Solo Para Viajeros

Pilar Montesinos, nuestra anfitriona / Rafo León

Mi opinión

Les dejo estas dos notas de Rafo León sobre el TRC peruano, una propuesta de turismo rural que se ha consolidado con el tiempo y tiene tanto que decirnos. Rafo acaba de participar en la última versión del Encuentro de Turismo Rural Comunitario que organiza Mincetur y como dice sin tantos eufemismos, la propuesta que impulsó desde el viceministerio de Turismo la recordada Cecilia Raffo ses una de las pocas políticas públicas que han seguido en pie a pesar de los cambios de timón al que está expuesto el sector. Quinientos mil turistas que visitan nuestro país recorren, aunque sea un ratito, alguna de las muchas experiencia de turismo rural comunitario que ha impulsado un programa que ha tenido al frente a personas que conozco y sé de su convencimiento y amor por el turismo social. Dos de ellos, Fernando Vera y Leoncio Santos, magníficos discípulos de Cecilia, inolvidable directora de la revista BienVenida y bella mujer.

Les dejo las opiniones de Rafo vertidas, la primera, en la cuenta de Fundación BBVA Continental y la segunda en Caretas, la revista que conduce con acierto Marco Zileri, otro viajero de esos.


Pilar Montesinos anda por los veinte años, es comunera en Ollantaytambo y su pueblo tiene un emprendimiento espléndido para recibir turistas interesados en compartir experiencias, vida, alegrías, inquietudes, con habitantes ancestrales de los Andes, de los bosques costeros o de la Amazonía. El proyecto del que Pilar participa se llama La tierra de los Yachaqs y se ubica en las alturas de Ollantaytambo. Es una tierra montañosa, muy verde, con pequeñas chacras en las que se cultiva papa, quinua, habas, cebada, arvejas, maíz. Y se teje según los cánones que dejaron los habitantes de estas zonas antes de la llegada de los conquistadores.

Cuando llega un viajero a Yachaqs es recibido cariñosamente por comuneros, quienes lo conducen a una habitación, separada de la casa de sus anfitriones en la que lo espera una cama amplia, con sábanas y frazadas, una mesilla para la lap top; una ventana para mirar pasar las aves andinas, moverse con el viento las ramas de los qolles, la faena agrícola que toque en ese mes, las manos de las señoras que no cesan de hilar con sus pushkas, o de pronto un telar de cintura extendido, en plena operación, llena de color. Ah, y en sus manos una taza de mate, de muña, de coca, de cedrón. El sol estará brillando sobre las casas techadas con teja, resaltando los destellos de la avena en plena siega, calentando ánimos que vienen del Primer Mundo llenos de vacío (así es la paradoja), estresados, con miedo, necesitados de constatar que en el planeta hay aún lugares que se rigen por valores distintos a los de su gran ciudad. Paciencia, serenidad, solidaridad, afecto gratuito, generosidad, sentido del humor.

En el Perú tenemos un secreto muy bien guardado pero que ya es momento de que todos lo conozcamos, lo difundamos y lo disfrutemos. Se trata del Programa de Turismo Rural Comunitario, que forma parte de las políticas de Estado establecidas para el turismo en el Perú por parte del Vice Ministerio respectivo en el MINCETUR. Se trata de un proyecto sólido, aislado de todo manejo político, que ya lleva más de diez años en pleno crecimiento. En una década ha categorizado setenta emprendimientos diseminados por todo el Perú, luego de una selección estricta que garantice calidad y sostenibilidad. Y si hablamos de impacto en las comunidades, en 2016 estos setenta proyectos han generado utilidades por 17 millones de soles. La sexta parte de los turistas que llegan al Perú (550,000) han pasado al menos un día en alguno de estos lugares, y los niveles de satisfacción son muy elevados. Por mi parte, como soy viejo y más sabemos los viejos que el diablo, desde que descubrí esta opción para viajeros me di cuenta de que podía constituir un gran diferencial viajero para nuestro país, pues no existe en la sub región otro programa tan consolidado y exitoso.

Con el tiempo los emprendimientos se han ido perfeccionando. Ahora las comodidades son mayores, la mayoría cuenta con duchas con agua caliente impulsada por paneles solares; en ciertas comunidades los jóvenes ya han aprendido al menos inglés, si no también francés o alemán. Algo muy interesante es que las familias ofrecen no solamente el compartir la vivencia sino gozar haciendo algún tipo de deporte de aventura, como trekking, kayak (en el Titicaca, imperdible), canotaje, escalada de roca, ciclismo, cabalgatas. Pero además, cuando es el caso, son los comuneros los que guían al viajero por las zonas arqueológicas e históricas próximas. El turista tiene la opción de preparar los alimentos en la casa donde se hospeda, además de trabajar la tierra, cuidar de los animales, aprender a tejer, a cantar, a bailar, a respirar y que el aire en sus pulmones sea saber, amor, alegría, como escribió el poeta Jorge Guillén.

Pilar Montesinos se ocupa de las ventas en Yachaqs, y es interesante el que este programa esté liderado por mujeres. El 58% de gestores de proyecto son señoras o mujeres jóvenes como nuestra amiga. Ello, como es de suponer, significa un enorme avance en el tema de género. Y finalmente, algo esencial para entender este segmento de oferta turística. En ninguno de los emprendimientos se ha dejado de lado la actividad agropecuaria tradicional. Lo del turismo se integra a lo que se hace cotidianamente para vivir. Por ejemplo, en el emprendimiento de Llachón, situado en la península de Capachica, en Puno, hay ciento cincuenta casas hospedaje y a la vez sus propietarios exportan quinua absolutamente libre de químicos. Sonriamos ante estos hechos, como ,o hace Pilar Montesinos.

Rafo León
#PensemosBien

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Maqueta del Perú
Caretas, edición 2482

Novecientos y  algo participantes parecían componer una maqueta del campo peruano. Las monteras de Capachica dialogaban con los chuccos de Amantaní, los sombreros planos de Ollantaytambo, los bombines aymara, las piernas de los hombres descansaban con sus pantalones de bayeta, aparecían los Ese’ejas de Tambopata con su ropa como la mía, o surgían en grupo las pequeñitas señoras de Laraos, en el norte serrano de Lima, vestidas de oscuro o los llamatrekkeros de Olleros, en Áncash, tan chaposos. Esta vez los delegados de Lambayeque, varios de Cajamarca y otros tantos de Amazonas no llegaron. No hubo plenaria o petición de la palabra que no fuera precedida de “un saludo solidario a los compañeros del norte”.

Interesante, era la sexta vez en diez años que yo estaba presente en el Encuentro Nacional de Turismo Rural Comunitario y la primera en la que se manifestó un puente de unión entre el norte costero y el sur cordillerano del Perú. Antes, recordaba, un extremo y el otro eran percibidos como dos países sin contacto.

Quinientos mil turistas de los tres millones que recibe el Perú al año, en el 2016, han pasado al menos unas horas en alguno de los emprendimientos iniciados por campesinos para recibir visitantes. Ello ha dejado ingresos por diecisiete millones de soles, entre setenta proyectos diseminados por todo el país. El 58% de los gestores son mujeres y los emprendimientos más exitosos son aquellos que por cuenta propia o en alianza con empresarios privados, además de la experiencia vivencial, ofrecen al turista alguna actividad que puede ser un trekking, una navegación, un kayak, escalada de roca, observación de aves, cabalgatas, fuera de compartir tareas cotidianas como la faena agrícola, el tejido o la cocina. Cada vez más el viajero que viene a una comunidad busca lo menos folclorizado, la lejanía del pastiche, de lo ‘típico’ y quiere vivencias reales. No por gusto ha dejado su ciudad –Amsterdam, Lyon, Firenze, Londres, California, Sao Paulo, Auckland– porque estaba estragado de miedo y de vacío ante la posibilidad de perderlo todo por el terrorismo, la crisis económica, por los migrantes, por la competencia en el trabajo, por una ansiedad difusa que demanda la certeza de que en una parte del planeta hay gente que se guía por pautas y valores distintos a los que dominan en Seattle: sencillez, ruralidad, contacto directo con la naturaleza, confianza, amabilidad porque sí, vigilancia orgánica de los cultivos y, en la alimentación, nada de productos envasados. No importa que la ducha por paneles solares falle. Nadie se ha muerto por no bañarse tres días.

Aunque es importantísimo reconocer que el emprendimiento de Paramis, veintiocho familias en la espléndida península de Capacicha, en el Puno quechua, han descubierto que poner una lamparita en el velador puede significar recibir más ‘turismos’ que la casa vecina. Los gringos leen en la noche.

El programa Turismo Rural Comunitario (TRC) comenzó durante el segundo gobierno aprista porque la entonces ministra de Comercio Exterior y Turismo, Mercedes Aráoz, le descubrió la punta económica y cultural. Codo a codo con una mujer excepcional que lamentablemente murió hace cosa de cuatro años, Cecilia Raffo, hicieron un mapeo de emprendimientos que en el país siguieron la pauta del iniciado en Taquile cuarenta años atrás. Así, llegaron a inventariar unas veinte iniciativas que, luego de una evaluación, pasaban a formar parte del programa creado dentro del Vice Ministerio de Turismo. La primera reunión nacional se realizó en el Valle Sagrado y en ella se trataba de explorar la identidad del programa, de conocer la demanda para diseñar la oferta, de limar la desconfianza frecuente en las comunidades andinas frente al Estado. También de fortalecer el esquema comunitario, tanto en el perfil de los proyectos como en la distribución de los ingresos.

El programa fue evolucionando. Se dejó lo comunitario para la atmósfera de la experiencia porque pasó a adoptarse la forma empresarial. Había que formalizarse y, además, quebrar la distribución equitativa de las utilidades. Que cada casa ofrezca lo mejor y cobre lo correspondiente. Eso sí, quedó claro, y para siempre, que ninguna comunidad debía dejar la agricultura, la ganadería o la artesanía para dedicarse solo al turismo. Eso garantizaría el fracaso del modelo. Hoy el proyecto de Llachón ofrece ciento cincuenta casas hospedaje y al mismo tiempo exporta quinua. La semana próxima seguiremos con Namibia, Tailandia, Los maoríes de Nueva Zelanda y China. Ah, y las herramientas que ofrece Google para la gestión, la capacitación y la promoción de este tipo de turismo. ¿Y la politiquería limeña? Se quedó en Lima, bien vivencial.

8/7/2017

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