Mi opinión
Andando por estas carreteras digitales me volví a tropezar con dos viejos amigos: Rosa M. Tristán, periodista de fuste, divulgadora científica de las buenas y bloguera hasta el cansancio. Española para mayores referencias. Y con Javier Reverte, escritor, viajero, hombre de mundo, una mención obligada, de culto, si se trata de hablar de viajes, viajes literarios y vagabundeos por el planeta. Autor, además, de textos notables, inolvidables, dos de ellos ocupando un espacio privilegiado de mi biblioteca sambartolina: Billete de ida y El sueño de África. Que ambos se hayan puesto de acuerdo para conversar de lo que más les gusta resulta formidable, un verdadero “bocatto di cardinale”.
Los dejo en su grata compañía, como lo dije en el evento de cierre por los festejos del treinta aniversario de la SPDA viajar es el deshueve. Y punto.
Javier Reverte anda preparando la mochila para una nueva aventura en África cuando nos encontramos en el centro de Madrid. El escritor, uno de los autores de más éxito de nuestro país, de los más viajeros y de los más prolíficos, acaba de regresar de Roma, donde ha estado escribiendo durante los tres últimos meses un diario de su estancia, trufado de historias, que aún tardará en ver la luz. Reverte, de 69 años, no se cansa de recorrer mundos, casi siempre situados en el espacio geográfico, a miles de kilómetros; otros ubicados en el tiempo, décadas atrás. Así es su última novela, ‘Tiempo de Héroes’, dedicada a un miliciano de la Guerra Civil española.
Aún resuena el eco de la muerte de un africano que fue un héroe, un mito: Nelson Mandela. Usted que ha viajado tanto por su continente ¿Qué perdió África con Mandela?
Perdió al más grande estadista del siglo XX. Mandela tuvo que hacer cosas que no le gustaban, pero fue tan recto y capaz que no guardó rencor y creyó firmemente que un país se hace sobre la conciliación. En aldeas perdidas de África, donde nadie está alfabetizado, he mencionado a Mandela y todos le conocían. Él fue quien creó la primera democracia de África. No tuve la suerte de conocerle. Cuando fui a Sudáfrica, en 1998, era ya presidente, y yo un mochilero.
En Sudáfrica sigue habiendo mucha violencia social. No se han acabado las desigualdades y la comunidad blanca sigue siendo rica, mientras la pobreza está muy extendida. También hay mucha corrupción dentro del Consejo Nacional Africano. Pero el mensaje de Mandela de conciliación y democracia ha calado y la violencia racial ha acabado. La comunidad blanca domina la economía, controla Ciudad del Cabo y Johannesburgo; está tranquila. Puede haber en el CNA algún intento de dictadura, pero el legado es fuerte y hay mandelistas por todos los lados. Es un sentimiento, un dios. Hubo en Tanzania un personaje parecido, Julius Nyerere, de Tanzania, que era marxista, pero dimitió, un caso raro.
Usted militó en su día en el Partido Comunista, cuando aún no estaba legalizado ¿Tuvo problemas?
Milité entre 1974 y 1979, cuando era clandestino. Entonces trabajaba en el periódico Pueblo, donde organicé Comisiones Obreras, el Partido Comunista. Casi me echan dos veces. No me fue bien.
¿Por qué dejó periodismo por literatura?
Nunca quise ser periodista, sino escribir. Mi padre era periodista y un abuelo y mis tíos… Toda una saga. Sabía que el periodismo permitía asomarse a muchos escenarios de la vida, viajar, estar en la calle, encontrarse con otras personas… Por eso me hice periodista. Pero lo dejé en el año 84, me cansé. Y me fue muy mal. Pasé 10 años horribles, porque no vendía ninguno de mis libros, hasta que llegó El Sueño de África. El periodismo me enseñó mucho, porque aprendí a preguntar, a quitar importancia a muchas cosas, a meterme en todos los lados, a desvalorizar la naturaleza humana en unos casos y valorarla en otros. Pero en un medio las historias sólo duran un día. Al siguiente, sólo sirven para envolver el pescado, como decíamos antes.
¿Cómo se gestó aquel primer viaje y aquella historia africana?
En realidad fui a Uganda para escribir un reportaje durante 20 días por encargo de una revista, pero me quedé tres meses. Podía hacerlo porque era freelance. Comencé a tomar notas… y al final tenía un libro. Entonces no había colecciones de viajes y lo rechazaron en siete editoriales, pero se publicó, con una tirada de 1.000 ejemplares, y sigue reeditándose desde 1996. Fue un éxito del ‘boca a boca’ porque ni hubo publicidad, ni salió en los medios.
Luego, dedicarse a la literatura de viajes fue una casualidad
Antes había escrito un pequeño libro de viajes sobre la Odisea, recorriendo los territorios imaginarios de Ulises gracias a una beca. Se llamaba La aventura de Ulises. Pero luego me centré en novelas, poesías… Hasta que viajé a África y me encontré con historias en el camino que quise entrelazar con el pasado. Reconozco que me gusta más escribir novelas, que es un reto mayor. Los libros de viajes no me cuestan tanto trabajo y, quizás, ese es el secreto del éxito, la naturalidad. Además, solo escribo de aquello que me emociona personalmente. Esa deber ser la clave de la literatura.
De África ha escrito ya siete libros entre viajes, novelas, ensayos… ¿Cómo ha visto cambiar el continente en estos años?
No ha cambiado demasiado. Sí se ha llenado de chinos que invierten y sacan mucho dinero también. Pero no he notado mejora en la economía; sigue habiendo hambrunas y poca democracia. Los países con turismo están algo mejor. Hasta este viaje, hacía cuatro años que no volvía.
¿Viajamos lo suficiente los españoles?
Cuando comencé a viajar, primero como periodista y luego por mi cuenta como mochilero, me encontraba muchos ingleses y algunos franceses y americanos; españoles no. Luego empecé a cruzarme con catalanes y vascos. Y en las últimas ocasiones si he visto muchos jóvenes españoles de todos los lugares, de una generación que ya sabe idiomas.
Con este nuevo viaje a África se está implicando en viajes organizados, con viajes literarios. ¿Cuál es su papel?
En realidad, me llamaron de una agencia de viajes para que ideara una ruta que ellos ofertarían. Pero se me ocurrió otra idea: yo voy al viaje y cada noche cuento a los que vengan historias de los lugares donde estamos, una charla informal. Si vamos a las fuentes del Nilo, les explico cómo se descubrieron; si estamos en la casa-museo de Karen Blixen en Nairobi, les relato su vida… Como guía literario. Al primero se han apuntado bastantes viajeros, así que puede que haga otros en verano, pero con rutas que me apetezcan a mí. Ahora que se venden menos libros, me lo tomo como un trabajo.
¿Volvería a Amazonía, que tan mal sabor de boca le dejó?
Nunca. De aquel viaje salió el libro ‘El río de la desolación’. Allí casi muero por culpa de la malaria; fue horrorosa. Estando allí sentía que me moría, aunque lo peor vino después. Me dieron una dosis muy fuerte de un medicamento llamado Lariam, que me provocó una depresión tremenda. Durante meses, me despertaba por la noche pensando en métodos para suicidarme; menos mal que era consciente de que algo me pasaba. Me lo curé en el Río Yucón, navegando y remando por Alaska. Físicamente, aquel viaje por el norte me dio una gran vitalidad y volví nuevo. El resultado fue ‘El río de la luz’.
¿Nota un escritor de éxito como usted la crisis?
Sí, como todos. Hoy, es triste que no se publique a nuevos autores, que no den un euro de adelanto. A mí aún me pagan, pero no como antes. Y no creo que sea una crisis de la literatura, porque siempre se va a leer, pero la piratería o un 21% de IRPF nos afectan una barbaridad. Ahora, quitando gastos fijos, me queda el 40% de lo que me da la editorial por un libro. Pero la crisis del periodismo aún es peor. El papel desaparecerá y también la publicidad, porque se han dado cuenta de que no tiene efecto. Por otra parte, hay un exceso de periodistas a los que no se enseña a contar. Triunfaría quien hiciera un periódico con historias, con reportajes, porque ahora todos son artículos de opinión. Antes, cuando iba a tertulias siempre decía que no podía opinar de todo, porque no se de todo. Otros lo hacen. La clave es ir a los sitios, hablar con la gente, que es lo que ahora no se hace. Ahí está la muerte del periodismo. Además, en España nunca hemos pagado bien a los reporteros y los mejores han tenido que hacerse jefes para ganar más. Hemos perdido buenos reporteros por malos jefes.
¿Las futuras generaciones leerán libros?
Hay una agresividad brutal contra la cultura, y con este ministro aún más. Es una agresividad planificada porque siempre ha sido enemiga de la explotación. La cultura nos hace libres y por ello van contra ella. Pero son muchos siglos construyéndola. Si entre 100 niños a cuatro les gusta leer, seguirá adelante. Ha habido momentos en los que se han quemado libros, se han exiliado los intelectuales… y se ha recuperado. El soporte da igual. Cambiarán también las formas de la literatura, el estilo, pero la cultura nos ayuda a explicar el mundo, el caos en el que vivimos, la muerte, la vida, el amor, la soledad. No somos autómatas. Siempre habrá alguien que haga una poesía, un Mandela que lance un reto. En eso confío.
¿Es un optimista?
Más bien miro al mundo con escepticismo, pero intento ser positivo. Uno se defiende con positivismo y coraje.
¿Para qué le han servido los viajes a Javier Reverte, además de para escribir?
Los viajes ayudan a eliminar las cosas que no sirven para nada. Te quedas con cuatro o cinco, que son la solidaridad, la amistad, el amor, la bondad o el coraje. Lo demás no sirve. Cuando viajas, sobra todo. Coches, ropa, cenas de lujo, casas… Comprendes que vale sólo aquello que te dignifica y te mantiene en paz contigo. Como decía Graham Green: “El precio de la libertad es la eterna vigilancia”, es decir, que hay que vigilarla para no perderla, rechazar aquello que te quita parte de tu esencia.
¿Qué próxima historia suya veremos en las librerías?
Sacaré en breve un libro sobre Irlanda, donde estuve hace un tiempo y volví el verano de 2012. Se llama ‘Canta Irlanda’ y es una obra muy lírica que habla de sus escritores, sus poetas, sus cantares populares, su historia. Irlanda es un país muy maltratado por Inglaterra. Pero de Europa me gustan pocos países: Grecia, sobre el que escribí el ‘Corazón de Ulises’, que se sigue reeditando, Irlanda, Portugal e Italia. Ahora he estado tres meses en Roma y he escrito allí un diario, pero aún no sé cuándo saldrá publicado.
¿Es disciplinado para escribir?
Yo me levanto todos los días a las ocho y no me levanto de la silla hasta la una. Da mucho de sí. A dos folios al día, en tres meses ya son 180 páginas. Hay días de más y otros de menos, pero sí, hay que ser disciplinados. Ya tengo tres libros terminados pendientes de editar, casi para los próximos cuatro años. Pero yo no puedo parar, soy muy productivo porque los periodistas estamos acostumbrados a escribir deprisa. Eso sí, ahora pulo más las palabras, lo que voy a contar. Y siempre que viajo, por las noches, sigo escribiendo en mi libreta para que no se me olvide todo lo que veo y poder seguir contando.
15/11/206