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Olivia Arévalo: muerte y canto de una Meraya shipiba / José Carlos Vilcapoma

Mi opinión

El desconocimiento del mundo mágico y la cultura de los pueblos amazónicos es un lugar común, una obstinada forma de vincularnos con los que habitan los territorios del otro lado de las fronteras imaginarias que se construyeron hace mucho y que no hemos sido capaces de derribar.

Con la desaparición física de la maestra shipiba-conibo Olivia Arévalo Lomas, lideresa de la comunidad de Victoria Gracia, en las cercanías de Pucallpa, Ucayali, se pierde un legado cultural infinito, irrecuperable. Su muerte nos interpela, desnuda nuestra profunda ignorancia sobre un pueblo antiguo y tan cercano a nuestra guarida cultural, qué pena… cuánta pena.

Les dejo este revelador texto de José Carlos Vilcapoma, antropólogo, docente universitario y ex Vice Ministro de Interculturalidad.


Que autoridades, académicos especialistas, mucho menos los políticos, sepan muy poco  de la vida de una shipiba como Olivia Arévalo Lomas, habla de por sí,  la invisibilización de los indios amazónicos.

Los shipibos y conibos del Ucayali (uno de los 57 grupos étnicos de nuestra amazonia, pertenecientes de la familia etnolingüística Pano) son tan peruanos como nosotros y deberían ser considerados como tales.

Indigna la forma vil y ruin con la que han apagado la voz y el canto de una Meraya, de una sabia popular.

Olivia, pertenecía a la comunidad de San Rafael de Masisea, una comunidad surcada por el Ucayali. Río descubierto por Juan Salinas en 1557, bautizado primigeniamente como San Miguel y que, con el tiempo de jesuitas y franciscanos, terminó siendo el Ucayali. Gran río –Paro en shipibo- cuyo ancho oscila entre los 400 a 2000 m. y le da vida desde tiempos a Masisea, una de las comunidades nativas y distrito perteneciente a la provincia de Coronel Portillo (fundada en 1943), colindante con el Brasil.

Masisea, al igual que otras comunidades shipibo-conibo combinan la dualidad del jefe y el chamán, una dualidad entre lo místico religioso y lo guerrero. Por ello, desde cuando se intentó su colonización en el siglo XVI se enfrentó con fiereza y valor a los extraños, combinando la fuerza de sus lanzas con el canto chamánico. Los eclesiásticos debido a tales características los llamaron los corsarios de la defensa; buscaron reducirlos, lográndose parcialmente después de 1821. Sufrieron los embates de la explotación del caucho; tampoco se doblegaron. Después de la segunda mitad del siglo XX, las políticas extractivas apuntaban a la explotación de sus inagotables riquezas naturales y continuó la entrada.

Olivia Arévalo Lomas era herencia de esta historia y su cultura;
al igual que Cecilio Soria, actual líder.

Los shipibos conibos colindan con el Área de Conservación Imiría y el Parque Nacional de Sierra del Divisor, por el lado de Perú, y con el Parque Nacional Da Serra Do Divisor, por el de Brasil. Abundan los madereros ilegales, tratantes de personas y otras actividades ilícitas, acechando las comunidades con rifles y tractores. Masisea, Victoria Gracia, Yarinacocha, Iparía, entre otros, se enfrentaban a esos agentes externos y una de aquellas lideresas místicas, rituales, era Olivia Arévalo Lomas.

Ella, como Meraya que era, dominaba los espacios cósmicos, traspasaba libremente los límites de la condición humana y, por su fuerza propia –koshi– y su saber –omam– buscaba el equilibro de los hombres con el universo. De allí que la naturaleza era su vida y el hombre era parte de ella. Hablaba con los Yoshin, los espíritus intermediarios entre las fuerzas creadoras y los hombres. Enfrentaba al extraño, peor aún al que quería destruir su naturaleza, los consideraba “gentes que poblaban las oscuridades subterráneas”.

A diferencia de otras culturas, los shipibos tienen la fuerza de sus actos, de sus metas, de sus reclamos, en los cantos. Por eso Olivia cantaba. La palabra mágica, profana o sagrada era cantada. Con el canto podía vencer cualquier dificultad. El universo cósmico de Olivia, como buena shipiba, era el prolongamiento vivo del universo humano, empero ese humano era parte de la vegetación. Una visión holística. Los cantos chamánicos de curación, eran viajes oníricos de Oliva, que como Meraya, buscaba curar el mal oponiéndose al extraño, que destruía su casa, su hábitat.

Cinco balazos en Victoria Gracia acabaron con su vida y su canto. De seguro ella seguirá viajando, por el nni meran, la selva; el río –paro-; llevando la fuerza de su pueblo –jema– para seguir enfrentándose a los Ibo, a los malos, a los destructores de árboles y jaguares.

Su muerte debe ser esclarecida, no solo para tranquilidad de su pueblo, sino para devolverle la vida a los shipibos y conibos que aprendieron a enfrentar las dificultades y se resisten a morir.

20/4/2018

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