“¿Te hubiera gustado que esté vestido con cushma y que tuviera en la cabeza un tocado de plumas, verdad?». Eso fue lo que me dijo Vicente Hernández, indio mambe de Arararacuara, en el Caquetá colombiano, un departamento asolado por la minería del oro ilegal y la violencia política. Había llegado a Bogotá el día anterior desde su resguardo, después de varios días de navegar por ríos y tomar autobuses en carreteras difíciles de transitar. «Se equivocan los que piensan de esa manera. Soy como tú, un ciudadano de este planeta. Ni más ni menos. Tendrías que saber que no todos los indios somos buenos. En mi comunidad también hay indios malos. Igual que en tu mundo, que en el mundo de los blancos. Lo que tenemos que favorecer es el encuentro de los buenos de los dos mundos. Lo mejor de cada mundo, aprender unos de otros».
Fue la mejor clase de ciudadanía, de política, de sociología en años. Vicente siguió hablando mientras mambeaba su coquita y al final de la tarde, sobre el cerro Monserrat, se animó a cantar un rap cuya letra testimoniaba la lucha de su pueblo por recuperar autonomías y voces propias. Lo debo tener grabado. Feliz #DíaDeLosPueblosIndígenas. A celebrarlo siempre.
Buen viaje…