anteriormente utilizados por los chamanes con un fuerte valor simbólico y talismánico y los convirtió en obras de diseño contemporáneo.
“Eso sí -aclara con énfasis- yo no sería nadie si no fuera por los orfebres que logran hacer lo que imagino”. En su equipo han llegado a trabajar a un mismo tiempo 30 artesanos, entre plateros y pedreros.
Desde su primera exhibición en Lima, en 1982, sus piezas han recorrido galerías y museos de Perú, Argentina, Brasil, Chile, Venezuela, Colombia, Cuba, Uruguay, Estados Unidos, España, Inglaterra, Suiza, Francia, Mónaco, República Checa, Italia, Singapur y Japón.
En 2019 fue elegida para representar al Perú en ARCO, la Feria Internacional de Arte Contemporáneo de Madrid, siendo la primera vez que se incluyó joyería como una expresión del arte.
La mayoría de las celebridades peruanas atesoran o han atesorado obras de Ester Ventura, entre ellas Mario Vargas Llosa, Susana Baca, Manongo Mujica, Alicia Maguiña. Y no pocos famosos internacionales como Maya Plisétskaya, Stephen Fry, Ben Kingsley, Paloma San Basilio, o Rosa Montero de quien además es muy amiga.
Con Shirley MacLaine se conocieron cuando Ester recién comenzaba a diseñar joyas. “Filmé con ella cuando se rodaba una película sobre su vida. Acordamos que cada una se quedaría con un arete de cada juego. De manera que ella tiene una mitad y yo tengo la otra”, dice sin contener la risa.
“Con Miguel Bosé fue gracioso. Él me interceptó en un restaurante y me preguntó dónde había conseguido el collar que llevaba puesto. Le dije que lo había hecho yo. Se vino a mi casa con todo su staff incluidos músicos y representante y aquí cocinamos y comimos. Me compró un collar de pescaditos tallados en marfil”.
Sin apoyo oficial…ni seguidores
Indudablemente un reconocimiento internacional de la magnitud que Ester Ventura ha logrado en el mundo llevando obras con una profunda raíz peruana -nunca abandonó esa mirada antropológica que inició en la Universidad- podría ser un inmejorable elemento de divulgación cultural del país.
“Nunca pedí nada porque no lo necesitaba. Tenía los medios suficientes para hacer las muestras en el país que me invitaba y nunca demandé siquiera un sol para un pasaje. Nunca. Entonces malacostumbré, no sé si a ellos o a mí, a no hacerlo”, responde a la pregunta de si cuenta con apoyo estatal.
Los hijos de Ester, por su parte, siguen sus propios designios. “Para Micaela su vida son sus hijas. Tiene una de 6 y otra de 4 años. Víctor es artista. Hace fotos increíbles, pero no desarrolla esos dones. Vive en las alturas del Valle Sagrado de Urubamba, tiene un divino hijo de 7 años y elabora productos alimenticios naturales. Le encanta lo que hago, pero no es lo suyo”.
El tiempo transcurre sin que podamos medirlo. El sol de Lima se zambulle despacito en el horizonte marino. A los pies del departamento de Ester los viandantes fatigan el malecón del Club de Regatas.
Pero ella no se apaga. “Estas son piecitas rituales talladas en piedra. Estas son tres chalinas de vicuña de zonas diferentes. Estos son chullos y estos son chumpis…ah! y esto es lo que más amo…son las chuspitas…vení…vení…acá tengo más…”