Mi opinión
El contramaestre de la tercera etapa de la revista Altäir es Pere Ortín, un valenciano con muchos años en el oficio, documentalista de larga trayectoria pero sobre todo cronista de viajes. Sus reflexiones sobre el devenir del periodismo hecho desde el viaje –o desde la cultura viajera- me dan luces para seguir insistiendo en lo que hago. Recuerdo que alguna vez me llamaron travel blogger y salté como un pichín: no señor, dije como tratando de marcar diferencias, que las hay, soy periodista viajero.
Les dejo la entrevista, compendiada, que publica la revista Jot Down sobre Pere Ortín, disfrútenla.
Pere Ortín Andrés (Sagunto, 1968) es periodista y viajero. Empezó su trayectoria profesional en la televisión trabajando como presentador de los informativos de Canal 9 y también como reportero en el programa de ecología y medio ambiente El escarabajo verde de La 2. Ha escrito en multitud de medios como National Geographic, Altaïr o Geo. Se ha convertido en varias ocasiones en empresario para impulsar y realizar documentales como Le mal d’Afrique, Cazadores de imágenes y Africalls?. Ahora es el director de la revista Altaïr Magazine en su tercera etapa. Nos citamos con Pere en la librería de viajes Altaïr, donde se encuentra la redacción de la revista. Es una librería preciosa llena de mapas, guías y crónicas de viajes. Nos sentamos con él a tomar café y charlar sobre algunos de los muchos países en los que ha vivido y que han forjado su visión del mundo. En un lugar muy especial se encuentra Guinea Ecuatorial, donde encontró un gran tesoro.
¿Hedonismo o muerte?
Siempre hedonismo. Tengo un problema, entre muchos otros, soy valenciano, que es un estado del alma. Hedonismo siempre, ¿hemos venido aquí a sufrir, o qué? Hay que disfrutar. Yo soy como el personaje que contaba Borges en una de sus conferencias: «Varias veces intenté el estudio de la metafísica, pero siempre me interrumpió la felicidad».
En tus comienzos como periodista trabajaste en el departamento de prensa del Comité Olímpico organizador de la Olimpiada de Barcelona 92. Ahora que se cumplen veinticinco años, ¿qué recuerdas del periodismo en aquella época?
Yo era un chaval y me lo pasé muy bien. Fue una experiencia maravillosa. Con las Olimpiadas y la Expo 92 en Sevilla daba la impresión de que España era un país en el que cualquier cosa era posible, todo era divertido y la gente trabajaba con muchas ganas. Ahora hay compañeros míos de aquella época a los que veo en Informativos Telecinco y en Antena 3. De alguna manera se estaba construyendo el futuro de este país, donde además, al ser un poco cutre, podía pasar cualquier cosa. Todo aquello lo recuerdo con ternura, no sé si por estar ya mezclado con las canas o por lo que sea. Lo pasé muy bien.
Has pasado por Canal 9 y por TVE, ambos canales públicos. ¿Qué te parece la evolución de las televisiones públicas en nuestro país?
Me da mucha pena la deriva de las televisiones públicas y que el Canal 9, donde yo mismo trabajé un tiempo, ya no exista. Creo que los medios públicos de comunicación tienen una labor que desempeñar y que vale mucho la pena. Lo que no tiene tanto sentido es que tengan que competir con los medios privados. Por otra parte, qué complejo es hacer televisión pública con tantos políticos y tanta gente que presiona por intereses particulares.
En la 2 de TVE fuiste durante diez años presentador y reportero de El escarabajo verde, un programa sobre medio ambiente, ciencia y ecología. De los temas que abordasteis, ¿cuál te dejó más inquieto?
Creo que el trabajo más sólido que hicimos fue el del accidente del petrolero Prestige, por todo lo que aquello significó. Imagínate lo que fue vivirlo en directo con todo el equipo y estar trabajando allí con la gente, los pescadores. Desde el punto de vista humano y personal, recuerdo también una serie de documentales para televisión que hicimos por toda América Latina y que se llamó Araucaria. Hicimos grandes trabajos con aquel equipo inicial de El escarabajo verde, algunos en África, como unas terribles inundaciones en Mozambique, o en América Latina, donde trabajamos en Honduras y El Salvador. Fueron experiencias que me marcaron mucho y que recuerdo con cariño.
Aunque El escarabajo verde está multipremiado desde 1997, parece que los programas de ecología que más interesan son los del tipo Frank de la Jungla…
Imagino que forma parte un poco del negocio en el que andamos metidos en los medios en general. Hoy parece que tratar a las audiencias como gente inteligente, con cariño, con respeto, está mal visto. Parece que vivimos una época que da la razón al gran artista mexicano Ulises Carrión con su frase «Querido lector. No lea». Me sorprenden cada día más los millones de likes de los gatitos, los osos panda, de los vídeos de atropellos en bicicleta en las calles de Vietnam, y dices, ¿y esto por qué funcionará? En fin, por no hablar de las otras cosas mucho más desagradables, como la repercusión que tienen los vídeos machistas, de peleas, insultos y esas cosas.
Todo el mundo conoce la historia del Capitán Scott gracias a Mecano, pero ¿conocemos bien a los aventureros y viajeros españoles?
No.
¿A quién nos invitarías a descubrir?
A mí me gustaría poner de relieve a la figura de Manu Leguineche. Igual no es un viajero clásico en el sentido tradicional, pero es un gran reportero español del último cuarto del siglo XX, muy respetado y valorado en la profesión, y que creo que habría que conocer mucho más en profundidad.
Has filmado y escrito reportajes en multitud de países. ¿Cuántos has visitado? ¿Con cuál te sientes más conectado?
No los cuento. El rollo de los viajantes-contadores de países no me interesa nada. Guinea Ecuatorial es de los que más me han impresionado. Fue uno de los primeros de África en los que estuve y supuso una gran bofetada en la cara para todo lo que pensaba de África. México, por motivos personales: mi compañera es mexicana y viví allí un tiempo, he trabajado mucho allí y tengo buenos amigos, México es un lugar que amo. Guinea Ecuatorial y México son las dos zonas del mundo en las que me siento más retratado y más feliz. De hecho, mis trabajos son reincidentes y recurrentes; soy, como diría nuestro querido Jorge Carrión, «metaviajero», ese que no va sino vuelve a los mismos lugares: Guinea Ecuatorial, México, Senegal, Angola, Mozambique, lugares en los que me encuentro muy a gusto, donde tengo amigos.
¿Has conocido algún lugar del que has decidido no escribir para protegerlo?
Sí, de algunos lugares y personas de Guinea Ecuatorial.
¿Qué novelas o personajes de ficción en literatura de viajes recuerdas de cuando eras un niño?
Yo en Facebook soy Kurtz Marlow, la combinación de los apellidos de los dos protagonistas de El corazón de las tinieblas. Su lectura me marcó y forma parte de una historia personal muy bonita que tengo en mi relación con los libros. Soy de un barrio de Sagunto, el Puerto, hijo de una familia obrera. Mi papá y uno de mis abuelos eran trabajadores en una factoría siderúrgica, Altos Hornos del Mediterráneo, y yo soy el primero de mi familia que fue a la universidad. En aquella época no podía comprarme muchos libros, como hacían otros de mis compañeros, porque no había mucho dinero en casa para eso. Sin embargo, en el Puerto de Sagunto teníamos a Elías, un librero muy especial, que pactó con mi padre que yo podía pasarme los viernes al salir de la escuela a coger un libro que él me recomendaría. Luego mi padre, cuando podía, pasaba y se los pagaba en cómodos plazos. Elías y, más tarde, Julián, su compañero en la librería El Puerto, fueron eso que hoy llaman «prescriptores». Me daban consejos y me facilitaban mis dosis librescas de Verne, Salgari, Poe, Machen, De Quincey, Stevenson, Conrad. Luego, más mayor, del Quijote, Quevedo, Góngora, García Lorca o Borges. Sin pretenderlo ni saber muy bien por qué, aquellos libros me ayudaron a construirme. Gracias a mi padre y a Elías, el librero, la relación que tengo con los libros es muy bonita.
¿Cuándo empezaste a interesarte por la cultura viajera?
A mí me fascinan los viajes como una herramienta para conocer el mundo y contar historias. No me interesa demasiado el viaje por el viaje, y creo que hoy el viaje ha acabado secuestrado por la gran industria del turismo. Aunque no tengo demasiado interés en las diferenciaciones entre turista y viajero, todos somos turistas y viajeros, sí creo que hay determinadas maneras de viajar y de mirar que nos acercan a la vida y a la realidad y de las que es muy difícil escapar si vas en un viaje lúdico y programado de carácter turístico. Salvada esta especificación, sí creo que hay una forma de viajar para compartir, y con conciencia de viaje, que significa desarrollo personal y que tiene mucho que ver con la manera en que uno se va construyendo como ser humano, que te enseña a ser generoso, a compartir, a intentar entender al que no es como tú. Para mí eso es la cultura viajera: la cultura y el viaje forman parte de lo mismo, porque un viaje es una buena novela, una poesía, un ensayo; una pieza de arte contemporáneo, o leer la declaración de independencia del Senegal o ver documentales históricos… me parecen todos ellos grandes viajes.
Has escrito reportajes en muchas revistas, como National Geographic o Geo. ¿Cuál fue tu primer artículo en la revista Altaïr?
Creo recordar que escribí algo a finales de los noventa del siglo pasado sobre los osos que traían al Pirineo desde Eslovenia, pero no estoy seguro. El oso se había extinguido en el Pirineo catalán y en aquella época hubo un polémico programa europeo que reintrodujo con gran éxito los osos en el Pirineo, y creo recordar que escribí algo de aquello. Yo era lector de la revista Altaïr y apasionado de los viajes. Conocí Altaïr librería cuando estaba en la calle Balmes y era un heavy user, como dicen ahora, compraba muchos libros. De hecho, hoy, aunque mi despacho y la redacción de Altaïr Magazine están aquí arriba, en el altillo de nuestra librería de la Gran Vía de Barcelona, bajo muchas veces y me paso la tarde mirando libros en los anaqueles de la librería, hojeando libros de lugares a los que no he ido. Me lo paso teta. Me encanta Altaïr y todas las librerías.
La revista Altaïr nace en 1991 de la mano de Pep Bernadas y Albert Padrol, fundadores también de la librería Altaïr. ¿Qué les mueve a poner en marcha la revista?
Yo creo que la curiosidad y la pasión por el mundo. Tienen formación de antropólogos, están trabajando, se conocen en la universidad, son amigos… En fin, creo que montaron Altaïr en 1979 por la curiosidad por conocer el mundo y viajar. Su pasión se convirtió en su trabajo. Yo era un niño en aquella época, pero he hablado con ellos de aquella idea inicial y me los imagino en aquella Barcelona y España tan cutre, recién salida del franquismo, un país en el que casi nadie viajaba. Me imagino cómo debía de oler todo aquello. Entonces, supongo que viajar era para ellos como una forma de respirar en un país que necesitaba respirar, y de ir más allá e ir más lejos.
En 2007 se dio la primera crisis en la revista cuando se anunció: «A partir de septiembre, Altaïr es Lonely Planet Magazine».
Yo lo viví desde fuera, entonces estaba en TVE, pero recuerdo que, como me lo han contado, aquello fue uno de los peores momentos tanto para Pep Bernadas como para Albert Padrol. Ellos enviaron una carta de respuesta quejándose de aquella jugarreta en toda regla que querían hacerles aquellos tiburones. Todo fue muy desagradable, muy feo.
¿El tiempo coloca a cada uno en su lugar?
Sin duda, aunque no siempre, pero sí, en este caso. Mira lo que hacen y dónde está cada una de esas dos marcas y juzga por ti mismo. A mí me gusta mucho esa idea que tienen los gringos cuando trabajo con ellos: puedes ser muy crítico y duro con algo, pero lo primero es preguntarse: «And what have you done?» [Y tú, ¿qué has hecho?]. Me gusta esa idea, esa parte de la cultura anglosajona me resulta muy respetable. Creo que nos vendría muy bien que fuéramos capaces de ser así cuando somos muy críticos con los demás: que fuéramos capaces, sobre todo y principalmente, de poner encima de la mesa todo lo que nosotros hemos hecho para valorar críticamente lo de los demás. Por ejemplo, noto que a veces en el blablablá de Twitter, de las redes y de todo eso, se abre la veda y en la cacería todos saltan a gran velocidad cuando alguien se equivoca o comete un error. Me vienen ganas, pero no lo hago, de escribir: «Oiga, pero usted ¿qué ha hecho para poder hablar así con esa presteza, con esa pretenciosidad, con esa insultante rapidez?».
En mayo de 2013 cierra la revista Altaïr segunda época, debido a la crisis económica. ¿Cómo se lo tomaron vuestros lectores y suscriptores?
Mal, la parte emocional fue difícil para el equipo de aquella época. Fue jodida de manejar, especialmente para nuestro editor, Pep Bernadas. Piensa que eran muchos años de hacer un tipo de periodismo, con una mirada concreta sobre el viaje y a partir del viaje, una manera de contar el viaje, en serio y para ir más lejos de lo habitual, que, en principio, desaparecía, que se quedaba sin lugar en este país. Fue muy difícil para Pep, pero fue necesario, y seguimos vivos y trabajando gracias a su esfuerzo.
¿Cómo llegas a ser director de la nueva revista Altaïr Magazine?
En pleno proceso de la crisis de Altaïr, hablaba con Pep Bernadas, como amigo, de lo que se podía hacer, y nos planteamos trabajar juntos para recuperar la idea histórica de Altaïr y enfrentarnos a todas las dificultades para llevarla al siglo XXI. Yo estaba con trabajos míos en Barcelona, también con México y en Alemania, y vuelvo ya para instalarme en Altaïr un poco con la idea de ver qué podemos hacer juntos y cómo puedo ayudar a un amigo con mi trabajo. Y lo hacemos: hemos cometido muchos errores, especialmente yo, pero hay muchas partes del nuevo Altaïr Magazine que creamos juntos de las que estamos muy orgullosos y que, como él dice, representan el espíritu de Altaïr. Ha habido y hay críticas normales, problemas diarios, pero hicimos un libro blanco en el que analizamos durante meses lo que estaban haciendo los otros, por dónde iban los tiros, por dónde podíamos ir nosotros, qué necesitábamos cambiar, cómo recuperar un periodismo de calidad hecho desde el viaje —que no de viajes— y con rigor e interés humanista. Eso es el nuevo Altaïr Magazine, que partió de cero y que ya cumple tres años ahora en verano.
¿Cuál es la línea narrativa en la revista Altaïr? ¿En qué se diferencia de las dos etapas anteriores?
La línea narrativa está basada en los fundamentos históricos de Altaïr, pero con su adaptación al mundo y a las ideas de hoy. Tiene que ver más con la innovación y con el desarrollo de un cierto tipo de novedosa cultura viajera diferente, que aborda la construcción de crónicas personales desde miradas no descriptivas y que se plantea en forma de ensayo poético-periodístico a partir de la relación directa con los otros (como sujetos locales activos y no como objetos presentes en los lugares a los que viajas). Tiene que ver con buscar historias con una mirada particular donde el viaje es, siempre, solo un medio, una máquina de hacer y hacerse preguntas: quién te cuenta, qué cuenta y por qué te lo cuenta. Y el viaje, en ese sentido, es solo un medio para contar historias, para aprender a remirar el mundo, para verlo con otra intención. El viaje como cultura, construir una manera de mirar la atractiva complejidad del mundo en que vivimos a partir de las personas que lo habitamos.
Hace un tiempo charlaba con Patrick Deville, el escritor francés, que ha publicado tres grandes libros recientes en Anagrama, y me decía que hoy la crónica y la literatura de viajes, tal y como se entendieron en el siglo XX, son un género «menor y obsoleto». Suscribo al cien por cien esas palabras de Deville. Como dice nuestra colega Leila Guerriero, y también lo suscribo, «Una crónica de viajes no es un folleto turístico pero más largo». Eso es lo que, de forma general, hacen casi todas las publicaciones llamadas «de viajes», ahora falta saber si nosotros, con un modelo alternativo, independiente y sin publicidad, somos capaces de reformular un entorno renovado para una cultura viajera más interesada por contar buenas historias, en la que los «lugares» no sean «destinos» y donde las personas locales no formen parte del decorado, donde el viaje sea algo que vaya mucho más allá. Veremos si somos capaces de interesar a un público nuevo de lectores y crear círculos concéntricos de relaciones profesionales, periodísticas, editoriales y económicas con otros para hacer sostenible eso que intentamos desarrollar en Altaïr Magazine. En eso estamos.
¿Es sostenible la revista?
Aún no. Llevamos tres años en formato digital como Altaïr Magazine y en verano cumpliremos un año desde que volvimos al papel. Siempre nos planteamos atacar primero el mercado digital, vimos qué posibilidades había, hasta dónde llegábamos con suscriptores digitales, viendo cuánta gente del barco antiguo se pasaba al barco nuevo y se venía con nosotros, la nueva tripulación; cuántos nos abandonaban, cuántos querían solo digital y cuántos añoraban el papel. Vimos que había bastantes lectores a los que la versión digital les parecía insuficiente y querían también papel. Y, como eran bastantes, decidimos, tras dos largos años de dura travesía on line con altairmagazine.com, volver al papel en verano del año pasado. Es un largo camino y sigue, pero yo creo que, como todo proyecto cultural serio, nada es relevante del todo antes de una posible consolidación o un fracaso en cinco años. Estamos a la mitad del camino.
¿Hay que dar la palabra a los informadores locales?
Sí. Yo creo que es uno de los cambios más relevantes del nuevo Altaïr Magazine. Hoy no creo en ese concepto de los reporteros como «traductores» del mundo, al estilo de Kapuściński. Mike Perry, colega y corresponsal de Newsweek durante muchos años en África, me decía hace unos meses que la figura del corresponsal está obsoleta. A estas alturas del mundo y desde mi punto de vista, como director de Altaïr Magazine, ya no se trata necesariamente de enviar a nadie para contar nada, sino de conseguir la mejor y más potente historia local, contada por locales y con los mayores conocimientos profundos posibles, y ponerla al servicio de tus lectores, espectadores, usuarios.
No podemos seguir haciendo periodismo como si Google o Wikipedia no existieran. Los medios y los periodistas tenemos que reflexionar mucho, ya lo hacemos, sobre cómo vamos a cambiar nuestra mirada en un mundo donde Google lo condiciona todo y donde lo más difícil ya no es conseguir información, sino descartar la que es irrelevante y transformarla en conocimiento. Resumiendo, como escribe nuestro admirado amigo y colaborador de Altaïr Magazine, Martín Caparrós, hoy más que nunca «el periodista es un ignorante que debe disimular que sabe»; y «el viajero no sabe una mierda. Supone, busca, piensa, afirma —y muchas veces sigue suponiendo—».
¿Te imaginas una revista de cultura viajera que fuera de viaje con amigos locales de cada lugar del mundo visitado, y que esos amigos te llevaran de la mano y te contaran buenas historias de cada uno de los rincones del mundo que mejor conocen, su casa, y te contaran sus historias y su mundo? Sería la bomba, ¿no? Dónde comen, dónde van a escuchar música, las historias de sus amigos, cuál es su bar preferido… nadie lo ha conseguido aún, hay intentos, pero menores. La perspectiva de viajar diferente existe. Nosotros con Altaïr Magazine vamos construyendo, poco a poco.
Sois muy osados…
Puede ser. El otro día un conocido influencer y agenda-setter cultural español nos decía en Twitter que «abrimos caminos para el periodismo en español». Es un gran elogio. «Ojalá», pensé. Es un proceso muy lento, y no os tengo que contar nada sobre las dificultades del camino que no sepáis vosotros… Joder, es difícil. Una casa como Altaïr, que lleva casi cuarenta años haciendo la misma cosa bien y una revista que ha funcionado, pues se ve atropellada por la crisis, y moverla para cambiar sus dinámicas históricas, por la necesidad de adaptarse a la evolución de los tiempos, de la cultura, y de las ideas, pues ha costado algún ardor de estómago, dos o tres broncas con mi editor y alguna que otra con mi equipo. Es difícil. Y luego, sobre los lectores, hay que ser muy sincero: hay un tipo de lector relacionado con el viaje que es muy conservador, que solo quiere lo de siempre: viaje, funcionalismo y servicios, que no acepta el reto de pensar sobre lo que le planteamos y prefiere irse a otro lugar más sencillo. Es complicado. Hay mucha gente también que nos felicita y nos apoya en el trabajo que hacemos, pero aún no hemos sabido o podido conectar con un gran volumen de gente que aún entiende el viaje como un mero desplazamiento lúdico, como si viajar y desplazarse fueran la misma cosa. Hay otra gente que nos ha dicho que la revista es «elitista» o un poco cara, que las otras son más fáciles y baratas… Y es cierto, respondo…
¿Qué es la sección Voces de Altaïr Magazine?
Voces es una sección polifónica y abierta al mundo con colaboradores de todos los sitios. Nos envían ideas, crónicas, reportajes gráficos, semblanzas, retratos, cosas más o menos pequeñas, de alrededor de mil quinientas palabras, con una visión, una chispa, un toque, una historia de un lugar concreto. Es una sección que queremos que sea muy abierta, y nos hemos sorprendido con cosas que nos han llegado de Indonesia, de Bolivia, de Perú, de Paraguay… Hay mucha gente contando el mundo por ahí y que lo hace muy bien. Mientras nuestra sección de Pasos es el rincón literario y artístico relacionado con el viaje, Voces es una especie de contenedor para que viajar sea también conocer a los otros que te cuentan sus mundos.
En Altaïr Magazine, como en la mayoría de los medios actuales, ya se trabaja con periodismo freelance. ¿Esto es bueno o malo?
Yo dirijo un equipo de Altaïr Magazine con nueve personas (los programadores, los ingenieros, el personal de imprenta son externos) que trabajan desde Barcelona, donde desarrollamos todos los contenidos. Todos esos contenidos, menos los que escribimos o producimos nosotros, se compran en el mercado freelance. ¿Es el modelo deseable? A mí me gustaría que no lo fuera, pero nos debemos adaptar en un proceso hasta que tengamos capacidad para poder desarrollar nuevos modelos solventes que nos permitan condiciones dignas de trabajo para todo el mundo. No tengo claro que debiéramos tener una redacción más amplia con personal fijo, y no creo vaya a pasar en el corto plazo ni en un proyecto muy pequeño como nosotros, pero me gustaría. He visto ejemplos y sigo algunos de Estados Unidos, Canadá y Francia que me gustan mucho y funcionan.
¿Utilizas plataformas como Booking o Tripadvisor?
No. De hecho, no recuerdo haber hecho un viaje organizado en mi vida. Sí he utilizado Airbnb y a veces utilizo otras plataformas digitales cuando busco billetes de avión on line, pero normalmente prefiero comprarlos directamente a las compañías aéreas. A veces he consultado cosas en Tripadvisor, pero no me fío.
El nuevo fenómeno es el intercambio de casas, del que habla maravillas Pepo Jiménez en El Confidencial. ¿Qué te parece esta nueva forma de viajar?
Me provoca respeto. Si Uber y Airbnb son la revolución, estamos jodidos, porque si incluso la cooperación altruista o la hospitalidad pueden ser comercializados con nuevas herramientas digitales, pues igual llegará un punto en que desearé que alguien me invite a su casa y no me cobre, ¿no?
En el grupo Altaïr también tenéis agencia de viajes, ¿para qué sirve ahora una agencia?
Sí, es Orixa Viajes. Yo, sin ser un especialista en el mundo de las agencias y los viajes, creo que poco a poco están trabajando para ofrecer un catálogo de experiencias viajeras estilo Altaïr difíciles de conseguir por otro lado.
Parece que la vida del periodista de viajes es una de las mejores que uno puede desear. ¿A qué te ha hecho renunciar tu trabajo?
Yo hago lo que me gusta. Viajo y cuento (o ayudo a contar) historias. De la vida de este tipo de periodismo solo se ve la parte bonita, pero también han sido años de freelance en que lo pasas mal, pierdes parejas, casas, no tienes hijos. Son muchas decisiones y renuncias, pero el balance, para mí, es siempre muy positivo. Ahora, no es Alicia en el país de las maravillas. Este trabajo exige disciplina, determinación y muchas renuncias. Yo no tengo ninguna queja, es la vida que he elegido y me encanta ser reportero, que es lo único que sé hacer más o menos. Luego veo las casas de mis amigos, me dicen que se van a comprar un coche que cuesta treinta mil euros y que tiene asientos de piel, y me digo: «Hostia, pues qué bien, ¿no?». Yo no sé ni conducir, no tengo ni carnet, ni nada, pero he viajado por todo el mundo [risas].
Has hecho libros, documentales, vídeos experimentales, artículos… ¿Para cuándo un cómic?
Hay dos cosas que me hubiera gustado mucho hacer y que igual algún día hago: tener capacidad para dibujar mis propias historias (ahora solo hago mis personales cuadernos de viaje) y poder tocar el piano. Lo de dibujar va a ser complicado y lo del piano va a ser… difícil [risas]. Me encantan los dibujos y los libros de artistas, y hemos hablado en algún momento con el equipo de hacer un especial así loco, como el de «A bordo del género», pero sobre «viajes dibujados». Es una idea que me ronda la cabeza y que, si todo va bien, construiremos pronto en Altaïr Magazine. El periodismo en viñetas está evolucionando de una manera brutal, produciendo historias chulísimas, y nos hemos planteado: ¿Y qué tal si…? Lo haremos.
¿Tú eres lector de cómic?
Sí. Me encantan. Parte de mi educación sentimental audiovisual en Valencia viene definida por la línea clara belga, Hergé, La marca amarilla, etc. Conservo la colección completa desde el primer número de la revista Cairo hasta —creo— el 49 o 50, todos guardados y ordenados en casa de mis padres. En aquella época leía también Metal Hurlant, Cimoc, Totem y otros. Era, y es, un mundo apasionante.
¿Cuáles son tus cómics de viajes favoritos?
He leído recientemente, y me han gustado mucho, los Cuadernos de Igort, tanto los ucranianos como los últimos japoneses, que me parecen brutales. También me gusta mucho Aquí de Richard McGuire, El fotógrafo de Guibert, Lefèvre y Lemercier, algunas cosas de M. Satrapi, J. Sacco, y me han regalado una novela gráfica periodística de J. D. Morvan y Kim Jung Gi, McCurry, NY 11 septiembre 2001, que me ha gustado bastante; también me gustan algunos de los autores franceses de la revista XXI que mezclan el dibujo, el reportaje, la ilustración y la fotografía, gente como Jean-Philippe Stassen, Christophe Merlin o Didier Tronchet. Ese tipo de trabajos donde se mezcla ilustración de alto nivel e historias periodísticas bien contadas me interesa mucho.
¿Cuál es tu próximo proyecto?
Me voy a Uganda. Voy a intentar hacer una historia con los rangers que protegen a los gorilas de montaña de la zona de Virunga. Es una zona difícil, en la frontera con el Congo, y luego también es muy difícil entrar por el tema de los gorilas. Luego volveré a México, a Sonora, a la frontera con Arizona, para seguir trabajando en «Los desiertos de Sonora», un próximo especial monográfico de Altaïr Magazine con el que celebraremos en septiembre nuestro tercer aniversario. Luego Hong Kong. Ahora acaba de salir en nuestro formato digital 360º nuestro nuevo especial «El arte de caminar», a partir de la idea de caminar para conocer, reflexionar y pensar.
Una persona como tú, que viajas por trabajo, ¿también viajas en vacaciones?
¿Qué es eso de vacaciones? Un marxista te respondería que las vacaciones son «el último reducto capitalista del productivismo» [risas]. Yo no controlo bien eso de las vacaciones. De hecho, mis amigos serios, que son profesores o ingenieros, me dicen: «Tengo vacaciones de tal a tal fecha». Para mí, vacaciones son vivir la vida [risas].
Recomienda a nuestros lectores de Jot Down un viaje.
Yo recomendaría recorrer Mozambique, un país y una gente maravillosos. En otro sentido, y si les gusta el norte y el frío, las Islas Feroe, una zona de Dinamarca muy desconocida: no hace falta visado, hay vuelos desde Barcelona; comida rica, gente hospitalaria, es un archipiélago salvaje pero al estilo danés, donde el transporte de los escolares de alguna isla a otra se hace en helicóptero.