Mi opinión
Me encontré con Juan Gargurevich en la última versión de la Feria Internacional del Libro de Lima, ambos asistíamos a la presentación del libro de Álvaro Rocha sobre el Qhapac Ñan. Me dio mucho gusto verlo, constatar que sigue en lo suyo, palpitando periodismo. Como siempre, lo encontré sobrio, elocuente, vital hasta el exceso. Perfil bajo. Gargurevich es un periodista serio, muy bien informado, sus libros sobre la historia de la prensa en el Perú deberían ser de lectura obligatoria para quienes han decidido transitar estos caminos. Yo los devoré mientras me iba formando en el oficio.
Por eso es que me da mucho gusto conocer sus opiniones sobre la coyuntura actual, tan cargada de infundios contra periodistas de la talla de Uceda y Álvarez Rodrich, timoneles del combativo Instituto de Prensa y Sociedad (IPYS), caídos en desgracia luego de las revelaciones del caso Odebrecht. Gargurevich habla claro en la entrevista que le hizo hace unos días Maritza Espinoza para La República, en este tema –y seguramente en muchos más- pienso como él: los aludidos cometieron un error político (y deontológico) grave, les toca pagar por sus actos ante la opinión pública. Pero de allí a acusarlos de proxenetismo político, cosa que acaba de hacer Daniel Parodi en La Mula, me parece un despropósito, un ejercicio de facilismo que huele a vendetta con quienes justamente han sido impugnadores públicos de tantos políticos encumbrados.
En fin, el periodismo sigue vivo a pesar de los que ejercen a la mala el oficio y lo envilecen. Y no me refiero a Ricardo Uceda ni a Augusto Álvarez Rodrich. Mientras tanto, mil abrazos a don Juan Gargurevich, maestro del periodismo nacional.
Periodistas de muchas generaciones lo llaman «El Profe», aunque él prefiere que lo conozcan como «El tío Juanito». Es que Juan Gargurevich es no sólo un maestro de periodismo, sino un periodista de raza -o «de infantería», como le gusta señalar- y ha hecho una carrera impecable en decenas de medios. Hasta hace poco, era miembro del directorio del Diario Oficial El Peruano, pero fue destituido sin razón aparente por la nueva administración. De eso y de la prensa peruana, su tema favorito, hablamos en esta entrevista.
Usted ha culpado al premier Zavala de su despido… ¿Por qué?
Porque es la línea de mando directa. El nombramiento de los miembros del directorio lo maneja Fonafe (El Fondo Nacional de Financiamiento de la Actividad Empresarial del Estado) que depende de la PCM, o sea de Zavala. De modo que las decisiones políticas en cuanto a comunicación las toma él. En todo caso, es el responsable político de mi despido.
¿Qué es lo que el gobierno quiere hacer con El Peruano?
Convertirlo en un aparato de propaganda…
¿Del presidente?
Del gobierno y, efectivamente, del presidente. Esa es la intención. No veo otra. Seguramente, desde su punto de vista, esa debe ser la función correcta. Nosotros teníamos otra visión: queríamos que El Peruano fuera un medio público, un periódico más profesional, más abierto, con más énfasis en la gente andina…
Pero la función de El Peruano siempre ha sido acariciar el narcisismo de los presidentes. ¿Eso no ocurría en el gobierno de Humala?
Menos, cada vez menos. Por ejemplo, cuando (Hugo) Coya fue presidente del directorio, él prohibió que se publicara la foto de Humala en la primera página. Lentamente, después ya se fue imponiendo el criterio de Nadine, pero a la vez se manejaba un proyecto (Hablemos) para avanzar hacia los medios públicos…
Usted suele decir que el periodismo de ahora es mejor que el de antes… ¿Qué le hace pensar eso?
Yo no soy un melancólico del periodismo. ¿Sabes por qué? Porque los periodistas actúan con el contexto y el contexto es lo que favorece o desfavorece el desarrollo del periodismo en momentos determinados. Cuando el contexto es desordenado, difícil, un poco como el de ahora, el periodismo también se desordena… Si me preguntas si el periodismo pasado fue mejor que ahora, diré que no, porque ahora todos los periodistas estudian, son magister, escriben libros de crónicas… Yo te puedo decir ahorita una docena de periodistas peruanos de primerísimo nivel, y no tienen ni treinta ni cuarenta años, que ejercen periodismo y escriben crónicas que en el pasado ni soñábamos…
¿Qué es lo que tiene el periodismo hoy que lo hace mejor?
El acercamiento a la realidad. Es más veraz. Los jóvenes están mejor preparados. La comunicación depende de la calidad de aprehensión de la realidad que tienen las personas y un periodista entrenado ve más que los demás, y lo escribe mejor y la información que traslada al lector es más veraz.
Se suele culpar a la prensa de todo lo que pasa. ¿Qué responsabilidad tiene realmente en lo que ocurre en el país?
Poca. La responsabilidad es de la sociedad y del país. Los periodistas interactúan con el contexto y sus apreciaciones dependen de lo que hay. En la medida en que lo recoge uno, el periodismo es bueno o no. En ese sentido, yo defiendo a los columnistas y a los periodistas. Los periodistas no pueden cambiar la realidad. Si el periodismo tuviera tanto poder, no hubiera sido elegido Trump, porque todo el periodismo norteamericano estaba a favor de los demócratas y de Clinton. Si el periodismo hubiera tenido poder en los noventa, Vargas Llosa sería presidente. ¡No me vengan con el cuento de que el periodismo puede movilizar…! No, el contexto es lo que moviliza o favorece que los periodistas actúen de una u otra manera. Pero yo insisto en que el periodismo de ahora es largamente mucho mejor que el de antes. Por ejemplo, en los sesenta, existía el diario La Prensa y muchos dicen «¡qué gran periódico!» No era verdad. Eran buenos periodistas, pero de un anticomunismo cerril.
Pedro Beltrán era la expresión misma del anticomunismo…
Sí. Y de un liberalismo a la antigua que no permitía ejercer un periodismo más allá… Igual que El Comercio, antiaprista y cerrado a otros sectores. Entonces, a mí no me vengan con el cuento de que antes se hacía mejor periodismo.
Usted ha dicho que hay una relación muy fuerte de los dueños de los medios y el poder. ¿Cómo se expresa eso ahora?
Es verdad, sucede, pero siempre ha sido así. El periodismo nunca ha sido independiente. Siempre ha estado ligado a cuestiones políticas o empresariales determinadas y los periodistas hemos aprendido a movernos en eso.
¿Cuántos despidos ya va sumando en su carrera?
Yo he sido despedido de La Crónica, de Expreso… Por lo menos tres o cuatro despidos. Y también tengo experiencias periodísticas fracasadas. Así es la vida de los periodistas. El periodismo es una vocación muy fuerte. Como la vocación de bombero. A propósito, yo también he sido bombero.
Hablando de vocación, hay muchos líderes de opinión periodísticos que no son periodistas, sino abogados, economistas…
Ellos son periodistas de paso. Yo distingo bien a los que están de paso y a los que son periodistas de oficio, los periodistas de infantería. Y yo soy de la infantería y tú también. Y la infantería es la que construye el periodismo, no los otros. Los otros son gente que está de paso, que pueden estar en un cargo, pero abajo están los reporteros, los cronistas, los reporteros gráficos, diagramadores, que son los que realmente construyen el periódico o el noticiero. Ellos son los periodistas de verdad, no los figurones que aparecen de cuando en cuando por ahí.
A raíz del caso Odebrecht, se ha producido una caza de brujas entre periodistas. ¿Es malo haber trabajado para esa empresa?
Ahí tengo varias reflexiones. Primero, no me gusta que haya habido un número de periodistas que ha saltado a la yugular de (Ricardo) Uceda, de (Augusto) Álvarez Rodrich. No digo que perro no come perro, pero deberíamos, los periodistas, tener cuidado antes de lanzar expresiones tan duras. Averiguar, leer y preguntar. Eso es lo profesional, lo serio. Luego, hay que distinguir el Ipys (Instituto Prensa y Sociedad) de las personas que posiblemente han cometido errores. El Ipys es una institución que tiene muchos años y ha hecho un trabajo importante durante la época de Fujimori. Ahora, el caso que nos queda es el de Uceda y el de Álvarez Rodrich, y reconozco que cometieron un error al no atender la recomendación de (Gustavo) Gorriti, pero ambos son periodistas de primera línea. Así que no me vengan a mí con recriminaciones y dudas. ¡Yo he conocido casos de corrupción de periodistas peores que esto y nadie se ha escandalizado…!
¿En qué épocas?
¡En épocas de Montesinos! Ha habido periodistas que ahora están de lo más campantes, criticando con una safazón espectacular a Uceda y Álvarez Rodrich, que han hecho una carrera periodística extraordinaria.
¿Los famosos reciclados del fujimorismo?
Claro. Hay que ver, primero, quién critica. ¿Esa persona que está criticando tiene autoridad moral? ¿Tiene peso académico? ¿No? Entonces esa crítica es muy poco válida.
El fujimorismo está criticando muy duro a todos los que han tenido algún contacto con Odebretch…
¡Es una frescura terrible! Yo tengo ahí una buena colección de diarios chicha… ¡Es una sinvergüencería increíble! También tengo una colección de libros que prueban la relación que tenía el fujimorismo con el periodismo y no puede ser que esa gente tenga la frescura de atacar y lanzarse contra periodistas de alto nivel…
Una palabra que circula mucho es “mermeleros”. Como maestro de periodismo, díganos qué es una “mermelada” en la prensa…
En términos crudos, una mermelada es una recompensa por una publicación determinada, un favor periodístico. Y las mermeladas pueden ir desde un almuerzo hasta un viaje a las cataratas de Iguazú (risas).
¿Trabajar para una empresa cuestionada es mermelada?
No. Odebrecht tenía una línea de expertos en comunicación que no tienen por qué ser considerados mermeleros, porque existe una profesión que se llama Relaciones públicas. Si una empresa, digamos Backus, tiene periodistas de relaciones públicas, y la empresa comete un error, ¿automáticamente los que trabajan ahí pasan a condición de delincuentes? No puede ser, pues. Una infracción a la ética es que los periodistas utilicen su prestigio para hacer publicidad. Los periodistas, cuando llegan a un prestigio determinado, no deben usar ese prestigio para vender, no sé, pasta dental. Eso sí está en todos los códigos de ética. Y sin embargo esos mismos periodistas se dan el lujo de criticar a estos periodistas que actuaron o ingenuamente, o torpemente, o descuidadamente, pero que son periodistas de gran importancia.
¿Qué debieron hacer los periodistas que han hecho consultorías o trabajado para Odebrecht?
Ya eso es más difícil de decir. Es preguntar: ¿y tú cuándo supiste que estabas en un nido de ratas? ¿Por qué no saliste de ahí? Eso ya es una cuestión personal.
¿Puede un periodista que brinda asesoría a una empresa o a un poder político ser independiente a la hora de opinar?
No. Esa es una frescura. Si uno trabaja para una empresa determinada o recibe prebendas de esa empresa, como el caso de (Pedro) Tenorio, para acercarnos más al tema, él no debería decir ni una palabra…
¿Y advertir a su público?
Claro. Decir: yo trabajo para Odebrecht y a partir de ahora no voy a a opinar sobre ese tema. Fíjate, yo soy profesor de Deontología, la ética aplicada al periodismo, y tengo la misión de decirles a los alumnos las cosas que no se pueden hacer. Hay un famoso periodista colombiano, Javier Darío Restrepo, que dice: un periodista no debe aceptar ni un desayuno. Pero aquí eso es moneda corriente. Yo también debo haber aceptado invitaciones. La Deontología nos indica que debemos ser sumamente rígidos, pero es muy difícil de mantener esa rigidez en cualquier parte del mundo.
Mucha gente piensa que recibir publicidad condiciona la línea periodística. ¿Es así?
No es verdad. Eso sería si la publicidad estuviera acompaña de información que favorece al anunciante. Un periódico es una empresa comercial que requiere de publicidad para vivir y la televisión, más todavía. La publicidad es indispensable y forma parte del sistema. Si no, sería un medio público al que la sociedad sostiene o un medio de un país socialista, comunista, donde el partido o el gobierno condicionan los contenidos, como Granma en Cuba.
¿Existe el ‘cuarto poder’ en el Perú o ha existido alguna vez?
Existe un pequeño poder, pues, de exaltación de personalidades, pero es pequeño, de poca influencia. Creo que los periodistas cultivamos eso del cuarto poder para conseguir mejor trato, mayor presencia, pero, francamente, poco puede (hacer)el periodismo para movilizar. Ha habido denuncias gravísimas, fortísimas, y no pasa nada. Se denuncia a jueces, fiscales, a ministros, con pruebas, ¡y nada! ¿Dónde está el cuarto poder? ¡Se lo pasan por las narices como si nada!