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Guacamayos jacintos y nutrias gigantes del Pantanal brasileño

Mi opinión

El Pantanal es un sueño, lo he recorrido hace poco. Doy fe de la extraña belleza del río Paraguay, un coloso que nace, como dice Andoni Canela, el fotorreportero navarro que acaba de publica en Altaïr el artículo que les dejo, en el estado de Mato Grosso, se introduce brevemente en Bolivia, cruza todo el Paraguay para desaguar frente a la localidad argentina de Isla del Cerrito.

Doy fe también de la impresionante vida silvestre que se puede apreciar en este humedal inacabable. El fotógrafo español se quedó boquiabierto con la belleza de los guacamayos jacintos y las nutrias de río. Yo también, tuve la suerte de ver a las dos especies durante mi recorrido por el río Abobral. A guacamayos, nutrías de río, jaribús, onça pintadas, caimanes, anhingas, tucanes, garzas, capibaras, armadillos, de todo, extraordinario.

Les dejo este último dato para que sopesen la singularidad de este ecosistema: el pequeñísimo desnivel del río Paraguay (5 a 6 cm/km) y los muchos meandros que se forman, son la causa de la extrema lentitud de su curso, hasta el extremo de que se ha calculado que lleva cerca de 6 meses que el agua que fluye de Corumbá, en el límite de Brasil con Bolivia, llegue al Río de la Plata. Tremendo.


El sol todavía no ha salido y la luz es uniforme, plana, monocromática. Siempre me ha gustado esa luz azulada que envuelve todo de magia. La corriente del río es lenta, parece fluir a cámara lenta. El tono marrón del agua da un toque melancólico al momento. Se oyen cientos de pájaros que se acaban de despertar. En este lugar, unos oídos expertos pueden llegar a identificar el canto de veinte o treinta especies diferentes en menos de un minuto. 

Me encuentro en un brazo del río Paraguay, uno de los grandes ríos de América con un altísimo grado de biodiversidad animal y vegetal. El río nace en Brasil y es el principal afluente del río Paraná, en el cual desemboca tras cruzar Paraguay. A su paso por los estados brasileños de Mato Grosso y Mato Grosso do Sul, el río Paraguay forma un gran humedal conocido como el Gran Pantanal. El Pantanal es una de las áreas húmedas más extensas del mundo y en la época de lluvias se convierte en una enorme laguna de millones de kilómetros cuadrados. Estos días recorro la sierra de Amolar, la zona del Pantanal más al oeste y cercana a la frontera de Bolivia. Estas montañas, que surgen de la planicie del Pantanal, son las únicas montañas de toda la región.

 
 
A estas horas de la mañana la actividad de las aves es intensa. Un anhinga hace bueno su sobrenombre de «pájaro serpiente» y se mueve como una culebra en el agua en busca de sus presas. Martines pescadores de varias especies vuelan arriba y abajo del río encelados. Una garza cocoi se queda inmóvil como una estatua esperando con paciencia infinita a que un pez pase a la distancia justa. Los rayadores pasan volando con rapidez mientras acarician el agua del río. Observo también a jabirúes, bienteveos, cardenales crestados y gran cantidad de loras y periquitos de varias especies. 

La embarcación tiene dos motores. Uno de ellos es eléctrico y apenas hace ruido. Va muy despacio y permite acercarse a los animales de una manera muy discreta. De repente veo algo grande en el río. No es una garza ni un pez. Tampoco es un caimán, muy habitual en estas aguas. A simple vista uno diría que son delfines, pero no lo son. Son nutrias gigantes del Amazonas. La nutria gigante (Pteronura brasiliensis) es uno de los mayores depredadores de los ríos sudamericanos. Son muy grandes, gigantescas diría. Te sorprendes de su tamaño al observarlas de cerca. Los machos adultos pueden alcanzar los dos metros de longitud (de cabeza a la cola) y pesar entre 40 y 50 kilos. La nutria gigante se encuentra en las cuencas de los ríos Orinoco, Amazonas y Paraguay. Aquí son habituales a pesar de que están catalogadas en la Lista Roja de la UICN como especie en peligro de extinción. La caza y el tráfico de las nutrias gigantes y sus productos es ilegal. En zonas del norte y del sur de su área de distribución, se encuentra en regresión y cada vez son más escasas.

 
La nutria gigante (Pteronura brasiliensis) del Pantanal, en Perú la llamamos lobo de río.
 

Localmente, las nutrias tienen muchos nombres, entre ellos «lobo de río», que da una muy buena pista de su comportamiento. En Brasil se les llama ariranha y más al sur (Argentina y Paraguay)lobope lobo gargantillaSu estrategia de caza es parecida a la de una manada de lobos. Las nutrias son incluso más efectivas cuando acorralan a los peces hacia las zonas de vegetación acuática. Allí los peces no tienen escapatoria y son pescados (o cazados) por las nutrias con facilidad. 

El grupo que observo es una familia de 9 miembros. Hay 5 nutrias adultas y 4 crías. El macho del grupo es más grande y su aspecto es fiero. Me recuerda a un lobo macho alfa en Picos de Europa. Frunce el ceño, mirada fija y vuelve a sumergirse. Apagamos el motor de la embarcación. Durante unos minutos la velocidad de la corriente nos lleva a la deriva, en paralelo a las nutrias. Han dejado de pescar y nos acompañan como si fueran delfines. Incluso hay alguna nutria que salta de vez en cuando. Un poco más tarde, todo el grupo sale del agua y se ponen a descansar a la sombra de unos árboles en la orilla. 

 
 
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Pasan los días y navegamos hacia el norte, río arriba. Aparte de las nutrias, en estas aguas hay otros dos cazadores excepcionales, aunque ninguno suele interactuar demasiado con las nutrias. Uno de ellos es el caimán y el otro el jaguar. Los caimanes (Caimán yacare) se ven con cierta facilidad. En una playa de arena observo como descansa un caimán de unos dos metros de largo. No se mueve y dependiendo del ángulo parece un tronco oscuro. En las playas que no hay caimanes casi siempre se encuentra capibaras (los roedores más grandes del mundo) descansando o pastando la hierba de la orilla. En los árboles es habitual observar (y también escuchar) a los monos aulladores.

Después de un par de semanas navegando por el Pantanal, llega uno de los momentos más inolvidables del viaje. Un encuentro de los que dejan huella. Observo primero su silueta. Un instante después sus vivos colores me descubren al protagonista: es un guacamayo jacinto Un tesoro viviente. Lo había visto hace años en el Chaco boliviano. Muy fugazmente. En esa época quedaban tan solo mil ejemplares, situándose cerca de la extinción. No logré hacer ninguna foto entonces ni tuve una observación decente. Eran tan escasos que en un mes allí tan solo los pude observar en dos ocasiones, y fueron especialmente esquivos. En el tiempo que tardaba en llevar mis prismáticos del hombro a los ojos, los guacamayos jacintos ya habían desaparecido. Años después, la población se ha ido recuperando. Ahora se encuentran en el Pantanal brasileño y en algunas zonas de Bolivia y Paraguay. Los números han subido y se calcula que pueden vivir alrededor de 5.000 ejemplares en libertad. 

Después de esos primeros encuentros fantasmales, tengo una nueva oportunidad en el Pantanal brasileño. Observo de cerca de un guacamayo jacinto y no doy crédito. Parece un personaje de cómic. Sus plumas, de un intenso azul y muy suaves, parecen de terciopelo. Su nombre científico, Anodorhynchus hyacinthinus, ya avisa de que esta no es un ave cualquiera. El guacamayo jacinto es el más grande de todos los guacamayos. Unos ojos oscuros casi negros rodeados de unos aros de un color amarillo intenso. Parecen de goma. Me encuentro con una pareja que tras un vuelo corto se para en una palmera. Poco a poco uno de los guacamayos se va directamente a los frutos. A primera vista dudo sobre qué frutos son hasta que me doy cuenta de que se trata…. ¡son cocos! Son unos cocos diferentes y más pequeños que los de postal de las playas caribeñas. De cáscara dura y que parece que un ave no los pueda abrir. Pero sí lo hace. Los jacinto tienen uno de los picos más fuertes de su género y logran pelar esos cocos para acceder al interior y comerse la pulpa.  

 
 

Estos paisajes son el hábitat perfecto para los guacamayos jacintos. Entre la selva y las zonas abiertas donde bosques secundarios se mezclan con zonas inundables. En estas sabanas sudamericanas hay varias especies de árboles y palmeras donde los guacamayos encuentran las frutas y los frutos secos que necesitan según la época del año que sea: cocos, dátiles, mangos, nueces de macadamia, avellanas… También se alimenta de flores, brotes y semillas, y hasta de caracoles. 

Los motivos que casi llevaron a la extinción al guacamayo jacinto son varios, pero sobre todo están relacionados con las capturas de ejemplares salvajes para el tráfico de mascotas en cautividad. Se capturaron miles de ellos en las últimas décadas del siglo XX. También los cazaban por sus plumas que tenían varios usos. Ahora la destrucción de la selva es la amenaza más grave para el guacamayo jacinto y también para el resto de especies que comparten hábitat. Se destruye la selva ya sea para obtener madera o para tierras para el cultivo. Además, en esta zona también se provocan con asiduidad grandes incendios que afectan gravemente a la especie. 

 
Guacamayo jacinto ( Anodorhynchus hyacinthinus).
 
Más al norte del Pantanal, cerca de Porto Jofre, está el Parque Nacional Encuentro de las Aguas, donde existe uno de los lugares con mayor protección para la fauna en esta zona de América del Sur. Este es uno de los santuarios del jaguar. El jaguar ha sido y es un símbolo poderoso en las culturas locales de todos los lugares donde habita. Los mayas lo relacionaban con la creación, la sucesión del día y la noche, y también estaban convencidos que la clase noble y los reyes provenían de este felino. Para las tribus amazónicas también está relacionado con lo desconocido, con lo que vive ‘en otras dimensiones’ y tiene un fuerte componente mágico. El jaguar y el chamán se identifican como un mismo ser. Ambos se mueven en la tierra, en el agua y en el cielo. Curiosamente, se ha visto a los jaguares comer hojas de la liana con la que se prepara la ayahuasca, un brebaje chamánico para entrar en un estado psicoactivo. 

Sin duda, las criaturas de estos parajes naturales como el jaguar, el guacamayo jacinto o la nutria tienen un hilo de misterio. La selva y estos grandes ríos impenetrables le dan una magia que, sin duda afecta a sus pobladores nativos, a los primeros exploradores que vinieron de Europa y también a todo el que lo visita en la actualidad. Cuando observas a estos animales de cerca, te preguntas si han salido de un relato fantástico o si quizás estás soñando, leyendo un libro o viendo una película. }

Andoni Canela es fotógrafo especializado en naturaleza desde hace 20 años (National Geographic, BBC Wildlife, La Vanguardia, El País, The Times). Ha publicado una docena de libros sobre osos, águilas imperiales, lobos, linces y fauna salvaje en todo el mundo. En busca de lo Salvaje y Durmiendo con Lobos. Web: www.andonicanela.com

Paisajes vivos es una serie de Andoni Canela que nos transporta a visitar espacios singulares de todo el Planeta donde descubrir animales salvajes. En este cuarto episodio, Andoni viaja hacia el Gran Pantanal en Brasil. 


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