Mi opinión
Meses atrás, me llevé al Uruguay la novela de Irma del Águila sobre Fushía, el japonés que vivió en en una isla con decenas de mujeres de acuerdo al relato de Vargas Llosa en La Casa Verde y la devoré en un santiamén en un bar para pobres del centro de Montevideo.
Me encantó la novelita, el tono de las reminiscencias que la narradora -socióloga y literata- hace de sus años primeros en la selva y la intriga que supone la búsqueda del evasivo oriental lujurioso entre los pliegues del Marañón.
No conocía, entonces, a la autora; sin duda, una de las más novelistas más prolíficas del parnaso cholo. Les dejo la entrevista que le acaba de hacer Gabriela Wiener para La República, está buenísima. Tienen que conocer la obra de Irma del Águila; n estos días voy a tratar de conseguir Moby Dick en Cabo Blanco y El hombre que hablaba del cielo, dos de los títulos que ha publicado.
Algunos relatos del Mínima Señal (Fondo de Cultura Económica), el reciente libro de relatos de Irma del Águila, “salen de la mente en el encierro”. Mientras la escritora y socióloga era observadora de Derechos Humanos de la misión conjunta de la OEA y la ONU en un pueblito perdido de Haití, empezó a escribir casi por reflejo, para romper con el aislamiento. Ni cabinas telefónicas, ni cines. Los observadores en los noventas se comunicaban con el mundo a través de radio de onda corta y cartas. Cuando Irma volvía a su habitación no había nada más que hacer que leer, escribir “y rumiar algunas obsesiones”. Esa claustrofobia y desconexión impregna este inquietante y por momentos pavoroso conjunto de cuentos. Los atravesamos como se atraviesan las cuevas desconocidas o las mentes ajenas llenas de impulsos reprimidos.
¿De dónde emergen esas oscuras obsesiones?
Me interesan “los pliegues del sujeto”, tomando prestado el título de un bello ensayo de la psicóloga Ani Bustamante. La mirada femenina descubre esos claroscuros del sujeto, mete el dedo en la llaga que supura, atraída (¿seducida?) por “eso”, la ambigüedad en nosotras mismas. No es casual que muchas narradoras como Carmen Martín Gaite, Virginia Woolf, Marguerite Duras pero también las nuestras, Karina Pacheco, Daniela Ramírez, Katya Adaui, Grecia Cáceres, Leyla Bartet, Alina Gadea, Yaniva Fernández y tantas otras se acercan de puntillas al terreno de lo íntimo. Se toman riesgos, sin duda. Esos pliegues existen en nosotros, ¿por qué no hablar de ellos? No busco en mis relatos una estética del thriller, no es un derroche de gritos, patadas y rock & roll. Los pliegues asoman, sutiles: cada quien verá qué hace con ellos.
La socióloga sale a veces a relucir en la literata, pero me intriga algo: ¿cuándo y cómo sale a relucir la literata en la socióloga que hay en ti?
No sé si puedo desdoblarme en “narradora” y “socióloga”, pero sí creo que probablemente mi formación académica y mi hábito por la escritura tuvieron que ver con esta obsesión por la mirada. Ojo, no digo “ver” que es una acción física, sino “mirar” que es subjetividad y es también un evento cultural. No todos vemos lo mismo. Eso ya da para construir una poética, ¿no crees? En un país multicultural como el nuestro, la pelea por la representación tiene que ver con el reconocimiento de la mirada del otro. Eso es complicado.
Dame un ejemplo local.
Mira, el Inca Garcilaso, el epónimo del mestizaje, conocía de los límites del trasvase. En vísperas de su viaje a España, el joven Garcilaso visita a su tío, el jefe de la panaca (familia) de su madre. El tío contempla el cielo del Cusco y le muestra las figuras del firmamento quechua que eran manchas negras sobre el negro del cielo. Pero Garcilaso ha crecido con el firmamento occidental, reconoce los puntos luminosos, la Cruz del Sur, Orión y otras estrellas. El tío señala el amaru (serpiente), cuya cabeza asoma en el mes de setiembre anunciando las lluvias; pero Garcilaso no ve nada, solo la oscuridad del cielo. Tampoco la alpaca, el sapo… No, Garcilaso no ve lo mismo que su tío, su mirada es occidental. Garcilaso escribirá en Los Comentarios Reales: “Y no las supe ver, por no saberlas imaginar”.
Eres una escritora con una obra bastante sólida y con un recorrido largo y sin embargo no creo que hayas tenido toda la visibilidad que mereces. ¿Por qué lo crees?
Los espacios están dominados por figuras masculinas. Y esto hay que repetirlo y señalarlo hasta el cansancio porque está naturalizado. Ni se dan cuenta. El afiche de un congreso de columnistas en España a realizarse en octubre muestra doce nombres de columnistas, todos hombres. Qué fuerte. En abril de este año, una librería en el Perú armó cuatro mesas para hablar de narrativa y artes en el Perú: se invitó a dieciséis personas, lo que en peruano quiso decir quince hombres y una mujer. Afortunadamente, los chicos de una de las mesas reaccionaron a la denuncia que hicimos las mujeres en redes y renunciaron a participar.
¿Sorprende?
No, al contrario, es la consecuencia natural de una sociedad homonormativa. La exclusión es la regla. ¿Sorprende que un prestigioso economista sostenga en el siglo XXI que la violencia en el hogar es un evento de su “vida privada”? Sí pues, porque su voz es ley. Y a callar. Vexler no despide a Martens con palabras que hablen de sus méritos profesionales sino ciriándola delante de todos. Volviendo a Garcilaso, el señor Vexler no puede ver a una mujer de méritos intelectuales, y menos en el rol de mando, “por no saberla imaginar”.
Hasta hace poco oía decir que no hay escritoras buenas en el Perú…
Aconsejaría a quien lo dice que hojee el libro de relatos “Como si no bastase ya ser”, para empezar.
¿Qué pasó cuando ganaste el Premio de novela corta de la Cámara Peruana del Libro con “El hombre que hablaba del cielo”?
Cuando la representante de la Cámara me llama para comunicarme la decisión del jurado, me comenta que la novela estaba tan bien ambientada en la Lima del siglo XVII, con arcaísmos y conocimientos de astronomía, de las rutas de navegación, en fin, tan bien documentada, que algunos miembros del jurado pensaron que se trataba de un conocido historiador (un hombre) que escribía novelas históricas. Vaya elogio.
Fuiste activa en la convocatoria masiva de firmas para sacar de la tele a Philip Butters. Pero él insiste: ahora le dijo a una periodista que no iba a entender por ser mujer.
Él probablemente entienda menos de fútbol que la mayoría de comentaristas deportivos del medio, pero tiene floro y manda callar a la gente. O sea, full mandato de masculinidad. Pero si tomas nota, sus opiniones sobre fútbol son sonseras a la N, por ejemplo: “Yo creo que Gareca se tiene que ir». Hoy, en el mundo hay mujeres que son comentaristas deportivas como Alina Moine e Inés Sainz, estrellas en Fox Argentina y Televisión Azteca respectivamente. Butters seguro que las conoce (zapea sus programas en casa, para enterarse) aunque ellas, muy probablemente, ni sepan quién es Butters.
Los espacios están dominados por figuras masculinas. Y esto hay que repetirlo y señalarlo hasta el cansancio porque está naturalizado.
9/10/2107