Mi opinión
¡Qué día, por dios! El affaire Vinicunca, el destape que hizo CoperAcción de la concesión a la minera de capitales canadienses Minquest Perú de la Montaña de Colores, fue el tema que alborotó las redacciones de todos los medios de comunicación el día de hoy. Nosotros no podíamos estar al margen de tamaño bombazo y hemos pasado la jornada en el Cusco yendo y viniendo de todas partes para cotejar fuentes e informaciones.
En fin, mañana juega Perú en Ekaterinburgo y antes de apagar la luz les quiero dejar esta pequeña nota que trata de hacer un recuento de lo que viene sucediendo en los contornos del apu Ausangate y llamar la atención sobre las amenazas que se ciernen sobre nuestros recursos naturales y culturales si se sigue actuando a la mala. Nos vemos mañana, ya saben en esta redacción #SomosACRAusangate.
En el 2014 tuve la oportunidad de recorrer las inmediaciones del apu Ausangate, la mítica montaña que los cusqueños más antiguos tienen por sagrada y que en estos tiempos de infinitas propuestas de viaje se ha convertido en la sensación del turismo del sur andino. Según reporta la agencia de noticias The Associated Press (AP) solo al sector Vinicunca o Montaña de Colores llegan diariamente mil visitantes y el flujo de turistas sigue creciendo.
Increíble, el apacible Ausangate se ha convertido de la noche a la mañana en una vía peatonal que empieza a colapsar.
Aquel fue un viaje memorable, de mucho esfuerzo -durante los cinco días por este techo del mundo se camina en todo momento sobre los 4800 metros- y de entonadas conversaciones con Chema Formentí, fotógrafo de naturaleza asturiano y viajero frecuente por los andes-amazónicos. A Chema le fui contando la historia de estos territorios extremos donde se impuso una raza de hombres dedicados al culto de las montañas y a la crianza de alpacas y llamas.
Alpaqueros y llameros, pastores de altura en la nomenclatura sociológica, que tuvieron que adaptarse a una modernidad que llegó de sopetón con la carretera Interoceánica del Sur y el desarrollo del turismo étnico y de aventura que se ha generado en los pliegues del Ausangate.
Cientos, miles de turistas mayormente estadounidenses y europeos recorren cada año los caminos que se adentran en las montañas de la Cordillera del Vilcanota, instalan sus campamentos sobre las pasturas comunales y utilizan el territorio de las poblaciones locales para el goce y la contemplación. Por supuesto que, de ese intercambio cultural y económico, las comunidades de la ruta del Ausangate han ido obteniendo beneficios. Se nota y está muy bien. El turismo es una actividad altamente rentable y si es que se gestiona como se debe y se manejan sus variables con cuidado y respeto puede convertirse en un negocio que dura para siempre. Eso que los expertos denominan turismo sostenible.
En las localidades de Ocongate, Tinki y Pacchanta, también en Osefina y Chilca, las comunidades que recorrí antes del boom turístico que empezó a hacerse fuerte después de mi visita con Chema y los amigos de la agencia Andean Lodges que acabo de referir, los impactos positivos de la actividad eran notorios. Sobre todo en la recuperada autoestima de los arrieros, cocineros, personal de servicio, músicos y guías empíricos, todos quechuahablantes, que nos atendieron siempre con una sonrisa inmensa y ganas de mostrarnos su territorio y su cultura ancestral.
Tiempos modernos
¿Qué ha pasado, entonces, para que The New York Times y la mencionada Associated Press, consideren que el modelo de turismo que se ha implementado en el sector de Vinicunca, es altamente perjudicial para el entorno natural, sus pobladores y los turistas que llegan en tropel a estos parajes?
Muy simple, la promoción espontánea de la Montaña de Colores, Rainbow Mountain en el planeta Instagram, sumada a la necesidad que tienen las nuevas tribus viajeras de experimentar constantemente nuevas emociones para atiborrar de selfies las redes sociales, amén del apetito voraz de los operadores turísticos de las inmediaciones de la Plaza de Armas del Cusco –léase, informales- se conjugaron para generar un arribo de visitantes sin precedentes. Una verdadera estampida humana.
Y también un cocktail molotov que ha explotado en las narices de las autoridades responsables –léase principalmente Dircetur, la dependencia encargada de gestionar y fiscalizar la actividad turística en el Cusco- que no supieron manejar el negocio que al decir de las noticias internacionales está llenando de dinero las arcas de por lo menos cuatro comunidades campesinas propietarias del producto turístico o dueñas de alguna manera de los caminos de ingreso al mismo.
La irrupción de una actividad económica tan boyante no tardó mucho tiempo en causar fisuras en el tejido social de unas poblaciones inexpertas en el manejo de las complejidades propias del turismo, en un escenario, además, tan proclive a la informalidad y el sálvense quien pueda como el cusqueño. Los encontronazos entre las comunidades vecinas de Pampachiri y Cusipata por la propiedad de la Montaña de Colores, y por tanto del usufructo del negocio, empezaron a desnudar los problemas por venir.
Arturo Bullard, fotógrafo y blogger muy referido, colgó en su muro hace un par de años la foto de unas tremendas pintas sobre una de las laderas del Vinicunca hechas por los comuneros de Cusipata con el objeto de hacer valer sus derechos. Increíble, lo que fue un desolado y magnífico escenario telúrico devino en una avenida Larco.
O para situarnos en el contexto en el que estamos, en una calle Procuradores.
Los anfitriones
El reportaje de Associated Press da cuenta que solo por concepto del pago de boleto de ingreso a Vinicunca, la comunidad campesina de Pampachiri, cuya población no supera los 1500 habitantes, estaría recaudando anualmente 400,000 dólares, que se invierten, según el decir de sus autoridades, en el mantenimiento de los caminos rurales y en la escuela de la localidad. Para eso han comprado cargadores frontales y otras maquinarias.
En Pampachiri (de pampa, llanura en quechua y chiri, frío), sin duda la comunidad campesina más beneficiada por el fenómeno Rainbow Mountain, 400 arrieros debidamente registrados prestan un servicio de cabalgadura cuyo valor no baja de los ochenta soles por persona.
Son tantos que se deben turnar el recojo de los turistas que desean evitar las penurias de caminar por un territorio lunar después de haberse levantado a las dos y media de la madrugada para llegar en busetas a la Montaña de Colores y enfrentarse a los 5200 m de altitud en la que se encuentra.
Hay que anotar, para terminar de entender lo que significa salir tan temprano del Cusco para regresar a la ciudad después del mediodía, que los caballos que se utilizan en la ruta turística transitan por unos caminos por lo general cubiertos de barro y estiércol y que los servicios higiénicos colapsan con frecuencia por la demanda diaria. Un esfuerzo descomunal que ha causado la muerte de un pasajero francés, me cuentan en el hotel donde me alojo, e infinitas quejas de los usuarios.
Pobres.
En la actualidad son cuatro los controles que se han creado para ingresar a Vinicunca: el de Pampachiri y los que han construido las comunidades de Cairahuire, Cusipata y Laya. En todos los puntos de entrada el boleto cuesta igual: diez soles. Tres dólares.
En ese escenario de informalidad tan nuestra, no hay que ser muy zahorí para decirlo, el establecimiento de un Área de Conservación Regional, tal como lo venía proponiendo el Gobierno Regional del Cusco, hubiera significado un paso adelante en la solución del problema producido con la creación de un destino tan espontáneo, por no decir chicha, como el de Vinicunca.
Lamentablemente, en las consultas realizadas desde setiembre del año pasado con el fin de comprometer en la iniciativa a las comunidades dueñas de este y otros recursos turísticos y culturales, los comuneros de Pampachiri desistieron en participar viéndose obligados los técnicos del gobierno regional de retirar el cerro Vinicunca de la propuesta que se siguió socializando con las comunidades de los entornos del Ausangate.
Al final de las consultas previas, como se sabe, solo dos comunidades, las Phinaya y Sallani, de pronto tal vez la de Ananiso, alejadas un tanto del cerro Vinicunca pero próximas a otro portento de la naturaleza, el nevado Quelccaya, se mantuvieron firmes en su decisión de continuar con el sueño de proteger las montañas que rodean al apu Ausangate. Indudablemente, las poblaciones locales sienten que la llegada del Estado a sus jurisdicciones para organizar el territorio y conservarlo no es garantía de mucho. Mejor dicho, resulta una amenaza a sus intereses particulares.
Para los empresarios turísticos con los que conversamos en el Cusco no se trata de restarle derechos y ganancias a las comunidades involucradas en esta novedosa actividad económica, finalmente la visita a los íconos del Ausangate y las caminatas por sus contornos se realizan mayormente sobre sus propiedades, eso es clarísimo, lo que quieren, y les doy toda la razón, es que se organice la actividad de manera técnica y que en esa reestructuración prime el interés de todos los actores de no banalizar ni destruir el delicado producto que tienen en sus manos.
Tarea difícil en épocas de fragor electoral, ganancias desproporcionadas y discursos maximalistas.
La bomba
En esas divagaciones andábamos en el Cusco cuando detonó la bomba que suponíamos, equivocadamente, se podía desactivar: la oenegé CooperAcción denunció que el Instituto Geológico, Minero y Metalúrgico (Ingemmet) en marzo pasado entregó en concesión a la minera Minquest Perú SAC, subsidiaria de la empresa canadiense Camino Minerals, 400 mil hectáreas de tierras en las que se encuentra la Montaña de Colores, Vinicunca, paradójicamente uno de los cien lugares, según National Geographic, que todo ser humano debe conocer antes de morir.
Impresionante, los derechos que se disputaban los pobladores de Pampachiri, Cusipata y las demás comunidades campesinas pasaron por arte de magia (o de lo que sea) a manos de la minera mencionada. Es la transnacional de marras la que desde marzo último puede hacer y deshacer en el subsuelo de los territorios bajo su concesión.
Nadie sabe para quién trabaja, verdaderamente.
El affaire Ausangate está escalando posiciones y amenaza en convertirse en un asunto de interés nacional, como les gusta decir a nuestros padres de la patria cuando se trata de justificar proyectos de ley que carecen de importancia real. La noticia debe estar llegando en las próximas horas a la altiplanicie de las provincias de Quispicanchi y Canchis, el escenario donde se yerguen el coloso Ausangate y va a arder Troya.
El turismo chicha y la minería irracional aliadas contra el desarrollo de las comunidades locales y el cuidado del medio ambiente, no me queda ninguna duda. Y en contubernio con autoridades de medio pelo apuradas en destrabar inversiones y darle el visto bueno a cuanto petitorio minero le ponen en sus narices.
Epílogo
¿Qué van a decir ahora las autoridades gubernamentales encargadas de defender lo que es de todos? Léase para el caso, Ministerio de Comercio Exterior y Turismo (Mincetur), Ministerio del Ambiente, Ministerio de Cultura, Gobierno Regional del Cusco… En mi mesa de trabajo se acumulan las copias de los oficios que la Asociación Andina de Defensa de Consumidores y Usuarios – AADECC, una institución debidamente inscrita en Registros Públicos con oficina en el Cusco, enviaran al Área de Turismo Rural Comunitario del Mincetur en el 2015 advirtiendo de las repetidas agresiones de los trabajadores de Minquest Perú en las zonas adyacentes a Vinicunca.
Agresiones que por cierto incluían la construcción de caminos no autorizados sobre estructuras incas, contaminación sonora como consecuencia del ruido emitido por sus cuatrimotos -¡cuatrimotos!- y la afectación sobre la fauna silvestre y el ganado comunal. Todo esto a poca distancia del epicentro del turismo en el Ausangate. Las denuncias de AADEC que reviso estaban acompañadas por las firmas de los representantes de las comunidades afectadas, una de ellas Osefina, quienes se manifestaron en contra de toda actividad minera en sus jurisdicciones.
Claro, esto fue en el 2015. Estamos en el 2018, sigamos para adelante, qué viva el turismo a la brava en Vinicunca y que viva la explotación minera que tantos ingresos y desarrollo generan para el país. Y, sí, hoy juega Perú en Rusia 2018, a otra cosa mariposa.
21/6/2018