Mi opinión
La semana pasada la agencia de noticias ambientales Mongabay Latan publicó el especial que venía preparando sobre la Estación Biológica Cocha Cashu, el sorprendente gabinete científico ligado al trabajo del Dr. John Terborgh que este año cumplió medio siglo de funcionamiento. Como lo he comentado por aquí, fui parte del equipo de periodistas que ingresó al área natural protegida para celebrar con un grupo de científicos de las principales universidades de los Estados Unidos y el staff de colaboradores del centro de investigación tamaño acontecimiento.
Llegar a la estación biológica en el corazón del Parque Nacional Manu ha significado para mí un premio mayor. No es fácil ingresar a las profundidades del parque, yo lo había intentado, sin éxito, en varias oportunidades, así que debo decir que atesoro los mejores recuerdos de esta comisión cumplida con María Isabel Torres y Alexa Vélez, las editoras de Mongabay y el fotógrafo Gabriel Herrera. Creo que el trabajo de los cuatro, aunque muy exigente, valió la pena…
El especial en mención está dando vueltas por el ciberespacio y ha sido notable su acogida. Qué bueno, que se conozca y se valore el trabajo realizado en la Estación Científica en estos primeros cincuenta años resulta imprescindible en estos tiempos de desasosiegos y en materia de investigación en los bosques tropicales de evidentes marchas para atrás.
Les dejo por aquí la versión completa del reportaje que escribí para Mongabay sobre el aporte de las cashuenses, las mujeres de Cashu, en esta historia de infinito amor por la ciencia y el futuro de la Amazonía.
Patricia Álvarez-Loayza durante quince años trabajó en la Estación Biológica de Cocha Cashu, la base científica que un grupo de estudiantes y profesores de la Universidad Nacional Agraria La Molina (UNALM) construyeron en 1969 con la intención de establecer un centro de investigación de primer nivel en la cuenca del río Manu, una zona del sud-este amazónico en la que el Estado peruano tenía planeado crear un gigantesco parque nacional.
Durante los años de su larga permanencia en Cocha Cashu, la estación biológica junto a la laguna meándrica de 42 hectáreas ubicada en el corazón del Parque Nacional Manu, Patricia, en la actualidad investigadora de la Universidad de Duke, tuvo la oportunidad de conocer y asistir a un sinnúmero de investigadores de paso por uno de los bosques menos hollados del planeta por la caza comercial y la deforestación, dos pandemias que agotan los recursos de las selvas tropicales.
“Hubo días, recuerda, que éramos quince mujeres en Cashu y un solo hombre. Desde que llegué a la estación por primera vez en 1999, me sorprendió la cantidad de investigadoras haciendo ciencia en igualdad de condiciones que los hombres”.
En Perú, según datos del Primer Censo Nacional de Investigación y Desarrollo en Centros de Investigación, por cada investigadora hay 2,1 investigadores, cifra muy por debajo de lo observado en los demás países de la región como Bolivia, Argentina y Venezuela donde la participación de la mujer supera el 50 % del total de investigadores.
Cocha Cashu, la estación biológica vinculada a la figura del profesor John W. Terborgh (Washington DC, 1936), ícono de los estudios tropicales en la Amazonía peruana y visitante en el Manu desde 1973, el año de la creación del parque nacional, pareciera ser la excepción a la regla: desde su fundación ha sido un semillero inagotable para la promoción de científicas peruanas y extranjeras.
Mongabay Latam visitó hace unos días la estación científica en el río Manu que en estos días ha celebrado sus primeros cincuenta años para seguirle el pulso a esta tradición. Pero antes, hagamos un poco de historia.
Las primeras cashuenses
“Las mujeres de Cashu, las “cashuenses”, han cumplido un papel decisivo en el proceso de convertir la estación biológica en uno de los bosques tropicales más estudiados del planeta”, nos comenta la Dra. Álvarez-Loayza desde su oficina en Carolina del Norte donde sigue trabajando con el Dr. Terborgh. “En la primera expedición de John al Manu, exactamente en agosto de 1973, prosigue, dos mujeres jugaron un rol muy importante: Catherine Toft, la primera herpetóloga que tuvo la estación y la imprescindible Grace Russell, durante muchos años la responsable de la logística en Cocha Cashu”.
Con ellas se inicia una larga saga de científicas mujeres trabajando en el bosque que circunda la alejada laguna en el Parque Nacional Manu.
La Dra. Toft, desaparecida tempranamente, llegó a publicar ese mismo año la primera lista de anfibios para el Manu, trabajo que fue ampliado en la década siguiente por Lily Rodríguez, otra investigadora notable de las canteras de la estación biológica. Patricia Álvarez-Loayza es la memoria viva de estos primeros años en Cashu y ningún dato de esta etapa auroral le es ajeno: en el 1974, nos dice, llegó a la estación Ana Terborgh, hermana del ecólogo tropical y experta en temas relacionados con la salud de la mujer. Al año siguiente Katie Milton. En 1976, Carol Augspurger estudiosa de los patógenos en la estructura forestal y tiempo después arribaron Debbie Moskovitz y una peruana, la primera investigadora de Cashu nacida y formada en nuestro país, Betsabé Guevara.
Luego llegarían Bettina Torres, Lily Rodríguez y Mariella Leo, por entonces una estudiante del segundo año de biología de la Universidad Nacional Agraria La Molina (UNALM). En 1978 se iniciaron los estudios de los mamíferos terrestres en el área natural, trabajo a cargo de la bióloga Louise Emmons, quien volvería a la estación en 1982 para pasar largos dieciséis meses investigando felinos, en especial ocelotes (Leopardus pardalis). La pasión de Emmons por su objeto de estudio le valió el merecido apelativo de la Dama de los Felinos.
Gracias a los fondos conseguidos por el propio Terborgh la estación pudo afrontar los vaivenes de la década de 1980, una etapa dura para el Manu y por consiguiente para Cashu debido al interés del presidente Belaunde (1980-1985) de construir la denominada Marginal de la Selva, “un proyecto de carretera longitudinal que recorría la orilla del río Manu para colonizarla” (Dourojeanni, 2017).
Finalmente, en 1983, se publica el libro Five New World Primates, un trabajo pionero que compiló los primeros estudios primatológicos emprendidos por Terborgh y sus colaboradores, entre ellos las investigadoras Grace Russell, Debbie Moskovitz y Bárbara Bell. En esos años, termina de referirnos, era frecuente encontrar entre los científicos asignados a la estación a Bárbara D’Achille, recordada periodista del diario El Comercio e impulsora de la divulgación científica en nuestro país.
La lista de peruanas haciendo ciencia en Cashu es larguísima: Miriam Torres, Mónica Romo, Ada Castillo, Carmela Landeo, Gabriela Núñez-Iturri, Úrsula Valdez, Adriana Bravo, Carmen Chávez, Caissa Revilla, Alex Trillo…
Al maestro con cariño
Mariella Leo fue una de las investigadoras más jóvenes en debutar en Cocha Cashu. Fundadora de la Asociación Peruana para la Conservación de la Naturaleza (APECO), una de las organizaciones conservacionistas más reconocidas en el Perú, la bióloga especialista en manejo de recursos naturales ha dedicado gran parte de su vida profesional al estudio de la biodiversidad de la selva alta y en especial a la protección del elusivo Mono choro de cola amarilla (Lagothrix flavicauda) . Durante su corta pero impactante estadía en la estación hizo sus pininos estudiando el comportamiento de las colonias de mono tití o leoncito (Cebuella pygmaea) de los alrededores de la cocha. “Llegué a Cashu cuando solo tenía 19 años. Era una joven inexperta, pero con muchos deseos de aprender. Febrero de 1976, no voy a olvidar esa fecha. En mi paso por Cashu por supuesto que conocí a John Terborgh y compartí privaciones y mucho aprendizaje con Grace Russell y Bettina Torres, mis compañeras de aislamiento e inolvidables recorridos por el bosque”.
Entonces Cashu era un lugar remoto e incomunicado al que solo se podía ingresar en bote cuando las condiciones del clima y de navegación lo permitían. De hecho, la embarcación de Mariella Leo fue tragada por una creciente del río mientras sus pasajeros pernoctaban en Boca Manu, la última localidad antes de ingresar al parque nacional. La estudiante de pregrado tuvo que utilizar la misma ropa que llevaba puesta durante todo el tiempo de su permanencia en el Manu.
“Cashu marcó mi vida, comenta, en la estación confirmé que lo mío era el trabajo de campo y la conservación. Guardo los mejores recuerdos de John Terborgh, un hombre interesado en compartir sus conocimientos y apoyar a los que recién se inician. Me llevé del Manu la marca Cashu”.
Lo mismo menciona Miriam Torres, en 1988 estudiante de Ciencias Forestales de la UNALM. “Como toda molinera llegar a Cashu era un sueño; sin embargo, la estación por entonces era un reducto de los estudiantes de biología. Me armé de valor y le escribí a Scott Robinson, entonces uno de los más reconocidos ornitólogos tropicales: él fue quien me aceptó como asistente de campo”. Torres es experta en gestión de áreas naturales protegidas y trabajo con comunidades locales, principalmente indígenas. “Cashu me cambió la vida; entre sus árboles entendí que mi relación con la naturaleza era básicamente espiritual. Cuando llegué a la estación John Terborgh, Bettina Torres y Lily Rodríguez ya eran leyenda”.
“No recuerdo haber dormido mucho en el Manu, la vida se expresaba en mil formas durante la noche y yo me esforzaba en captar todo lo que podía”, nos refiere. “En mi segundo ingreso a Cashu me tropecé sin querer con un grupo de yaminaguas [grupo indígena no contactado]. Estaba sola y ellos venían en una canoa por el río. En pocos minutos estaba rodeada por unos hombres desnudos que empezaron a tocarme, querían saber si era hombre o mujer, cuando lo supieron se fueron como habían llegado, matándose de risa”.
El caso de la bióloga peruana Alejandra Trillo es singular. Formada académicamente en los Estados Unidos, la Dra. Trillo se enteró de la existencia de la estación biológica mientras preparaba el curso de ecología tropical que dictaba en la Universidad de Montana. “Estaba interesada en crear vínculos sólidos entre los estudiantes de Estados Unidos y de Perú. En otras palabras, quería contribuir a cerrar las brechas que suelen separar, una vez terminados los estudios de post-grado, a unos y otros. Una experiencia en campo intensa, un curso en un lugar de América Latina rico en biodiversidad podía ser el inicio de una relación más equitativa entre científicos de ambos países”. En esa búsqueda, Alex, como la conocen en Cashu, se tropezó con John Terborgh quien asumió de inmediato el reto y la invitó a hacer su curso del año 2007 en el Manu.
“Cashu es un lugar único en el mundo, inigualable nos refiere desde la sede del Gettysburg College, su actual centro laboral, ninguna otra estación científica en nuestro continente tiene la historia y la información acumulada que se encuentra en la estación peruana. Cashu es uno de los lugares más prístinos del planeta”. Alejandra recién pudo volver al Manu diez años después y hace unos meses regresó con un nuevo grupo de estudiantes. “Me fascina el trabajo de John, su pasión por formar nuevos investigadores -si son peruanos o peruanas, mejor- es inigualable. Terborgh y Cocha Cashu, han sido claves para la formación de un gran número de investigadores y conservacionistas peruanos. Podemos decir que, gracias a esto, por fin estamos consiguiendo en nuestro país una masa crítica. Para mí y para mis estudiantes siempre habrá un antes y un después de Cashu”.
Manos peruanas
La producción de artículos científicos en Perú es baja si la comparamos con otros países de la región. Según un estudio realizado por el Grupo de Análisis para el Desarrollo (Grade), los investigadores peruanos publicaron en el periodo 1993-2010, 4,734 artículos SCI (Science Citation Index), siendo el último año de la muestra el más prolífico: 593 publicaciones. En América Latina, Argentina, Brasil y México generan un volumen de publicaciones mucho mayor. En el año 2005, por ejemplo, Argentina produjo 3,058 publicaciones, México 3,902 y Brasil 9,889. Por su parte China produjo 41,596 publicaciones, Japón 54,471 y Estados Unidos 205,320 investigaciones científicas.
¿Cuántas de estas investigaciones fueron producidas por mujeres y cuántas por hombres? Difícil saberlo. Gisella Orjeda, ex presidenta del Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación Científica (Concytec), ha señalado en un reciente artículo que solo el 28,8 % de los investigadores en el mundo, de acuerdo a datos de UNESCO, son mujeres. “A pesar de que el porcentaje de mujeres científicas sube al 45,4 %, cuando miramos a América Latina y el Caribe en general, acota, nuestro país está en el último lugar. Tenemos la menor cantidad de mujeres científicas de todas las Américas con un 31,9 % ”.
…
Volvamos al Parque Nacional Manu. La embarcación que conduce Mario Cruz Huamán, el experimentado motorista de la base científica fundada hace cincuenta años ha llegado al final de su destino. En la playa que hace las veces de improvisado muelle nos recibe la bióloga Roxana Arauco, directora adjunta y coordinadora de investigación de la Estación Biológica de Cocha Cashu. La EBCC es administrada desde el año 2011, gracias a un convenio con el Estado peruano, por San Diego Zoo Global, una reconocida organización sin fines de lucro fundada en los Estados Unidos en 1916 que gestiona el Zoológico de San Diego y otras instituciones académicas.
Roxana, bióloga por la Universidad Nacional Federico Villarreal de Lima con un doctorado en ecología y evolución por la Universidad de Utah, es cashuense desde el año 2004 cuando llegó al Manu como asistente de investigación. Después de un largo periplo por los bosques de Madre de Dios volvió a la estación para continuar sus investigaciones científicas y coordinar, entre otras cosas, el curso de Técnicas de Campo y Ecología Tropical, otra de las marcas registradas de Cashu, que se dicta cada año y que ya va por su séptima convocatoria.
“El curso-taller nació gracias a una iniciativa de San Diego Zoo Global, nos cuenta, y fue concebido para fortalecer el pensamiento crítico y las competencias necesarias para investigar en estudiantes peruanos de pre-grado o egresados de distintas universidades del país”. Se trata de una convocatoria abierta y de una elección muy estricta. Los Wallace, así llaman en Cashu a los participantes de ese curso, que logran aprobarlo, están en condiciones de afrontar, ahora sí, el trabajo de campo en cualquier región tropical del planeta.
Roxana eligió entre los mejores Wallace del curso del año pasado a Yannet Quispe, una bióloga recién egresada de la Universidad San Luis Gonzaga de Ica, para integrarla a su proyecto de investigación. La bióloga Arauco conduce el estudio “Diversidad de hormigas en la hojarasca de Cocha Cashu”, un trabajo que intenta entender la dinámica ecológica del todavía intacto bosque cashuense. “Los insectos y artrópodos son indicadores de la salud de un ecosistema, son tan importantes como los grandes mamíferos y los demás dispersores de semillas”, nos había comentado la científica mientras visitábamos el árbol conocido como Avatar, un gigante que eleva su impresionante copa sobre el dosel de Cocha Cashu.
“Pensé que no me iban a elegir, acota por otro lado Yannet Quispe, la joven profesional iqueña graduada en el curso del 2018, finalmente soy de la costa, ¿qué sabrá de hormigas una chica del desierto?, me decía”. Al final, entre los diez Wallace del año pasado, ella fue la escogida. “Estudiar hormigas me ha permitido, entre otras cosas, acercarme a otros animales, agrega, mientras buscaba hormigas en la hojarasca, un tapir se topó conmigo cara a cara, terminamos asustándonos los dos. En otra oportunidad colocaba cebos cuando un puma me aviso de su presencia a punta de maullidos”. Cashu es un universo intacto.
El caso de Gabriela Polo fue diferente. La egresada de la carrera de biología de la UNALM postuló a una convocatoria pública para el puesto de practicante profesional del programa de Educación Ambiental Intercultural de la estación biológica. La iniciativa es dirigida por la bióloga Karla Ramírez y entre sus actividades destaca un interesante ciclo de visitas escolares que involucra a diez instituciones educativas de los contornos de Cashu. Cada año quince escolares, tanto de primaria como de secundaria, “acampan” en la estación durante los tres días que dura el “trabajo” con el objetivo de vivir de cerca una experiencia de apropiado relacionamiento y respeto con el bosque que habitan con sus familias.
“Durante los años de mi formación universitaria, comenta Gabriela, salí muy poco a campo. La experiencia que traigo la gané como voluntaria en el Parque de las Leyendas de Lima. Allí aprendí que la mejor manera de educar a los niños es a través de las emociones. Llegar a Cashu, por eso, representa para mí y las chicas que trabajan conmigo este año un reto. Se cumple un sueño, pero a su vez se asume una responsabilidad muy grande”. Gabriela y Karla tienen un reto inmenso: en los contornos del Parque Nacional viven comunidades andinas, como las de Challabamba, y matsigenkas como las que habitan las comunidades nativas de Yomibato, Tayakone o Maizal.
Otra Wallace destacada es Nuria Apaza, de Mazuko, en Madre de Dios, una ingeniero forestal de la Universidad Andina del Cusco convocada por el científico indio Varun Swamy para trabajar en el proyecto “Impacto de la Defaunación de Vertebrados Grandes en la Regeneración del Bosque”. “Vengo del otro lado de la cuenca, de una zona de Madre de Dios donde impera la minería aurífera y la deforestación”, nos cuenta. “El proyecto del Dr. Swamy evalúa el impacto que tiene sobre los bosques amazónicos la ausencia o no de los grandes vertebrados; en estos ecosistemas ellos son los principales dispersores de semillas. En Cashu encontramos maquisapas, pecaríes, sajinos, huanganas, tapires y también roedores. Y por cierto murciélagos y una gran variedad de hormigas, otras dispersoras de semillas muy importantes. Este es un bosque intacto”.
“Cashu es un lugar inspirador para quien recién se está iniciando, continúa, y por eso nos sentimos muy orgullosas. Cuando uno habla de científicos –en este caso científicas, se imagina a extranjeras…pero en Cashu somos más las peruanas y eso nos hace sentir muy responsables del encargo asumido”.
…
Roxana Arauco es una líder indiscutible. El ritmo de la estación parece ser inducido por ella. Las chicas del proyecto de lobos de río (Sarah Landeo, Romina Najarro y Sol Fernández), otra de las investigaciones señeras de la estación biológica, se reúnen con la investigadora para coordinar detalles del trabajo que les queda por hacer. Ella nos cuenta que John Terborgh es el primero de los cashuenses en estar orgulloso de la versatilidad del trabajo llevado a cabo en estos primeros cincuenta años: 770 publicaciones científicas, no todas, por cierto realizadas por peruanos, atestiguan ese esfuerzo; también el trabajo en campo de más de 300 investigadores provenientes de por lo menos 18 países. La mitad de ellos peruanos.
A través de los años, lo ha mencionado en Dr. Terborgh en diferentes ocasiones, “un total de 23 peruanos con raíces en Cashu han cumplido el grado de PhD en universidades de Europa o Estados Unidos Este record es un punto de orgullo para la EBCC, pero una llamada de atención para los peruanos: ninguno de estos doctores tiene un puesto en una institución educacional en Perú”.
En un país urgido de capital humano donde la ciencia pareciera ser el privilegio de unos cuantos y las brechas que separan el aporte laboral entre hombres y mujeres todavía no han sido cerradas, la Estación Biológica de Cocha Cashu se convirtió en un bastión para los investigadores peruanos de todas las procedencias sociales. Y géneros. “Sé que para las mujeres en general, comenta la Dra. Arauco, trabajar en lugares remotos es ni ha sido fácil. Muchas veces las mujeres tenemos que dar un paso al costado para poder sostener una familia. Pero en Cashu, tanto John como ahora los responsables del San Diego Zoo Global hacemos el mayor esfuerzo para que los científicos que llegan a la estación pueda hacer bien su trabajo”.
En Perú del total de estudiantes universitarios solo el 23 % siguen carreras profesionales relacionadas con la ciencia y la tecnología (Corilloclla y Granda, 2014). El cincuenta por ciento de los jóvenes de nuestro país prefieren estudiar derecho, administración, contabilidad y economía. Tal vez por eso, cuando se les solicita mencionar el nombre de algún científico conocido no encuentran a ningún peruano a quien nombrar.
El estudio de Grade citado en este artículo indica que para el 2021, el año en que Perú celebra el bicentenario de su Independencia, “se estima que la estructura productiva del país requerirá alrededor de 7 mil doctores graduados en la especialidad de ingeniería y tecnología, 4 mil graduados en la especialidad de ciencias naturales, 3 300 graduados en la especialidad de ciencias médicas y salud y aproximadamente 2 500 graduados en la especialidad de ciencias agrícolas”. Y que las brechas de capital humano se aprecian en el ranking global de competitividad. En el binomio 2013-2014, nuestro país se ubicó en 113 de 148 países respecto de la disponibilidad de científicos e ingenieros.
Cashu, podría decirse, es la excepción. Larga vida a la estación biológica.