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Razones para recordar a Leo Casas Ballón

Mi opinión

Partió en silencio y rodeado de sus amigos Leo Casas Ballón, cultor de la música popular de nuestro país y exégeta del ideario de José María Arguedas, a quien impactó por la prodigiosa memoria suya para recordar canciones e interpretarlas impecablemente. Leo Casas, de Mollepata, Cusco, indio blanco, cantor, antropólogo, traductor del quechua y conocedor de todas sus variantes, viajero incansable, se ha ido dejándonos un luminoso testimonio de su magisterio. El antropólogo puquiano Rodrigo Montoya, que lo conoció, ha escrito una sentida nota sobre su partida que se las dejo para recordar al cantor invencible. Curioso e indignante, él, que había luchado tanto por el reconocimiento en vida del trabajo de los artistas populares, se va también sumido en el olvido del país oficial y las autoridades encargadas de velar por el legado que nos dejan. Las palabras que dejara grabada para la posteridad a propósito de la muerte de Máximo Damián, nos espetan. Las copio por aquí: “¿Hasta cuándo los trabajadores de la cultura popular en general y los músicos y cantantes andinos en particular, vivirán una vejez penosa, morirán en la inopia y, ya fallecidos, serán objeto de lindos discursos que no consuelan ni remedian? Muchos artistas que conocieron a Arguedas y fueron motivo de elogiosos artículos de este gran amauta de la cultura andina vivieron, envejecieron y murieron igual. Entre ellos: el prolífico creador, arpista y director musical cusqueño Gabriel Aragón; el charanguista cusqueño Julio Benavente; Picaflor de los Andes y Flor Pucarina, grandes cantantes wankas; los excelentes violinistas, compositores y directores musicales Tiburcio Mallaupoma y Zenobio Dagha, jaujino y huancaíno, respectivamente; el virtuoso de la quena y extraordinario fotógrafo huancavelicano Teófilo Hinostroza; el eximio arpista huamanguino Florencio Coronado; la Pastorita Huaracina; el gran cantante, guitarrista y compositor Miguel Mansilla Guevara; el correctísimo cantante cajamarquino ‘Indio Mayta’; el recordado ‘Errante’ Gilberto Cueva… solo para citar algunos. ¿Cómo viven ahora, cómo afrontan los achaques propios de la vejez, cómo van a volver al seno de la Pacha Mama personas tan queridas y valiosas, músicos, cantantes, compositores, pilares de nuestra identidad, tales como: Rascila Ramírez, Jaime Guardia (+), Ranulfo Fuentes, Estrellita de Pomabamba, Princesita de Yungay, Andrés «Chimango» Lares, Rómulo Huamaní, Eusebio Huamaní, entre otros? Una sombra de tristeza empaña mi horizonte. Sin embargo, no quiero aceptar que el Perú digno y bello, fraterno, democrático y pacífico que inspiró mi juventud y guio mis pasos a lo largo de 75 años…¡es inviable!”. No digo más, buen retorno a la tierra, Maestro.


Por Rodrigo Montoya, tomado de su columna Navegar río arriba

Partió Leo Casas Ballón durmiendo, sin avisar ni molestar. Como cantó alguna vez don Atahualpa Yupanki: “a su corazón cansado, se le acabó el compás”. Fue precioso su velorio en casa, lejos del mundanal ruido de la limeñísima Lima, allá por Vitarte-Ñaña. Julia, su esposa, cantó con Roberto Wangeman, y varios de los amigos asistentes, algunas de las canciones preferidas que aprendió de Leo y con él, con el acompañamiento de Julito, su último hijo y ahijado y otras voces como las de Margot Palomino, Urpi Portugués, y una señora mayor que cantaba en quechua y castellano tocando su guitarra al lado de Julito. Un conjunto de Sikuris, lo despidió.

El recorrido de Leo Casas por los Andes y todo el Perú, comenzó en Mollepata, su tierra de nacimiento, en la provincia de Anta, cerca del Apu Sallqantay, en la cordillera de Vilcabamba. El quechua y la música dejaron en él sus huellas profundas. Una mandolina y su voz hicieron el resto para conquistar el mundo, con su sencillez, su barba blanca de San Pedro (pero muy cuidada), su canto alegre, divertido, con versos tibios y picantes; su seriedad, ensimismamiento y ternura con la poesía quechua que se canta y traduce desde tiempos de Arguedas para que peruanas y peruanos de otros hablares se conmuevan con sus sentimientos y emociones profundas. Anduvo por el valle del Mantaro, Ayacucho, provincias altas de Lima, Ancash, el callejón de Huaylas, Conchucos, Huancavelica, Puno, y parte de la costa, recogiendo en cada lugar música y versos de canciones. Bebió de la fuerza colectiva de los ayllus, la danza de las tijeras, el yarqa aspiy-fiesta del agua en Puquio- Lucanas-San Juan de Lucanas-Viseca y Arguedas, lo tomaron por asalto para no soltarlo nunca más. Allí, hace 40 años, con músicos, cantantes como Jorge Tincopa y Fabio Auccasi y el apoyo amoroso de Carlitos Gutiérrez, formó el grupo Perqa-perqa (pared, pared).

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En este breve homenaje de despedida quiero ofrecer cinco razones por las que debemos recordar a nuestro Leucha-Leíto.

1. Su aporte desde escenarios y peñas de Lima con Roberto Wangeman, músico (y economista formado en la Universidad del Pacífico; ambos con caras de español y alemán, barbudos, altos, cantando waynos en quechua en el dúo Sarwa (luego en Sallqantay-Cordillera). Recuerdo que en Villa el Salvador, en casa de Fortunato Anchita, con la calle cerrada para celebrar un año nuevo andino con una ofrenda a los Apus en Pachakámac, se presentaron los dos (con Leo, su mandolina y Roberto, su clarinete, saxofón y quena) y al oirlos cantar en quechua los salvadoreños de la curva del diálogo preguntaron “¿de dónde salieron estos San Pedro y San Pablo?”. Eran de otra estirpe, de esa caja de sorpresas que es el Perú.

Después, siguió cantando con su mandolina hasta que dio la sorpresa de aparecer acompañado con la guitarra de su hijo Julito. Entre tanto, trabajó en varias instituciones dando lo suyo: su saber andino.

2. Su camino como arguediano de decir y hacer, para contagiar su entusiasmo a quien lo escuchase y leyese sobre ese poeta, escritor, antropólogo y poeta, cargado con las esencias de nuestros pueblos con el horizonte abierto por Manuel González Prada y de Mariátegui.

3. Su enorme tarea de comunicador en el programa de radio “Tierra fecunda”, (CEPES y Radio Unión) y para recoger centenares de canciones, leyendas, en voces de peruanas y peruanos que cantan como parte de sus vidas, lejos del mundo de artistas y el mercado de la música.

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4. Sus 50 años de cultura andina quechua, música, mandolina y canto; de su presencia como “traducidor”, maestro de ceremonias, profesor de quechua.

5. Finalmente, para quienes fuimos sus amigos en varios circuitos de amistad (cercanos y lejanos), nos alegró la vida, cantando noches enteras, sin repetir canción alguna, desde la emoción más profunda con la poesía quechua que se canta, hasta la risa abierta y cómplice con los versos quechuas del puqllay-carnaval, y con su palabra siempre de aliento, alabanza y gratitud por la amistad.

Su hijo Julio-Julito, guitarrista ya maduro, tomará la posta musical de su padre. Que su recuerdo, el cariño de sus hermanos, de Julia, los amigos de hoy y los que vengan, lo acompañen en ese largo, difícil y precioso camino de todas las músicas.

Leo Casas y don Máximo Damián en Puerto Supe, en noviembre del 2013. Tomado de Servindi.

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