Mi opinión
Vuelvo a la zaga de Domingo Marchena, periodista de La Vanguardia de Barcelona, dedicado desde hace un buen tiempo a presentar las peripecias y el legado de un puñado de viajeros inmortales. Esta vez para disfrutar con ustedes sus recientes apuntes sobre las periodistas suizas Ella Maillart y Annemarie Schwarzenbach, dos mujeres de armas tomar que se impusieron a su tiempo para animarse a recorrer, como Alexandra David-Néel, la dura geografía que habitaban los “otros”. Qué valientes, su historia es conmovedora y de acuerdo al relato de Marchena, al alcance de los interesados en estos avatares: tanto Ella como Annemarie pudieron convertir en libros lo “visto y vivido” durante sus recorridos por el planeta. Buen viernes para todos, sigamos combatiendo desde nuestras casas la pandemia que nos ha tocado vencer.
Las Thelma y Louise de Suiza
Domingo Marchena para La Vanguardia
Todos los peregrinos, caminantes, montañeros y navegantes sienten alguna vez la necesidad imperiosa de cerrar los ojos y escuchar el viento. Ese sonido arrastra hoy los nombres de Ella Maillart y Annemarie Schwarzenbach. O de Annemarie Schwarzenbach y Ella Maillart. Es imposible destacar a una sobre la otra. Imposible descubrir quién de las dos fue más grande. Las dos eran, las dos son gigantes. Viajero, detente y escucha el viento.
Las suizas Ella Maillart (1903-1997) y Annemarie Schwarzenbach (1908-1942) eran fotógrafas, periodistas, escritoras y nómadas. García Márquez decía que hay dos clases de lectores: “Los que han leído La montaña mágicay los que no”. También hay dos clases de viajeros: los que conocen a estas dos mujeres y los que no. Las Thelma y Louise de Suiza sólo fueron libres y felices viajando, como las protagonistas de la película homónima de Ridley Scott.
Entre ambas recorrieron mies de kilómetros, con especial predilección por Asia, como recoge una recomentable película documental de Raphaël Blanc. Cuanto más se alejaban de Europa, más se encontraban a sí mismas. En junio de 1939, huyendo de la tempestad de acero, emprendieron un viaje de seis meses en coche por los Balcanes, Turquía, Irán y Afganistán. En Kabul sus destinos se separaron, poco después de que se confirmasen sus peores temores: el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Cada una plasmó aquel viaje en un libro, a cual más maravilloso.
El camino cruel , de Maillart (La línea del horizonte) y Todos los caminos están abiertos , de Schwarzenbach (Minúscula) reflejan un trayecto tan íntimo y psicológico como geográfico. Viajaron en unFord Roadster Deluxe de 18 caballos, matrícula GR 2111, y no en el Thunderbird descapotable de Geena Davis (Thelma) y Susan Sarandon (Louise). Soldados en medio de ninguna parte las encañonaron. Averías, penalidades y esperas burocráticas interminables. Frío y calor extremos. Hambre y miedo. Y, pese a todo, vivieron para viajar y viajaron para sentirse vivas.
Llegaron a lugares donde las mujeres iban envueltas en sudarios y los hombres no habían visto más que cuatro rostros femeninos: los de su madre, su hermana, su esposa y su hija. El polvo, la nieve, los mosquitos y el ambiente sofocante no las hicieron retroceder. Se extasiaron ante “enormes montañas, gentes magníficas, ríos helados y ruinas tan viejas como el mundo”. Como dos niñas, gritaron de alegría, mientras “rebosantes de euforia triunfante” avanzaban saltando y traqueteando por el desierto.
No fue una tarea fácil. Ella Maillart, que participó en el equipo suizo de vela en los Juegos Olímpicos de París de 1924 era una gran deportista (ciclismo, regatas, esquí, hockey sobre césped…), pero sufría de dolores crónicos en las vértebras. Su amiga, “tan delgada que parecía etérea”, padecía una mala salud de hierro por su adicción a la morfina. De hecho, se embarcó en este reto para superar sus toxicomanías, en las que se refugió huyendo de un matrimonio abocado al fracaso y de sus demonios personales y familiares.
Aquí la mayoría de los biógrafos se consideran obligados a hacer un inciso y explicar que Annemarie Schwarzenbach era lesbiana, a la vez que plantean dudas sobre las inclinaciones sexuales de Ella Maillart. ¿Acaso eso importa? ¿Alguien ha olisqueado en las alcobas de, por poner sólo dos ejemplos, Henry Morton Stanley o Howard Carter? El también escritor y viajero Peter Fleming, que fue desde Pekín hasta el valle de Cachemira en su compañía, acabó así el obituario de Ella Maillart: “Nunca se casó”. ¿Y qué?
Annemarie Schwarzenbach sí lo hizo. Su marido era un diplomático francés, también homosexual, con quien se unió para salvar las apariencias. El resultado fue desastroso.Su madre no pudo o no quiso entender sus rarezas y la internó en sanatorios mentales. Salió de estas curas peor de lo que entró. Cada vez estaba más delgada, tenía el pelo más corto y era dueña de una belleza andrógina que confundía a muchos. Cuando falleció, a los 34 años, a raíz de un estúpido accidente, sus padres quemaron sus diarios para eliminar sus pulsiones más íntimas.
Por fortuna, no pudieron quemar sus textos ya publicados. ¡Qué pérdida tan terrible y prematura! No hay mejor tributo que leerla, viajar con ella. Norma Editorial ha publicado una extraordinaria novela gráfica, Annemarie, de Susanna Martín y María Castrejón. El público en castellano tiene a su alcance sus mejores libros de ficción y de viajes, como Con esta lluvia, Muerte en Persia, Ver a una mujer y la ya citada Todos los caminos están abiertos (los cuatro de la editorial Minúscula), además de Invierno en Oriente Próximo (La piedra lunar) y El valle feliz (La línea del horizonte).
No han tenido tanta suerte los devotos de Ella Maillart, que nos regaló más de once obras monumentales, escritas originalmente en inglés y, sobre todo, en francés. Desgraciadamente, este corpus se ha traducido al castellano a cuentagotas. Tres de los pocos títulos que sí se pueden leer en nuestro idioma, ¡pero qué tres!, son La tierra de los sherpas (Tushita edicions), Oasis prohibidos (Península) y, muy en especial, El camino cruel (La línea del horizonte), el apasionante e intimista relato de sus seis meses de carretera con Annemarie Schwarzenbach.
¿Por qué ese adjetivo? ¿Por qué cruel? ¿Por qué, si fueron tan felices en aquel Ford Roadster? Porque AnneMarie, como temía su compañera, recayó en sus torturas y no dejó atrás todos sus fantasmas. A los dos meses de separarse, se reencontraron fugazmente en India. Ella Maillart se quedaría allí cinco años. Su amiga quería regresar a Europa para ayudar con sus menguadas fuerzas a combatir la barbarie: “Sé muchas cosas sobre el nazismo y tal vez mis artículos sean de utilidad. No puedo seguir aquí mientras se sufre allí”.
Insobornable hasta el fin, Annemarie Schwarzenbach pasó varios meses en el Congo hasta que pudo poner su pluma al servicio de las Fuerzas Francesas Libres. Una vida tan épica como la suya merecía otro final. En 1942 regresó a Suiza y la muerte la sorprendió de una forma absurda. En 1943, inquieta por tan prolongado silencio, Ella Maillart le envió un telegrama desde la región india de Malwa. La lacónica contestación la sumió en la tristeza.
La propia autora lo explica así en su libro. “Recibí de Suiza la siguiente respuesta: “Cristina murió apaciblemente el 15 de noviembre de 1942, víctima de un accidente de bicicleta”. Se cayó y se golpeó en la cabeza con una piedra. No recuperó la consciencia hasta al cabo de varios días. Su despertar fue un espejismo: no podía hablar y poco después su llama se extinguió definitivamente. Cinco años más tarde, Ella Maillart publicó El camino cruel. Por respeto a la familia de su amiga, que se lo pidió expresamente, no se refirió a ella por su nombre y la rebautizó como Cristina.
Quizá esa fue la única claudicación de una mujer valiente e indomable, a la altura de leyendas como la de Alexandra David-Néel. Son fabulosos sus vagabundeos por Asia y las risotadas que provocaba entre las mujeres disimuladas, las de los velos, cuando las aleccionaba: “Nosotras podemos prescindir de los hombres”. Debería haber añadido: “Y los hombres de nosotras, no”. Ella Maillart nunca dejó de viajar. Y montó en bici hasta casi los 90 años, como para decirle a aquella piedra de Suiza: “No te tengo miedo. No podrás conmigo”.
Y, ante cada nuevo viaje, ante cada nueva aventura, “esta impaciente expectativa, esta constante excitación que despierta lo desconocido”. Víctima de la psicosis que se adueñaba de un mundo en llamas, la viajera llegó a países que eran víctimas de delirios colectivos y de la guerra fría. Los policías y las autoridades de estas tierras creían ver espías por todas partes. Por eso le prohibieron que hiciera fotos y le aconsejaron que no preguntase demasiado. “¡Pero si viajar es preguntar!”, respondía ella.
Y eso hizo. De Europa a Asia. De Suiza a los Balcanes. Del mar Negro a Armenia. Del Caspio al Himalaya. Del Turquestán a Afganistán. Viajar y preguntar. Su única patria fue el camino. Huyó de las “ciudades monstruosas” y se refugió entre los nómadas “que aún saben vivir en paz”. Los ilkhanes, los timúridos, los hazaras, los gilzai, los maldar kitchi…
Annemarie Schwarzenbach, Cristina, murió el 15 de noviembre de 1942. Y Ella Maillart, el 27 de marzo de 1997. Eso se han empeñado en hacernos creer, pero no es verdad. Siguen con nosotros. Viajero, detente y escucha el viento, que arrastra sus voces.
Este artículo forma parte de una serie de reportajes sobre mujeres y hombres de todo el mundo, célebres por sus experiencias viajeras.