Mi opinión
Meilin vive en las afueras de Paris con Pierre, su esposo y Anna, su dulce niña. Meilin ha sido mi alumna, también Ilich y Andrés, sus hermanos. He pensado en ellos en estos días tristes, en estos días de preguntas que nadie se atreve a responder, en estos días dolorosos, de miedos y desasosiegos.
Los he tenido todo el tiempo en mis mejores pensamientos. También a Caleb Alba y los suyos; a Cayetano Espinosa, a Carolina Basurto y al clan de Lucho Villanueva; por supuesto que a François y a Alma, los primos franceses de mis hijos, ciudadanos de una urbe acorralada, víctimas de una guerra que crepita al compás de los fundamentalismos.
Lo que está sucediendo en el mundo me desconcierta, me angustia, me asusta demasiado. Es horrible.
Y verdaderamente no tenía nada, absolutamente nada que decir.
Pero Meilin me escribe para contarme que no ha dejado de pensar en nosotros, en Constantino, en Ceci, en Juanito Abugattas, en esos hombres y mujeres que fuimos cuando ella era una niña y el terror acampaba en Lima y amenazaba con desplazar a la razón.
Meilin me escribe para recordar que nosotros, ilusos y melenudos, supimos alinearnos al lado de Constantino para desafiar a la barbarie, para decirle a los jinetes del Apocalipsis que no nos íbamos a rendir, que resistiríamos.
Que íbamos a seguir abriendo la puerta de nuestra casita de Cajamarca 210, pese a las bombas y los paros armados, para que la vida siguiera su rumbo, continuara su devenir.
Y de alguna manera lo hicimos, querida Meilin, enfrentamos la barbarie juntos, apretujaditos, cuidándonos para no correr riesgos innecesarios; sosteniendo con fuerza nuestro pequeño ideario, defendiendo una manera de pensar que felizmente has/han heredado, que estás utilizando para construir tu barricada.
Recoge tus miedos, Meilin, son reales, y escóndelos detrás del armario, que nadie se dé cuenta. Luego arropa a Anna con el mismo abrigo que tuviste cuando eras una niña de ojos inmensos, en esos años ahora lejanos, en aquella época de nuestras vidas cuando unos malos se afanaron en destruir tu felicidad.
Entonces fueron Juan y Constantino los que defendieron a la prole.
Ahora eres tú y Pierre.
Y luego serán otros, así, siempre.
Todo mi cariño, Meilin, tu carta -¿debo llamarla así?- me ha devuelto la voz. No debemos dejarlos ganar.
No es un domingo cualquiera.
Domingo en la noche, Pierre prepara su maleta como todos los domingos en las noches. Y como todos los lunes en la madrugada, saldrá a tomar el tren hacia Marne la Vallée, cerca de Paris, ahí donde está Disney. Domingo en la noche, me encuentro preparando la merienda de las 4 para Anna, poniendo en la mochila su servilleta de tela para la escuela y su botella de agua. Como todos los domingos en la noche, papá lee el cuento antes de dormir y le explica a Anna que el lunes parte a Paris, a trabajar y que regresa en la semana.
Solo que no es como todos los domingos en la noche, no lo es. Una angustia me invade y me aprieta el pecho, y no logro evitar sentirme triste y preocupada. Palabras feas atacan mis pensamientos, guerra, muertos, víctimas, heridos, atentado, bombas, bombardeos… Intento despejarlas, la vida debe continuar, sino, ellos habrán ganado. Una sensación de déjà vu me invade… Busco en mis recuerdos, en mi memoria. Primero en mi memoria reciente, el 7 de enero. No, es un “déjà vu” más viejo… Y de pronto vienen a mí las imágenes de otra mochila, con libros, otra lonchera, otros lunes (o martes, o miércoles, o jueves), y vienen a mí las palabras de Carvallo: “no podemos dejar de venir al colegio, sino ellos habrán ganado, habrán sembrado el terror”.
Mi colegio fue uno de los pocos que siguió abierto a pesar de los toques de queda, de las medidas de seguridad y del cierre de muchos otros colegios ante los atentados que sufrimos en los años de Sendero y del MRTA. Y recuerdo que siendo una niña, y después una adolescente, le encontré todo el sentido a esas palabras. Teníamos que seguir yendo al colegio, porque si no, pues el terror habría ganado. Además, según Carvallo, nuestro colegio era un lugar seguro, claro él lo decía en torno a la broma “¿Cómo se llama el colegio? Los Reyes Rojos, tenemos de reyes, de la monarquía y tenemos de rojos, de comunistas, así que no somos un blanco claro para ningún terrorista”. Pero lo que no entendí quizá en esos días, es que para Carvallo, y no solo para él, también para nuestros padres, era importante que siguiéramos viviendo una infancia lo más normal posible, y que la escuela era (es) donde aprenderíamos a ser, a respetar nuestras individualidades, a aceptar la de los otros y aprenderíamos a luchar por nuestra libertad.
No solo lo aprendí de él, también lo aprendí de mi papa Juan. Para Juan, la violencia no conducía (conduce) a nada más que a mas violencia, y la libertad era (es) el derecho absoluto de todo hombre, mujer y niño, y pisotear este derecho absoluto con el terror, era algo inaceptable.
Lo que quizá no aprendí, y que siento ahora, es lograr mantenerme segura y sin miedos en momentos como este, ahora que me toca a mí, ser madre, ser esposa, y enviar a mi hijita al colegio y dejar partir a Pierre a Paris a trabajar, sin sentirme angustiada, preocupada, inquieta. Qué ejercicio tan duro el que debieron vivir y revivir durante años nuestros padres… Qué ejercicio me tocará a mí vivir esta vez, a mí y a mi familia.
Desde el viernes en la noche he recibido mensajes de amigos y de la familia preguntándome primero como estamos, y después aconsejándonos que quizá sea bueno regresarnos al Perú, en vista de los acontecimientos y de la situación actual. Se los agradezco enormemente porque sé que vienen del corazón, y sé que nos quieren ver bien, a salvo y seguros. Mi primera reacción fue como la de Carvallo, no los podemos dejar ganar, el terror no debe lograr amilanarnos. Después, al ver las imágenes, revivir sentimientos, angustias, y sobre todo, al ver hasta qué punto la humanidad puede ser tan imbécil, tan obtusa (y me refiero a la declaración de guerra al terrorismo por parte de la Francia), pues ciertos miedos me invadieron (me invaden).
Es una situación muy compleja la que vivimos hoy en Francia. País de los derechos humanos y de la libertad de expresión. Curiosamente, mi decisión de venir a Francia (a estudiar) fue tomada pensando en ese ideal de país, el país de los derechos humanos, de la igualdad y de la libertad: “Liberté, Egalité, Fraternité”. Pero hoy, hoy es otra la realidad. Quizá un exceso de libertad y de fronteras abiertas al mundo hace que hoy sea un blanco fácil… no lo sé, espero equivocarme rotundamente. Lo que sí sé es que es otro tipo de terrorismo del cual estamos siendo testigos. Uno demasiado astuto, que logra camuflarse muy bien y que logra invadir mentes jóvenes, y convencerlas utilizando los medios actuales de comunicacion, video juegos y videos, y de atacar a los suyos. Ayer miraba con terror un documental que mostraba como Daech logra reclutar a sus jóvenes terroristas… jóvenes, casi niños. Y mi visión del problema se agravó. Yo creía que se trataban sobre todo, de jóvenes olvidados por su país, hijos de inmigrantes que no lograron integrarse o que se sintieron agredidos por una sociedad que los segrega, hijos de la banlieue olvidada, abandonada por su propia nación. Jóvenes que podían caer fácilmente en pequeñas bandas de delincuentes, jóvenes hijos de familias fragmentadas. Pero no, ayer aprendí que dentro de las filas de ese ejército terrorista que es Daech, se hayan jóvenes (y niños) de todos los estratos sociales, de todos los niveles culturales. Jóvenes estudiantes de medicina, de ciencias políticas, de sociología, jóvenes de familias estables, familias que no comprenden qué paso, como, en qué momento perdieron a estos hijos. Y escuché con horror el mensaje de uno de esos padres “a mi hijo le dimos todo como a cualquier otro hijo, educación, salud, casa, estabilidad. Lo que nos pasó a nosotros les puede pasar a Uds.…”. Y no estamos hablando de 10, 20, 50, 100 jóvenes… No… lo otro que aprendí ayer es que se tratan de más de 11 500 jóvenes, y son quizá muchos más, porque ese número espeluznante, ese 11 500, son aquellos jóvenes fichados por el servicio de inteligencia policial francés por haberse convertido al islamismo radical, y que además esos 11 500 solo corresponden a aquellos fichados en territorio francés. Para hacer un paralelo que quizá pueda dar un referente a mis compatriotas, los métodos de Daech son tan sutiles, tan certeros como lo son los métodos sodalites para reclutar a sus jóvenes, para alejarlos, en un primer instante de sus familias, y oponerlos y atacarlos en un segundo instante, y cometer los atentados más aberrantes y sangrientos posibles.
Con Pierre hablábamos sobre qué medidas tomar si la situación se pone más fea, porque la guerra fue declarada, al peor estilo Bush. Pero Pierre no caía aun en cuenta sobre lo grave que puede convertirse la situación acá. Poco a poco íbamos tomando más conciencia, no es lo mismo que Bush y el 11 de setiembre, es peor. Porque Europa está casi al lado geográficamente hablando y EEUU se hallaba en otro continente. Además, Europa es un continente enano, en menos de 4 horas en avión lo atraviesas. Y por último, las fronteras abiertas de la comunidad europea… casi todas las armas del atentado del viernes (y de otros) vienen de Europa del Este, camufladas en autos civiles que tienen libre acceso, sin control alguno porque vienen matriculados con placas europeas. “¿Vienes de Europa? Listo, pasa, no te reviso”. La célula terrorista principal, de donde salieron los terroristas, de no solo el atentado de este viernes, , viene de Bélgica, de un barrio aledaño a Bruselas. E igual, entran y salen de territorio belga, francés, alemán, sin más control, porque además, se trata en su mayoría de jóvenes franceses, belgas, alemanes. No, no es lo mismo Hollande y Bush, no son lo mismo, no es la misma situación… sin embargo… sin embargo se cometen los mismos errores y quizá peores.
Pero, ¿qué hacer? ¿Partir? ¿Dejarlo todo? ¿Regresar (para mí, porque para mi hija y para Pierre significaría abandonar su país)? Desarraigarnos? Y entonces me invade otro sentimiento, de frustración, de rabia. Porque si escogí venir a Francia, primero a estudiar, fue para empaparme de esta cultura, para vivir una experiencia en completa libertad, libertad de opinión, de credo y de equidad de género. Y si mas tarde decidí quedarme fue porque me enamoré de este país. Mi segunda patria. Me enamoré de su cultura, de su música,de su gastronomía, de su gente, de lo cosmopolita de su sociedad, de las diferentes razas, credos y opiniones cohabitando en armonía. Me enamoré de poder hablar abiertamente de política sin temores ni represarías. Me enamoré de poder vestirme como me diera la gana sin sentirme “desnudada” por miradas inquisitivas. Me enamoré de Pierre. Me enamoré de mi hija. Mis dos franceses adorados, amados. Y me enamoré de las mil, no, no de las mil, de las millones de oportunidades que mi hija tendrá en una sociedad así de abierta, del acceso que tendrá ella a toda la cultura del mundo, a esa cultura universal que se abre detrás de las miles de puertas de los miles de museos, centros culturales, bibliotecas, mediatecas, cines, teatros… de la vida que yo quiero para ella. Y ahora ¿qué? ¿Dejar que vengan a pisotear todo estos sueños y escapar? ¿Regresar?
No. No fui educada así. No sería la hija de Juan o la ex alumna de Carvallo si mi primera reacción fuera la de hacer maletas y partir, sin antes resistir y luchar. Luchar de la mejor manera que aprendí: viviendo, creyendo en mí, en los míos, en mi patria, en mis patrias y teniendo fe, fe en que el ser humano no puede ser tan imbécil, y en que quizá hoy nos encontramos en un impasse, en un “ssans issue”, pero que sabremos cómo encontrar la salida. Con Pierre hablábamos qué medidas tomar si la situación se pone más fea, más dura. Pues resistir es vivir y vivir es libertad. En la medida de lo posible, acá nos quedamos, es nuestro hogar y nuestro hogar es nuestra patria.
Domingo en la noche, Anna esta en piyama, papá le lee la historia, y le dice “mañana tomo el tren, me voy de viaje a Paris”, pero esta vez, en vez de escuchar a papá y recibir su beso, con asombro escuchamos su vocecita responder “pero papa, en Paris están los malos!”. Yo no estaba en la habitación en ese momento, pero imagino que Pierre debió susurrarle algo muy tierno logrando hacerla sentir segura, porque después la escucho decir “si papá! Como Superman y Batman”.
Domingo en la noche, Pierre prepara su maleta, yo preparo la merienda de las 4 y la mochila de Anna, y no logro dejar de sentir mi corazón estrujarse, y me cuesta calmarlo, y me repito como si fuera un mantra: no debemos dejarlos ganar. Mis instintos de protección quieren convencerme que, total, solo se trata de inicial, que no es obligatorio que vaya a la escuela. Quieren convencerme de pedirle a Pierre de no viajar y quedarse en casa con nosotras. Pero vuelven a mí las palabras de mi papá Juan y las de Carvallo, y me repito como si fuera un mantra: no debemos dejarlos ganar… Pero ay Carvallo! Ay Juan! Nunca me dijeron que difícil seria enviarla al colegio!!!
17/11/2015